¡La mañana te sonrie

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La ciudad y sus luces estaban demasiado lejos, las aflicciones de la sobre población y el bullicio de las personas apenas y llegaban como una leve brisa al pueblo de Rejis.

El pueblo estrecho nacía en lo alto de las montañas rodeado de hectáreas de vegetación que pocos o nadie se atrevía a cruzar más que para solventar el comercio entre el mundo y los habitantes.

De costumbres gentiles y en su máximo punto de apogeo, el pueblo de Rejis miraba de reojo la transición de su pueblo rural a una sociedad urbana.

Tulip no era un niño o un adolescente, apenas entraba al dilema generacional que terminaba de formar a los jóvenes en lo que serán algún día. El piso débil de hielo que te permitía deslizarte hasta el horizonte o se quebraba en las aguas gélidas y te hundía en apnea.

Esa mañana, el sol brillaba y las nubes nacían, el horror corrosivo que pronto a todos los iba a envolver aún no era visible.

—¡Tulip, la mañana te sonríe! —Dijo la voz desde la habitación inferior.

—¡Qué a ti el doble, mamá! —Contesto Tulip desde la cama.

Las costumbres y tradiciones de épocas antiguas aún se conservaban tan firmes y frescas como el aire puro de las montañas y las flora única que ahí se desarrollaba en todas las formas y tamaños. Era como dar un paseo por un mundo diferente. Uno podía encontrar largas plantas como lianas que daban frutos de todos los colores posibles. O toparse bajo el agua enormes cantidades de flores que no tenían a veces punto de comparación para los exploradores europeos o de cualquier otra parte del mundo que tuviese la inquietud de conocer de primera voz la mítica tierra que solo era posible describir en los libros de ficción.

Algunos exploradores habían intentado sembrar en sus ciudades varios tipos de semillas de Rejis sin éxito alguno. No importaba si se trataba de los mejores invernaderos, fertilizantes o cuidados, la biodiversidad de Rejis era celosa. La atmósfera al pie de la montaña y la suave brisa cubría las casas y los caminos. La utopía del mundo le decían.

—Buenos días mamá ¿Crees que hoy...? —Se vio interrumpido.

—Lo siento Tulip, creo que no llegara hoy, otra vez. Ha estado muy ocupado en la construcción de la carretera, y la empresa no tiene por el momento otro arquitecto, la tarea y responsabilidad de tu padre es muy importante. El piensa que un día lo comprenderás. —Habia dicho Eloa su madre.

El rostro de Tulip no se amargo, lo comprendía. Solo era un poco frustrante, amaba a su padre y esperaba con ansias aquel domingo donde irían a pescar al lago. Un domingo que cada vez más se alargaba semana tras semana.

—Ha dicho Narzi que vendría hoy temprano, iremos al lago. —Comento Tulip mientras se acomodaba en la silla de la mesa.

—Ah, pues a bien tiene, le diré que avise a su madre que deberíamos ir por bayas, mmm, creo que ya va a pasar la temporada. Y esas bayas son las mejores para la jalea, si si si. —Respondió Eloa con una sonrisa mientras le servía su desayuno a Tulip, un clásico cereal de maíz de la cosecha.

—Prefiero las moradas, ¡Son tan dulces! Papá sabe cuáles con las mejores. —Dijo Tulip mientras revolvía su cereal.

—¡Ah sí! ¿Pues alguna vez te ha contado quien le enseño a distinguir las delicias de las bayas? Cuando nos conocimos tu padre apenas distinguía entre una baya y una nuez seca, si que sí. —Respondió Eloa con una mirada burlona.

—Y lo creo mamá. —Contesto con una sonrisa sincera.

—¡Tulip! ¡Tulip! ¡La mañana te sonríe! —Sonó una voz desde el exterior de la casa.

—¡Y a ti el doble Narzi! —Contesto en un grito alegre Tulip.

—¡Válgame, pero si que ha llegado muy temprano! ¿Tienen pensado sacar todos los peces del lago? —Dijo Eloa mientras se dirigía a la puerta redondeada de madera gruesa que avisaba la entrada a la casa.

—¡Buenos días señora Eloa! ¡La mañana le sonrie! —Dijo Narzi con las mejillas rosas y sus rizos rubios que esa mañana se movían con las corrientes frescas que siempre envolvían a la eterna juventud del pueblo de Rejis.

—¡Y a ti el doble Narzi! ¿Gustas cereal de la cosecha?

—¡Con fresas dulces por favor señora Eloa!

—Esta mañana he recolectado las más grandes de la huerta, tú podrías ayudarme a ver qué tal están. —Le propuso Eloa a Narzi.

Las nubes se formaron, y las abejas libres se llevaban el polen de flor en flor. El día era joven y a Tulip y Narzi les esperaba un largo día en el lago. 

Desde Inglaterra hasta las selvas vírgenes de las montañas, donde la vida aislada evolucionó a su antojo, Henry Dickeson se habría paso junto a su equipo.

Los era de los grandes descubrimientos pronto llegaría a su fin, los arqueólogos con sueños de replicar las fantasías de los exploradores de Julio Verne se darían cuenta que no hay nada más que encontrar. El mundo no albergaba más misterios y la industria cubriría los bosques. Adaptarse al cambio o perecer.

Ese era el discurso que Henry había recibido de los ejecutivos de los más prestigiosos museos de Inglaterra, o algo así. Henry que había crecido escuchado las historias de su abuelo, sobre ciudades perdidas en las profundidades del mundo. Criaturas de cuentos de hadas que eran tomadas por los científicos como ficción. Su abuelo que había formado parte del equipo de trabajo de grandes investigadores.

Pero de todas las historias, Henry soñaba con una en especial. La historia de Rejis, la utopía del mundo, la flor de la existencia, y más.

Entre montañas y árboles, se mantenía firme una civilización, cuando fue redescubierta en el siglo XXI de la era moderna, pues desde siglos anteriores ya muchas otras ciudades y pueblos sabían del lugar, pero solo viéndola era posible creer en ella.

—Pero no quien sea puede llegar Henry, atravesar el mar y selvas salvajes, buscando los misterios del mundo que nos rodea, no están al alcance de los que no creen.

—Yo iré abuelo, ¡La encontraré! ¡Y regresaré con las flores que ahí nacen! 

—Jaja, así es Henry, eres un niño muy inteligente, se que lo harás.

—¿Cómo es allá abuelo? En Rejis. —Preguntaba Henry con los ojos de ensoñador.

—Oh, supongo que tendrás que averiguarlo tu, explorador.

—Vamoooos abuelo.

—Jaja, está bien Henry, veamos mmm “Sobre una montaña arboleda, el pueblo de Rejis vivía, y los árboles ahí crecían sin miedo a llegar aún más arriba, igual las flores y frutas, no tenían inconveniente con ser de algun color inexistente” Jaja, ¿Te gusta el poema verdad?

—Yo escribiré uno mejor cuando llegue ahí abuelo. —Le decía Henry a su abuelo.

Y así creció Henry, con la mente puesta en una meta, llegar a Rejis.

Las historias de su abuelo fueron el punto de referencia todos los años en la universidad. Y los libros de arqueología se hacían cada vez más comunes en su librero.

El momento de descubrir el mundo llegó, al terminar la carrera. Unos meses después, ya estaba listo para adentrarse a la aventura. Pero despegar a veces es complicado y Henry lo había descubierto. Ningun museo quería financiar una expedición hasta el otro lado del mundo, por un sueño de por medio. Las condiciones de vida en Rejis eran extraordinarias, y por lo tanto arriesgadas. Financiar un proyecto de investigación basado en las fábulas de los testimonios de personas que habían visitado el mágico lugar, no era conveniente para los ejecutivos. Se necesitaban más pruebas, que llevaría tiempo recolectar. Henry descubriría que los años matan los sueños. Había elegido ser lo que el destino quería que fuera y durante años solo fungió como un arqueólogo en un museo que daba una breve descripción de unos cuantos huesos petrificados de algunos animales.

El sueño quizá habría sido olvidado por completo, de no haber sido recordado por aquel hombre que entró a la oficina de Henry aquella tarde.

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⏰ Última actualización: Nov 20, 2018 ⏰

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