El reloj de la entrada marcaba las 7 y 30 de la mañana. Era un día poco común en "La Fábrica" luego de una gran cena, la noche anterior, en un restaurante oriental. Como todos los años se hacía un homenaje a los mejores empleados del año y el día siguiente era declarado no laborable.
Héctor se presentó puntual en la puerta y marcó asistencia con su dedo índice, frente a dos vigilantes. Aunque había asistido a la cena, Héctor sabía perfectamente que no recibiría premio alguno, y dada su situación crítica con su jefa, no habría más reconocimientos para él. Así que pensó que llegando temprano el día feriado encontraría algo que terminar.
Pero no había nada que hacer.
Ingresó a su oficina ubicada en un semisótano, bajando unos cuantos escalones. Al abrir la puerta sintió el olor que proviene de los ambientes herméticamente cerrados y, a pesar de estar en pleno invierno, encendió el aire acondicionado. Los cubículos de los técnicos estaban vacíos y el silencio absoluto reinaba en el lugar.
Héctor se sentó en su escritorio y encendió la computadora par revisar la bandeja de correo electrónico. Aún conservaba los mensajes furibundos de Helena que lo conminaban a esperarla en la Sala Naranja para recibir el castigo que intentaba olvidar.
— Sin embargo, no eliminaré estos mensajes — pensó.
El patio principal que quedaba frente su oficina estaba vacío. Nadie cruzaba a través de él y el mismo silencio interior parecía extenderse hacia afuera. Héctor no sabía si leer, jugar en la computadora o escribir. Finalmente se decidió por lo último, cuando escuchó a lo lejos el sonido de unos tacones dispuestos a cruzar el patio.
El frío del invierno no me hace más daño que el del aire acondicionado. Estoy aquí solo, sentado en esta silla giratoria enclenque y mirando la pantalla de esta computadora que gracias a Dios y a la buena fe de la gente de Soporte, funciona extraordinariamente bien. He sentido los pasos de alguien que acaba de ingresar a la oficina contigua. No he visto a nadie más, y me propongo acercarme para ver quién es. Conozco muy bien el sonido de esos tacos. Es Mariana. ¿Por qué ha venido hoy? ¿Acaso no estuvo anoche en la cena?
Rápidamente, Héctor salió al patio principal y se dirigió al área de marketing, una inmensa oficina llena de cubículos con grandes ventanales que miran al exterior. Como si se tratase de una piscina o una pecera, los visitantes de La Fábrica podían ver a los empleados modelo ensimismados en su trabajo o corriendo de un lado a otro como rayos. En días normales, el ritmo del área de marketing era frenético. Pero esa mañana no había nadie. Nadie más que Mariana.
Mariana era una joven de 25 años, de estatura media, morena y de cabellos largos y ensortijados colo negro. Extremadamente extrovertida y coqueta, vestida siempre a la moda y muy maquillada. Era la asistente de la jefa del área, Ítala Bernasconi.
"Quiero olvidarme de Helena. Estoy en búsqueda de alguien.", eso le hubiera dicho. Pero no me atrevo a hacerlo. Solo a acercarme con algún pretexto idiota y conversar con ella.
— Sí, Héctor. Hoy no debí venir, pero Ítala quiere que termine unas cartas de invitación para un evento. En eso estoy — dijo devolviendo la mirada a la pantalla del monitor.
Me da muchos detalles pero no me importa. En realidad estoy embobado por sus lindas piernas color canela, que sobresalen del vestido alto y apretado desafiando al aire. ¿Por qué no puedo decirle más cosas? ¿Por qué me quedo callado sin poder demostrarle algún interés?
Héctor se despidió luego de unos minutos.
— ¿Sabes? Yo también tengo cosas que hacer. Es mejor que regrese a mi lugar.
Mariana le sonrió como siempre, con mucha cordialidad pero poco interés. Héctor regresó a su oficina, tomó el celular que estaba en su escritorio y se dirigió al segundo piso donde quedaba la biblioteca de La Fábrica. Desde ahí tenía una vista privilegiada en ángulo picado de la oficina de marketing. Utilizando el zoom de la cámara empezó a tomarle fotos a Mariana, sin que ésta se diera cuenta. Se centró, obviamente, en sus lindas piernas.
Mariana es una chica linda. Tiene una niña pequeña, pero no tiene compromiso. Algún día le diré cuanto me gusta. Aun siendo tan diferente a mí, yo sería capaz de casarme con ella.
Héctor guardó el celular en el bolsillo de su chaqueta verde y volvió a su lugar. Pasó todo el día en su oficina viendo las fotos que había tomado.
Cuando se encontraba solo en el trabajo, él solía hacer cosas muy raras.
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Piernas al aire
Short StoryHéctor, empleado modelo de una gran corporación, pasa un día tranquilo sin nada que hacer en su oficina, observando a través de la persiana a Mariana, una de las secretarias.