Malditos todos, los odio los odio los odio los odio. Repetía cuanto los odiaba a todos una y otra vez en mi cabeza, ¡Maldición! ¡Yo no hice nada! Estaba sentada en una esquina de aquella habitación blanca abrazando mis piernas. Joder todos aquí gritan cosas que no tienen sentido, no estaré loca pero si estaré aquí de por vida posiblemente perderé la cordura. Sólo había estado aquí unos días y no había hablado con nadie en este tiempo, solo gritaba que me ayudaran pero, ¿quién me haría caso aquí metida? ¡Nadie me toma en serio! Todos los días nos sacan a de las habitaciones y nos llevan a un lugar pero, al ser la nueva no he tenido el placer de salir de este cuarto. Al parecer hoy saldría a este cuarto para ir a donde fuera que nos llevaran, no tenía idea de como lo sabía pero lo haría.
Se escuchó un pitido y algunos doctores se encontraban en el pasillo de estas puertas, abriendolas una por una con un aparato en sus manos por si alguien respondía mal ante sus acciones y así darle una lección, o eso suponía yo. La puerta de mi cuarto o mejor llamado celda se abrió revelando a un señor no pasado los treinta años, oh si que era apuesto... Su cabello era café con rizos completamente desordenado y poseía de unos penetrantes ojos azules, era tan pálido como yo y usaba unas gafas como muchos llaman hipsters de un color azul marino y, antes de poder seguir mirándolo me ayudaba a levantarme y sacarme de allí.
—Suelteme, no quiero que nadie de aquí me toque. —Hablo con repulsión empujandolo para que soltase mi brazo. Prefería que algún loco me tocara antes que alguno de los que trabajaban aquí, no les importara quien entrase, no hacían pruebas para comprobar la estabilidad mental de las personas que metían, no, y eso me enojaba.
—Tranquilizate si no quieres volver a entrar al cuarto. —Fruncio el ceño y se alejó de mi abriendo más puertas con otras tres personas mientras otras nos llevaban por los pasillos.
Al caminar lo que creo unos cinco minutos entramos a una sala grande con paredes café, muy mal cuidada y con una canción de fondo que era en lo que a mi parecer creía era alemán o sueco. Algunos de los de ahí se sentaban en algunos de los muchos sofás que habían, otros saltaban y tarareaban la canción. Había un pequeño tal vez de once años sentado en una esquina murmurando cosas a la vez que arañaba el piso. Me apoyé en una pared examinando a las personas aquí, tratando de buscar aunque fuese alguien que estuviera en sus cabales. Me sorprendo y me asusto cuando una voz masculina susurra en mi oído.
—Hola. —Tenso la mandíbula alejandome y mirandolo al voltear el rostro, era un chico de unos dieciocho, su ropa era limpia pero tenía ojeras bajo sus ojos color café oscuro, era moreno y su expresión era calmada, no parecía tener un problema mental pero no me podía confiar de todo lo que pensase.
—Uh... Hola... —Murmure y entrecerré los ojos a la vez que lo examinaba.
—Soy Jakub, un gusto. —Me tendió su mano pero al notar que no la tomaría la bajó y la dejó en su costado—. Eh... ¿cómo te llamas?
—Sophie... ¿Trabajas aquí? —pregunté sin esperar, la curiosidad me carcomía viva.
—Sí... Trabajo aquí... —Lo interrumpí.
—No me hables, no quiero que nadie que trabaje aquí me hable. —Soné un poco infantil pero en ese momento no me importaba ni un bledo.
—¿Por qué no? ¿Acaso prefieres hablar con los de tu tipo? —Alzó una ceja, tal vez bromeaba pero lo dudaba.
—¿Mi tipo? —Extrañeza se reflejaba en mi voz.
—Ya sabes... Locos... —Apreté los dientes y le miré enojada, me aleje de donde estaba queriendo romper ese tocadiscos, el cual repetía una y otra vez la maldita canción que me llevaría al borde de un derrame cerebral. Sentí su mano en mi hombro volteandome a verlo—. ¿Te has enojado?
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Manicomio.
Random¿Qué pasaría si un doctor se enamora de una internada en el Manicomio en él cual trabaja? ¿Y si ella realmente no está loca y él si? Esta es una historia de un típico amor imposible, pero con la diferencia de que el fondo no es tan típico y los pers...