LENTAMENTE VOY COMPRENDIENDO este tiempo. Me preparo.
He observado a la mujer. Las mujeres parecen ya no ser subordinadas, sino personas principales. Hasta tienen servidumbre por sí mismas. Y trabajan fuera del hogar. Ella, por ejemplo, sale a trabajar por las mañanas.
No sé cuánta ventaja puede haber en esto. Nuestras madres, al menos, sólo tenían como trabajo el oficio de la casa y con eso era suficiente. Diría que quizás era mejor, puesto que tenían hijos en los que prolongarse y un esposo que les hacía olvidar la estrechez del mundo abrazándolas por la noche. En cambio ella no tiene estas alegrías.
En este tiempo parece no haber ningún culto para los dioses. Ella nunca enciende ramos de ocote, ni se inclina para ceremonias. No aparenta tener nunca dudas de que Tonatiú alumbrará sus mañanas. Nosotros siempre vivíamos con el temor de que el sol se pusiera para siempre, pues ¿qué garantías tenemos de que alumbrará mañana? Quizás los españoles encontraron alguna manera de asegurarlo. Ellos decían venir de tierras donde nunca se ponía el sol. Pero nada era cierto entonces, y su lengua pastosa y extraña decía mentiras. Poco tiempo nos tomó conocer sus raras obsesiones. Eran capaces de matar por piedras y por el oro de nuestros altares y vestiduras. Sin embargo, pensaban que nosotros éramos impíos porque sacrificábamos guerreros a los dioses. ¡Cómo aprendimos a odiar esa lengua que nos despojó, nos fue abriendo agujeros en todo lo que hasta que llegaron habíamos sido!
Y este tiempo tienen una lengua parecida a la suya, sólo que más dulce, con algunas entonaciones como las nuestras. No quiero aventurarme a pensar en vencedores o vencidos.
Mi savia continúa su trabajo frenético de convertir en frutas los azahares. Ya siento los embriones recubrirse de la carne amarilla de las naranjas. Sé que debo darme prisa. Ella y yo nos encontraremos pronto. Llegará el tiempo de los frutos, de la maduración. Me pregunto si sentiré dolor cuando los corte.
Lavinia se pasó el primer mes de trabajo "aterrizando" con la omnipresente cercanía de Felipe, quien asumió con gran gusto el rol de hacerla poner "los pies sobre la tierra".
Se había acostumbrado a la diaria rutina de ir a trabajar, de levantarse temprano, aunque todas las mañanas lamentara el abandono de las sábanas frescas y acogedoras. Jamás podría entender por qué los horarios no se modificaban y honraban las mañanas, el tiempo más acogedor del sueño. Para ella tenían, además, el atractivo de la trasgresión. Dormir mientras se despertaba la ciudad. Dormir mientras camiones repartidores, buses y taxis amanecían en las calles transportando sus cargamentos de personas y leche y pan con mantequilla. Dormir a pesar del sol que entraba sin remedio por los resquicios de las puertas.
Pero la modorra no le duraba mucho. Ahora que era parte del ajetreo, de la respiración-tecleo de máquina de escribir de las oficinas, comprendía por qué las personas encontraban grandes satisfacciones en la preocupación, en los apretados límites para firmas de contratos, la finalización de los proyectos.
Era una manera de sentirse importantes, pensaba, encontrar una razón para salir del mundohogar y entrar al mundo-libro de balances, donde existía el riesgo, el peligro de las pérdidas y ganancias. La vida se convertía así en un negocio interesante, una apuesta constante y uno podía pretender que el tiempo no se escurría entre los dedos, que se hacía algo con aquellas horas extendidas, aquellos días implacablemente repetidos uno tras otro.
Salió de la cama y reanudó los ritos: poner el agua para el café, asomarse por la ventana a revisar el renacimiento del árbol, ocupado ahora en convertir las flores en frutos —las futuras naranjas se asomaban ya entre las ramas cual menudos globos verdes—; entrar al baño y verse la cara en el espejo. Pensó en su cara de las mañanas; extrañamente lejana, fea. Menos mal que uno sabía que poco después volvería a ser la misma. Abrió la ducha, sintiendo el agua lavar el sueño, anunciar el día. Le gustaba frotar el jabón hasta hacerse bordados de espuma en el cuerpo desnudo, ver los vellos del pubis tornarse blancos, reconocerse aquel cuerpo asignado misteriosamente para toda la vida; su antena del universo.
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mujer habitada
RandomLa historia refleja la férrea lucha y el valor que son capaces de exhibir quiénes orgullosos de pertenecer a una cultura y de adherir apasionadamente a sus ideales, a su país y a su familia, son capaces de rebelarse contra los abusos y las injustici...