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Lo mejor de dormir, según JiMin, era que es como estar muerto; no sentís, no pensás, no llorás. Y estar muerto era lo que más quería.

Desde el primer momento que abría los ojos comenzaba esa sensación horrible de vacío. A veces no salía de la cama, y tampoco lo haría hoy de no ser porque el maullido de su gato pidiéndole comida lo motivó a hacerlo. Sí, bien, quería matarse, ¡pero no que su única mascota y acompañante muriera también!
Apoyó los pies descalzos en el suelo. El frío recorrió su cuerpo y lo hizo estremecerse, ¿por qué toda su casa se mantenía helada incluso en pleno verano? No lo sabía.
Volteó la cabeza hacia atrás, como si quisiera examinar que hubiese alguien en el otro lado solitario y extendido de la cama, y claramente la respuesta era no. Suspiró volviéndose a rendir. Era una costumbre que había tomado hace tiempo. Quería pensar que podía despertar y darse cuenta de que todo había sido una pesadilla, un mal juego de su cerebro. Lo odiaba. Se odiaba, a pesar de saber que las personas mantienen esperanzas falsas como forma de protegerse de la realidad incluso cuando lo peor ya pasó.
Caminó arrastrando consigo sus sábanas, que envolvían su delgado y huesudo cuerpo. Hacía meses que se le habían empezado a marcar las costillas y los huesitos tan débiles de sus brazos. Se observó al espejo. Ni siquiera tenía una razón para hacerlo, era obvio que se veía tan mal como siempre. Pálido. Sin vida.
Lavó su carita con abundante agua fría, por lo menos sus cachetes de bebé se mantenían ahí.

Minutos después de su rutina de mañana diaria, se encargó de alimentar a su gato.
Estiró las manos hasta la alacena de arriba, en su cocina, buscando la bolsita de alimento del animalito sólo para darse cuenta de que no había. Rebuscó en la heladera algo para darle como reemplazo de ello, pero ni siquiera tenía comida para él.
Era un horror ir al supermercado, y esta vez no tenía otra opción.

No se esforzó demasiado en vestirse, porque no tenía las ganas suficientes para ponerse a ver qué le iría mejor ese día, no porque no le importara lo que los demás vayan a decir. ¡Ese era justo otro de sus grandes problemas!
JiMin era un chico sensible a quien si insultabas, lo más probable es que se largara a llorar. Con toda su situación tuvo que aprender a hacerle un poco de frente a los comentarios ajenos y esquivarlos, pero aún era todo un reto.
Salió al rato con el dinero justo que pensaba gastar, y un paraguas en mano. Incluso con ese radiante sol y todo, caía una leve llovizna que a los minutos de estar bajo ella te podía empapar.

El camino desde la puerta de su casa hasta el supermercado para su suerte era corto y no se le hacía agobiante porque iba mirando el suelo e ignoraba las miradas de las parejas que le pasaban por al lado o lo veían desde la cuadra de en frente. Cualquiera que lo tuviera cerca sentiría su tristeza y sabría de su situación, era un hecho que no podía cambiar.
Se decidió por entrar al lugar, sin embargo se encontraba frustrado por la cantidad de señoras mayores que habían dentro. Eran las peores. Esas horrorosas fieras no solo lo miraban, sino que aparte debían soltar algo.
Fue directo a los pasillos donde estaban las cosas que se había anotado mentalmente y las fue metiendo sin mucho orden dentro del carrito. Justo cuando dobló a la góndola de pastas, una mujer le comentó a otra;

- Mira, pobre omega solitario. -.

JiMin bajó la cabeza y tomó un paquete de fideos, para largarse a la sección de al lado. Cuando volvió a doblar, su distracción por su incomodidad lo llevó a chocar el brazo contra una pila acomodada de latas de papitas y tirarlas al suelo. Quiso agacharse a levantarlas, con toda la voluntad del mundo, antes de recibir por parte de un empleado un;

- Déjalo así, niño. -.

¡Él no era ningún niño ni ningún 'pobrecito'! Aguantó las lágrimas ante la vista tan penosa que tenían las personas de al rededor de él. Detestaba dar lástima, y llamar la atención. Y lo peor, es que no podía evitar hacerlo.
Su barrio eran de esos donde vive la gente chismosa y curiosa, donde casualmente todos se enteran de todo lo que pasa. El día que falleció su alfa, su compañero de vida, recibió varias flores por parte de vecinos muy hipócritas que solo esperaban hacerse amigo de él esperando sacar beneficios, pues el omega había sido esposo de un hombre exitoso y con dinero, y pensaron que quizá éste heredaría una parte del montón. Pero no. Todo lo que tenía fue directo a la familia del fallecido, quienes no quisieron volverse a relacionar con él. Podía vivir con lo que su propia madre le pasaba cada tanto.
Por otra parte, estaba esta cosa que no sabía si considerar peor; estar embarazado. Llevaba seis horribles meses, y no sabía cómo era que con tanta angustia no había perdido al bebé aún. Park no lo quería, porque insistía en que iba a salir parecido a su ex pareja y eso lo atormentaría el resto de su vida al tener que verlo. ¿Podía darlo en adopción? Claro que podía, no estaba para nada bien visto pero podía hacerlo. Lo que no quería era tener que parir en un sanatorio solo y como un omega abandonado, del mismo modo que tampoco quería ir a abortar sin compañía. Era tan complicado.

Azucena° \\ VMin | Omegaverse.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora