Parte 1

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Abro los ojos. La oscuridad se infiltra, como negra víbora, en mis pupilas. Me penetra y me ciega.

La atmósfera se torna densa y comienza a asentarse sobre mi pecho, aplastándome. Me siento claustrofóbico. El aire es escaso, cálido y rancio.

Estoy en posición horizontal. El espacio es reducido porque apenas puedo moverme. Mis brazos chocan contra sólidas paredes y un techo ubicado a escasos centímetros de mi rostro.

La revelación se presenta, cruda, implacable, confirmando mis peores temores. ¡Me han enterrado vivo!

Mi pecho sube y baja en respiraciones convulsas. No puedo evitar pensar que el oxígeno está próximo a acabarse.

¡Tengo que hallar una forma de salir de mi ataúd!

Empujo con todas mis fuerzas la tapa, rogando que no me hayan enterrado bajo tierra.

¿Qué fue lo que ocurrió? Lo último que recuerdo es llegar del trabajo, ingresar a mi casa, subir las escaleras rumbo al cuarto y luego nada... Negrura, vacío absoluto.

Debió darme un ataque. ¡Maldita enfermedad de los infiernos!

El techo de mi féretro apenas se mueve. La madera es robusta y le han asegurado las bisagras, pero soy fuerte y logro levantarlo unos milímetros. Una chispa de luz se filtra al interior de mi umbrío lecho. Un minúsculo rayo solar que representa toda mi esperanza.

Saber que la tierra no es mi segunda urna me reconforta y me da ánimo para luchar.

Sigo explorando el sarcófago en busca de algún objeto que me ayude a forzar esas bisagras.

¿Por qué mi esposa no siguió el protocolo para cuando me dan estos ataques? Ella sabe de mi enfermedad, al igual que mi médico de cabecera. Debían esperar al menos tres días antes de darme por muerto y proceder al entierro. Y si el tiempo hubiera expirado y no regresaba de esa "muerte aparente" mi ataúd debía estar equipado con los medios de seguridad necesarios para escapar. Había dejado instrucciones claras para que pudiera abrirse por dentro.

Frente a la incertidumbre un descubrimiento: me sepultaron con el anillo de mis ancestros. Aquel que mi esposa siempre aborreció porque tiene un simbolismo mórbido. Se trata de una pieza de hierro  forjado con la primera llave que en su tiempo abría el mausoleo familiar.

Pese al desespero me permito sonreír por la ironía.

El anillo puede servirme para introducirlo en la pequeña abertura y vencer las bisagras.

Empujo hasta que me sangran las yemas de los dedos y finalmente la tapa cede y puedo liberarme.

Con la calma llegan las memorias. Ahora lo recuerdo. La causa que ha provocado mi ataque es haber encontrado a mi esposa y a mi doctor teniendo relaciones íntimas en mi propia cama.

La ira me recorre íntegramente, llena mis pulmones, al igual que el nuevo aire que respiro. Juro en cada uno de los féretros de mis ancestros que me vengaré de ellos, pero antes tengo un nuevo desafío que enfrentar...Debo salir del mausoleo.    

Desde el sepulcroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora