Sentí una mano en mi espalda cuando intente cruzar aquel mar con la mirada. Sostenía los dedos en el horizonte y mi mandíbula prominente miraba en dirección a la costa. Aquel escalofrío que pretendía alarmarme cuando me levante de golpe y mire a esos preciosos ojos marrones que asomaban tras el flequillo totalmente liso de James.
En ese preciso momento James me sonrió, hubiera preferido que no hubiera hecho aquello porque no quería que mi corazón se volviera frágil, frágil como un segundo a contra reloj, como una mirada a tres mil kilómetros de aquí, frágil como agujas clavandose en mi espalda.
¿Que quería de mi después de haberme dejado sola sin poder hablar, exhausta sin poder pronunciar ni una simple palabra? ¿Que quería ahora cuando sus ojos chillaron fuego, cuando se le iluminaba la mirada con ganas de más guerra aún?
Me di cuenta el año pasado cuando me propuso acompañarle a casa de su madre porque su mejor amigo, Chris, no estaba en New Jersey. Recuerdo que simule una sonrisa y acepte, simplemente por la idea de irme de aquí en vacaciones. James me cogió del cuello con su antebrazo y me metió sigilosamente en su coche. Sabia que su cara me transmitía esa inocencia, y tal vez esa desconfianza.
Al cabo de unos minutos volví de aquel flash black y me volví hacia el mar en busca de ayuda. En busca de un hombro que me dejará llorar.
