Dejo caer torpemente a Gabriela sobre la cama del hotel y me incorporo intentando recuperar el aliento. Le quito los zapatos suavemente y los dejo sobre la alfombra que hay en el lado izquierdo de la cama. Cojo la manta que hay sobre una de las sillas y me siento a su lado observándola mientras le retiro el pelo de la cara. Recuerdo nuestras fiestas de instituto y de facultad y sonrío, no había cambiado tanto, seguía emborrachándose como una cuba al tercer cubata. Me quito los tacones y me dirijo al cuarto de baño intentando hacer el menor ruido posible, enciendo la luz y avanzo un par de pasos, me miro al espejo y observo que estoy hecha un desastre. La luz totalmente tenue del lugar no ayuda. Mi reflejo me devuelve una mirada intensamente melancólica en la que mis ojos color miel me dicen que es hora de descansar. Me recojo el pelo en un moño alto y suspiro.
-Estás hecha una mierda- me digo a mi misma susurrando mientras comienzo a desmaquillarme. Termino de hacerlo e intento quitarme sin demasiado éxito el vestido negro entallado que he llevado puesto toda la noche. Desde que lo vi en el escaparate de la tienda sabía que era perfecto. El problema vino cuando, al probármelo, comprobé que llevarlo puesto podría considerarse un modelo de tortura pero, según Gabriela, me quedaba genial. Supongo que lo de respirar queda en un segundo plano cuando un vestido te queda como un guante. Yo ya tengo claro que no me lo voy a volver a poner jamás y llevo varias horas pensando en el precio que debería ponerle a la hora de venderlo como artículo de segunda mano. Nunca he sido de arreglarme, no en exceso al menos, pero aquella era una ocasión especial y única, o eso me había hecho creer Gabriela. Nos conocimos en la guardería y éramos demasiado diferentes como para ignorarnos mutuamente. Fuimos inseparables durante toda la época escolar, el instituto y ni siquiera las distintas universidades habían logrado romper nuestra amistad, siempre estábamos la una para la otra, pasara lo que pasara. Las cosas se pusieron interesantes cuando hace tres meses recibí una llamada suya diciéndome que había pillado a su marido en la cama con otra. No me lo pensé dos veces a la hora de ir a visitarla. Mentiría si dijera que me sorprendió, él era un auténtico imbécil y se lo hice saber a Gabriela en más de una ocasión pero supongo que es cierto el dicho de que el amor es ciego porque al final tuvo que darse de bruces contra la realidad para caer del guindo. El divorcio no tardó en llegar rodeado de todo el drama familiar que cabría esperar. Sé que lo superará y espero que ésta locura sirva para que se recomponga. Imaginaba que sobrellevar la ruptura traería consigo comer juntas mucho helado y ver innumerables películas románticas, pero Gabriela siempre ha sido bastante impredecible y decidió que lo mejor era ir a una fiesta en la otra punta del país. Reconozco que me ha venido todo bastante grande. Hace tiempo que dejé las fiestas, sonará patético pero prefiero una cena caliente en casa, con un buen vino y una película, no tengo el cuerpo para que cuatro desesperados me digan lo bien que me queda el vestido y lo guapa que estoy, para eso ya tengo a mi madre. Según Gabriela soy una mujer de 80 años en el cuerpo de una veinteañera pero yo simplemente me siento bastante normal prefiriendo un café en lugar de un vodka. Realmente he de admitir que hoy era una ocasión especial, Gabriela quería venir, quería desfogarse, quería pegarse una buena fiesta, "una fiesta de las que hacen época" me dijo concretamente, y lo habría sido si no fuera porque a la tercera copa ya estaba medio dormida sobre la barra. Así que aquí estoy, en un hotel en la otra punta del país recién llegada de una fiesta en la que no he bebido ni una copa, con un vestido que no puedo quitarme sola y con mi mejor amiga semiinconsciente en la cama, y ni siquiera sé la hora que es. Salgo del baño aún descalza y con el vestido a medio desabrochar y busco mi bolso, veo que lo he dejado colgado del perchero que está junto a la puerta de la habitación. Gabriela resopla de manera que me hace dar un pequeño salto a causa del susto. Meto la mano en el bolso y busco mi móvil sin éxito, empiezo a ponerme nerviosa. Miro en el bolso de Gabriela que está sobre la mesa de escritorio y nada. Pongo los brazos en jarras e intento recordar dónde lo he visto por última vez, miro en el baño, bajo las camas, bajo las sábanas, recorro cada rincón de la habitación durante varios minutos... nada. De repente una visión aparece en mi mente como una revelación. Como cuando ves una película y descubres antes del final quién es el asesino. Mi móvil está abajo, lo he dejado sobre la barra al ayudar a Gabriela a levantarse.
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25200 Segundos
Romance¿Qué pasaría si te quedaras encerrada en un ascensor durante siete horas con una completa desconocida? Historia registrada en el Registro de la Propiedad intelectual y SafeCreative.