Primavera - Capítulo 1

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Los torcidos manzanos florecían audazmente en la tempestuosa brisa de fines de mayo. Los saludó con la cabeza y luego, actuando por impulso, desvió su bicicleta de la carretera hacia el sendero al final del huerto. No sonreía desde hacía varias semanas; no sonreía ahora, pero su carga parecía más ligera. Bajó los pies de los pedales y permaneció a horcajadas sobre la bicicleta. Una vez más, inclinó la cabeza hacia los árboles.

Los árboles atraían a ____ Jones de tal modo que ya no pudo seguir ignorándolos. Se puso un suéter gastado, colocó un lienzo en el caballete y tomó sus acuarelas.

-A la sombra del viejo manzano –canturreó mientras empezaba a pintar. Plata, la gata, tomaba sol en el porche de la casita oculta de la carretera por el manzanar. Cobre, el perro, se echó junto al caballete unos minutos y luego salió en busca de conejos. Regresó en el instante en que el ciclista, a quien ella no vio ni oyó, bajaba el soporte de apoyo de la bicicleta y se acercaba a ____ para mirar por sobre su hombro.

-Retrato de novias antiguas –susurró, sobre el hombro sobresaltándola tanto que ella dejó caer el pincel-. Lo siento –se disculpó, agachándose rígidamente para recogerlo del pasto.

-Se equivoca –contestó ella yo volvió su atención a la pintura-. Yo lo llamo Soldados artríticos vestidos de gala.

Siguió pintado, él observando. Cobre olfateó al extraño, con curiosidad, pero sin alarma.

-¿Puedo pasear por su propiedad, señora? –preguntó al cabo de varios minutos.

-Señorita –replicó ella automáticamente-. Cobre lo acompañará. Si tiene alguna pregunta, hágasela.

____ terminó su pintura y se reclinó para admirar sus modelos. La habían atraído a ese sitio hacía dos años, cuando decidió cambiar su vida.

El día de su trigésimo cumpleaños, se hizo una pregunta que ya había formulado muchas veces: “¿Por qué estoy viviendo en esta agobiante caja blanca?”. Por primera vez, se la contestó: “No existe una razón válida para seguir viviendo así.”

Cierto, en un tiempo, su apartamento en la ciudad de Nueva York le parecía perfecto. Limpio y moderno, con paredes blancas, estanterías industriales y muebles cuadrados. A lo largo de los años,  fue llenando los estantes con libros y las paredes con grabados. No obstante, el blanco apartamento terminó por recordarle a un quirófano de hospital, estéril.

La mañana de aquel cumpleaños, al abandonar el dormitorio que hacía a veces de estudio, pasó junto a la puerta con tres cerraduras. Nadie debería vivir parapetado detrás de tres cerraduras. En la diminuta cocina, preparó café para después detenerse frente a la ventana de la sala de estar y observar hacia abajo las criaturas arrastrándose como hormigas a lo largo de la calle, y luego la terraza de enfrente donde cinco plantas perennes anémicas se erguían en macetas, el único toque verde alrededor.

En el baño se miró al espejo, algo que rara vez hacía. Sabía que se parecía un ratón pardusco. Su pelo lacio, cortado en forma de casquete, era marrón. Sus ojitos eran de un marrón apenas más oscuro. Inclusive su piel tenía un tinte cetrino. Sus facciones eran vulgares.

También sabía que tenía la personalidad de un ratón. ¿Cuántas veces, al encontrarse con alguien al día siguiente de una fiesta a la que ambos habían asistido, le preguntaban si ella había estado allí? Tenía muchas relaciones pero pocos amigos.

¿Sentía compasión de sí misma? Decididamente no, puesto que ella era ____ (sin apellido), una ilustradora cuyo talento abarcaba desde delicados pasteles realistas hasta manchones abstractos de colores audaces, desde sombríos grabados en madera hasta alegres collages. Contaba con un numeroso grupo de admiradores fervientes a quienes no les importaba ni su apariencia ni su personalidad. Eran niños, sus padres, otros adultos…todos los que se interesaban en los libros infantiles. Ella era una de las personas más jóvenes ganadoras de la Medalla Caldecott, entregada  anualmente por la Asociación de Bibliotecas Norteamericanas al ilustrador del mejor libro con dibujos del año.

Podía seleccionar los manuscritos que deseaba ilustrar, y siempre estaba atiborrada de trabajo. Autores y editores estaban dispuestos a esperarla. Sus ingresos satisfacían sus sueños.

En una época había considerado su apartamento como un lugar de paso en el camino a un hogar que compartiría con un hombre desconocido. Esa mañana de cumpleaños enfrentó la dolorosa realidad: nadie compartiría su vida… lo que no constituía un motivo para negarse las comodidades de un hogar propio.

Ese mismo día se hizo un regalo de cumpleaños, un pequeño auto amarillo. Al día siguiente se dirigió al norte, a las Berkshires, una cadena de colinas verdes en Massachusetts que se adentra, al sur, en Connecticut y, al oeste, en Nueva York.

Una semana y varios agentes inmobiliarios después, conoció a sus soldados, que al parecer escoltaron a la vieja y pequeña granja con su pintura descascarada y, más allá, a un arroyo brioso que corría a través de un bosque en miniatura.

Perfectos Desconocidos (LouisTomlinsonyTú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora