CAPÍTULO CUATRO

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"Tras un período oscuro, esta crisis se fue diluyendo y logré convencerme de que tenía que vivir, pero envuelto en una pena profunda; no volver a sonreír nunca... forzar a mis amigos a caminar junto a mí al paso lento de mi melancolía; enseñarles que este es el verdadero sentido de la vida...martirizarlos con mi propio dolor."
Oscar Wilde - De Profundis
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"¿ME HAS VISTO?"

"SE OFRECE RECOMPENSA"

"SE BUSCA"

"PERDIDO"

Las calles de la ciudad de Akatsuka estaban empapeladas con fotos de Jyushimatsu y la residencia Matsuno se encontraba mientras tanto sumida en el más pantanoso silencio y la más desesperante angustia que jamás ha propiciado nada bueno. El teléfono permanecía mudo. Siete días habían pasado desde la desaparición de Jyushimatsu y aún no se tenía noticia de su paradero. "Ahora solo queda esperar. Paciencia", les habría rogado el oficial de policía al momento de ir a reportar su desaparición a la comisaría ¿No habían sido todos ellos, acaso, mesiánicos poetas de la espera?
Sin intención de cesar, la grisácea lluvia seguía cayendo, borrando cruelmente, en su inocencia, rastro alguno.
Un silbido invernal recorre vagamente los pasillos de la residencia; la puerta se abre de golpe, las gotas y el viento helados como la muerte ingresan al hogar de los sextillizos, Karamatsu también. Todos se ponen de pie para observar al recién llegado; olvidan la cólera, por unos instantes les invade la esperanza. La voz maternal se alza perturbada:

- ¿¡Jyushimatsu!?-

El segundo hijo niega con la cabeza; su madre abandona la habitación derramando lágrimas, su esposo va tras ella. Los cinco hermanos quedan a solas. Todomatsu comienza a llorar, se refugia en el pecho de Choromatsu, quien tampoco contiene su llanto, Osomatsu se acerca a ellos abrazándolos. Karamatsu avanza decidido sin pronunciar ni una sola palabra, el aroma a tierra mojada impregnado en su chaqueta de cuero alertan a Ichimatsu... Si se supone que sólo iría a la estación de policía, entonces ¿Por qué huele como si hubiese estando paseando por el pastizal?
La noche cae, cede ante las agujas de reloj que arrastran su ser siempre hacia adelante; la familia Matsuno se acuesta, aunque difícilmente llega a conciliar el sueño. Los ojos hinchados de Todomatsu y Choromatsu no hacen más que ornamentar las ojeras que ya están empezando a formarse. Es temprano, apenas las diez; podrían haberse acostado más tarde, como tantas otras noches luego de un entretenido paseo y delicioso oden, pero no. La tormenta estalla del otro lado de las paredes humedecidas de soledad; solo los transeúntes que vagan refugiando su humanidad de la bravura de las gotas logran olvidarse, por un momento, de la dura realidad que atraviesa dichas murallas.
Era una de esas noches en las que el mundo se removía lentamente; aquello que acontecía en la oscuridad de su seno acontecía al mismo tiempo en el interior del cuarto hermano, en sus propias entrañas, su oscuridad no se diferenciaba de la del exterior; acostado en su cama con miles de ojos facetados en interrogantes, espiando la oscuridad, con los labios ennegrecidos de respirar, sin pensar, reflexionando, Ichimatsu ennegrecía también; se sentó, contemplaba el vacío cuando de repente un mareo totalmente endurecido y profano se apoderó de él. Un poco más y habría quedado petrificado.
Los ojos del segundo hermano azotaban a los ojos del cuarto hermano.
La vida secreta de la noche se reducía al gusto metálico de una pesadilla huidiza.

El cielo rugió, un relámpago reclamaba lo que tanto tiempo había callado.

-No puedo dormir- pronunció Karamatsu.

ANTE LUCEMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora