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¡Qué noche terrible! ¡Qué pesadilla! Casas sin escaleras, ascensores que bloqueaban, techos que se desplomaban...

Dong Sun se quedo un instante parado delante de las escaleras. ¿Qué elegir? ¿Cómo llegar a la oficina después de los sueños de esa noche: escaleras o ascensor?
Al fin se decidió por el ascensor. Había dormido muy poco y muy mal, no tenía ganas de enfrentar esos escalones que, aunque pocos, esa mañana parecían interminables. Mientras hundía el botón rojo en el relieve del número 2, repasaba en la mente el discurso que había preparado, aunque sabia que terminaría improvisando. Igual que hacía en la universidad antes de algún examen importante.

Esta vez era diferente, un examen siempre se puede repetir, pero ahora tenía una única ocasión y no podía de ninguna manera desperdiciarla. Ni siquiera el mínimo error, pues implicaría el fin.

Una vez alcanzado el segundo piso, recorrió el pasillo con paso lento y la mirada fija en el piso, deteniéndose solo delante de la última puerta. Metió la mano en el bolsillo derecho de sus pantalones para buscar las llaves de su oficina y miró al rededor. Habría podido describir ese lugar minuciosamente aun con los ojos cerrados: la alfombra que pisaba cada día desde hace muchos años, los cuadros en la paredes que contaban cada uno una historia diferente, las grandes plantas en las esquinas del corredor, que una bella muchacha regaba, y la pintura ya gris por el paso del tiempo. Y también sus colegas, los más simpáticos y los más odiados que, como cada detalle de ese edificio, habían constituido un pedazo más o menos importante de su vida.

Suspiró antes de dar vuelta a la llave en la cerradura, después bajó la manija, abrió la puerta y de golpe se paró, como si hubiera tomado de improviso una decisión diferente. Vaciló unos instantes y cerró la puerta sin entrar en la habitación. Volvió por el pasillo, recorrió un breve tramo y se dirigió hacia un escritorio cercano. Escuchando sus pasos, la mujer que estaba allí sentada levanto la cabeza y al verlo, le sonrió.
Cuando el hombre estuvo cerca, le dijo:

—¡Buenos días, director! Ya llegaron los faxes que esperaba. Los llevo inmediatamente a su oficina.

—No —respondió tajante—. Los revisaré más tarde. ¿Ya llego el presidente?

La señorita Cinthia, la secretaria de Park Dong Sun, quedó sorprendida por la respuesta dura y fría de su director, usualmente tan cortés y educado. Después de la sorpresa inicial, se apresuró a responder que el presidente había llegado hacía poco y que podía encontrarlo en su oficina.

—Gracias —respondió, volviendo rápidamente sobre sus pasos.

Una vez dentro, descargó el maletín sobre una silla, colgó el sobretodo y se sentó en su escritorio apoyándose con los codos y tomándose la cabeza entre las manos, sin saber bien qué hacer ni qué pensar.

Golpeó con un puñetazo el escritorio, fruto de la desesperación, e hizo caer un marco con la fotografía de toda la familia, tomada con ocasión de un cumpleaños de Jimin. En esa imagen, él niño sonreía feliz de posar delante de la cámara, abrazado por sus padres.

Ante el recuerdo de aquel día, una débil sonrisa se dibujó en los labios de Dong Sun, una sonrisa que rápidamente se transformó en una expresión dura, de determinación. En ese momento, como si hubiera encontrado finalmente la fuerza que necesitaba, Park se levantó y se dirigió a la oficina del presidente.
No vaciló un segundo, golpeó la puerta y entró.

—¡Buenos días, señor presidente! —exclamó. Su saludo fue respondido. Se acercó a su superior que en ese momento estaba tomando un café y lo invito a sentarse y a acompañarlo.

—Dos terrones ¿Verdad? —preguntó, mientras abría la azucarera.

—¡Hoy tres, gracias!

—¿Y eso?¿Hay algo que debe endulzar? —preguntó divertido el presidente, extrañado por el cambio, mientras le pasaba la taza.

Park Dong Sun se tomó unos segundos antes de responder. No sabía bien qué decir ni cómo plantear el discurso. Buscaba las palabras justas, hurgaba en su mente para encontrar la mejor manera de comunicar su decisión.

—Debo hacer más dulce mi partida —dijo simplemente al final.

El presidente se quedó mirándolo por unos segundos con aire interrogante y Park, con tal de huir de esos ojos, comenzó a darle vueltas a la taza entre sus manos y a mirarla como si quisiera imprimir en su mente cada detalle del logo del banco estampado sobre la cerámica.

—¿La competencia le ha hecho un ofrecimiento mejor que el nuestro? —preguntó el hombre receloso.

—¡No, no! En realidad quisiera pedir un traslado.

—¿No se encuentra bien aquí? —continuó el otro, levantado una ceja.

—Al contrario, me encuentro muy bien. No se trata de mí sino de mi familia. Debo volver a Corea. Tengo que encontrar un corazón. Sé que puede parecer extraño, pero... ¡es así!

—¿Un corazón? ¿Qué quiere decir? —preguntó el presidente, sorprendido por la respuesta.

—¡Necesito un corazón para un trasplante! ¡En verdad lo necesito! ¡Y debo ir a Corea para conseguirlo! Quisiera ser transferido a una de nuestras filiales coreanas.

En ese momento sonó el teléfono. El presidente levanto el auricular y la secretaria le aviso que la reunión prevista estaba por comenzar y que lo esperaban.

—Lo lamento —se disculpó el hombre—, temo que tendremos que continuar nuestra conversación más tarde. De cualquier manera, aunque no entendí bien su problema, me parece que se trata de algo muy serio y quiero que sepa que estoy a su entera disposición.

—Se lo agradezco, se lo agradezco infinitamente —respondió Dong Sun, estrechando la mano del presidente, quien notó una extraña luz en los ojos de su colega.

Unas horas después descubriría que esa era la luz de una esperanza que, en la oscuridad de la impotencia y de la angustia, Park Dong Sun había temido perder.




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ღ     Eѕcυcнαrάѕ мι corαzóɴ      ღ
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Eѕcυcнαrάѕ мι corαzóɴღ『YoonMin』⌊Adaptación⌉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora