Sólo Tengo Diecisiete Años.

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El día de mi muerte, fue tan común como cualquier día de mis estudios escolares.

Hubiera sido mejor haber regresado  como siempre en autobús, pero me molestaba el tiempo que tardaba en llegar a casa. Recuerdo la mentira que le conté a mi mamá para que me prestara el automóvil. Entre los muchos ruegos y súplicas, le dije que todos mis amigos manejaban y que concedería como un  favor especial si me lo prestaba.

Cuando sonó la campana de las dos y media de la tarde, tiré todos los libros al pupitre porque estaría libre hasta el otro día a las ocho cuarenta de la mañana. Corrí eufórico al estacionamiento a recoger el auto pensando sólo en que lo habría de manejar a mi libre antojo. 


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