Los fuegos artificiales

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La noche en la cima de nuestra montaña nunca era del todo oscura. 

Un aura azulada siempre estaba presente iluminando tu rostro, casi impregnándose en tu color de piel, creando un manto marino encima de nosotros y estrechando las manos con nuestras pieles pegadas.

Sabía que nunca debía de hacerme ilusiones si de ti se trataba, pero hace mucho tiempo dejé de intentar evitarlo. Era inevitable, toda tu existencia era una ilusión. Tu perfección era un vivo error de percepción. 

Pero esta noche había sido tan perfecta. 

Amaba que me lo hagas rápido, y apresurado. Casi enojado. Pero también adoraba cuando eras suave. Pacífico, y tratabas a mi piel como el ala de una mariposa posándose en tus párpados. 

Amaba cuando me besabas las clavículas, tatuando tu recuerdo con tus dientes en ellas. Y bajabas por el resto de mi desnudez, frotando tu nariz en mi aroma a jabón de coco.

Cuando me lo hacías, sentía absolutamente todo de ti. Cada músculo de tu cuerpo aplastando mis ansias de sentirte obtenía la atención de todas mis neuronas. Exclusivamente. 

Mi estómago se retorcía al sentir tu lengua paseándose por el interior de mis muslos, y mi espina dorsal bailaba de felicidad por saber que tus venosas manos sujetaban con posesión mis caderas. Todo, toda esta unión, este juego nocturno y secreto, lo hacíamos en la punta de la montaña. 

Y mi corazón podría explotar de felicidad, porque cada vez que me atacabas con un espasmo, mis ojos se abrían tan grandes que podía ver a la inmensa luna mirándonos fijamente. 

Amaba que me des esta clase de atención frente a ella. En estos momentos, eras solo mío, y yo, innegablemente tuyo.

Esta noche era tan especial. 

Frente a nosotros, había un vacío. En aquel vacío, un pueblo celebre y feliz, compartiendo una fecha especial que tus besos en mi cuello me hicieron olvidar. 

Pero tú eras travieso, y me incitabas a portarme mal. Y cuando me interrumpiste diciéndome que querías mostrarme algo en la cima de la tierra, vi en tus ojos que querías llegar a lo más profundo de mi. 

Y no pude decir que no. 

Y fuiste tan astuto al hacérmelo allí. En el medio de la nada, en donde los gritos de auxilio eran imposibles de acatar. 

Porque cuando con tanta profundidad y lentitud me hiciste gritar, nadie a kilómetros de distancia me pudo escuchar. Solo tus oídos orgullosos, conocedores de que eran la razón de mi inmenso placer. 

Y al terminar, vibraste dentro de mi, sacando un grito irreal de mi interior. Abriendo mis órbitas oculares tan grande que de repente, el cielo se lleno de color. 

Y sabía que no fue casualidad, que nuestro orgasmo haya coincidido con mil descargas de fuegos artificiales en el cielo nocturno, sino que fui yo deseando una noche perfecta a tu lado. 

Mágico.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2019 ⏰

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Epitome of eternity ➺ hopevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora