Estábamos juntos, bueno, estábamos cerca. Vos estabas con Manuel, tomando una cerveza, mientras que yo me aguantaba cada una de las estupideces de Mia, está súper loca, ¿sabés? Y ahora, más insoportable que antes.
Pude sentir tu mirada por varios minutos, sé que no te animabas a acercarte, era gracioso, pero no me reí en ningún momento.También quería que me invitaras a bailar, hasta ya tenía mis movimientos practicados. Nah, mentira, solamente espero que no haya pasado por mi mente hacer el baile del robot.
—¿No vas a ir? —Mia me preguntó. Negué rápidamente, no era de tomar la iniciativa, al menos no con vos. No podía evitar que mi pulso se acelerara, no podía evitar temblar. Era como si con vos me transformaras en todo eso que jamás pensé que sería—.
—No. Voy a esperar un rato. —Le contesté mientras le daba un último trago a mi vaso de vodka. Sí, estaba tomando bastante alcohol para mi edad, ¿pero qué importaba? Nadie estaba ahí para prohibírmelo, aunque si así lo hicieran, igualmente no les haría caso—. Además, ¿qué voy a ir a decirle? No seas ridícula, Mia. —Rodé los ojos, suspirando—.
—No sé, algo cómo, “¿Che Pablo, bailamos?” —Imitó mi acción y dejó su vaso de daiquiri en la barra—. Voy con Manuel, no seas tonta y animate, las chicas pueden hacer cualquier cosa que hagan los chicos. —Sonrió y me guiñó el ojo, haciéndome reír. Le di una rápida vista y vi casi como alejaba a Manuel de tu lado, llevándoselo a la pista—.
Sentí una vez más tu mirada, pero en ésta ocasión, se conectó con la mía. Alejé el vaso de mis labios, sintiendo como el calor subía a mis mejillas rápidamente, haciéndome sonrojar como nunca. Y entre tanta música, escuché tu risa.
—¿Bailamos? —Escuché cerca mío. Ladeo la cabeza y me encuentro con un chico, castaño, con barba y varios piercings. Sí, era muy lindo, pero probablemente no tanto como vos—.
—Sí, dale. —Acepté, a éste paso iba a terminar aburriéndome y no quería irme tan temprano. Fuimos a la pista y empezamos a bailar. Mis manos recorrieron tanto su cuello como su ancha espalda, igualmente que sus manos mi cintura—.
A lo lejos te vi con una rubia casi de plástico, sinceramente hasta Barbie y Mia juntas se veían mejor que ella en todos los sentidos posibles. Estaba celosa, un poco enojada también, porque te esperé toda la noche, y sin embargo, nunca fuiste lo suficientemente valiente como para venir e invitarme a bailar.
Esa noche intercambié números con Patricio, sí, así se llamaba. Lindo nombre, lindo chico, no podía negarlo.
Después de que bailáramos tuvo que irse, no podía llegar tarde al trabajo, menos cuando estaba a punto de firmar con una nueva discográfica. Tenía una banda de rock por lo que pudo contarme en algunos minutos, era gracioso, simpático y muy atento, todo lo que creí que vos eras, pero terminé equivocándome como las mejores.
Mi noche casi entera se basó en mirarte, en ver como besabas el cuello de aquella rubia, como bajaba sus manos por tu abdomen y como cada vez que tenía oportunidad, se restregaba contra tu entrepierna.
Seguramente quería una buena noche, como yo, aunque no en ese sentido. Finalmente, te quedaste con ella ese día, pensé que iba a ser el único en el que me fallaras, pero otra vez me equivoqué.
Tropecé tantas veces con la misma piedra que ya hasta aprendí a convivir con ella, y cuando vuelvo a tropezarme y me raspo las rodillas, me ofrece una bandita para ponerme en la herida, la herida que se llamaba, se llama y se llamó; Pablo Bustamante.