El caballero sagrado

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La desesperación empezaba a aparecer, no lograba plasmar la imagen exactamente como estaba en su cerebro, odiaba cuando eso pasaba, la tristeza apareció al igual que la frustración y la ira, el lienzo terminó en la basura, como los últimos doce, estaba desesperado, vivía de la pintura y si no vendía nada estaría en graves problemas. Rebuscó entre los cajones de su desgastada cocina, en las alacenas, sobre y dentro del refrigerador, no había nada para comer, otra vez, suspiró cansado, ¿dormir?, ni que se diga, ¿de qué valía?, solo era una enorme pérdida de tiempo, hora de salir de compras con el poco dinero que le quedaba.

La nieve caía de forma torrencial en las calles, lo había tomado por sorpresa y ahora se encontraba lidiando con ella, cientos de ideas giraban por su cabeza provocando una enorme desesperación por volver a casa y pintarlas, sabía que nada de eso se vendería, por el asco que provocaban sus retratos o por el simple hecho de no querer dárselos a alguien. Su mente se debatía, peleaba, hasta que un suave llanto lo detuvo frente a un callejón, tan triste y hermoso, aquel llanto lo llenó de una emoción que no había sentido antes, buscó con rapidez entre las cajas y botes de basura hasta dar con él, un delgado chico de cabellos rojos y despeinados, sucio y herido, se notaba inmediatamente que era extranjero, una amable sonrisa se dibujó en los labios del pintor haciendo temblar al chico que inmediatamente retrocedió.

—Tranquilo, no te haré daño.

Su mano fue tomada con cuidado y miedo, sus piernas flaquearon pero el rubio evitó que éste cayera, con cuidado lo llevó a casa. Curiosidad, era lo único que rondaba en su mente al observar al contrario comer con desesperación, ¿desde hace cuanto estaba en las calles?, no importaba mucho en realidad, sólo una cosa le importaba: pintaría cada rasgo de el joven de cabellera roja. Las tardes se transformaron en sesiones de pintura, mientras el pintor plasmaba sus facciones en el lienzo el chico no podía moverse, lo único que valía la pena hacer era sonreír.

Muchos creerían que no tendría que pasar mucho para que se enamoraran, un joven y amable pintor, y un desdichado y abandonado extranjero, el amor era el segundo escalón en aquella escalera de clichés, tal vez estaban hartos de ellos y decidieron saltarlo, el amor nunca se acercó a lo que sentían el uno por el otro, no todo lo que sucede en el mundo se centra en el romance. Los violines sonaron nuevamente, la excitación recorrió su cuerpo, una extraña vibración fue hasta la punta de sus dedos plasmando algo completamente diferente a lo usual, una lágrima cayó por su mejilla al mismo tiempo que el pincel golpeó el suelo, preocupado, el chico pelirrojo se apresuró a recogerlo y acercarse a él. Sobraban las palabras, el silencio sepulcral ahogaba la habitación en una enorme corriente de dolor, sin decir más fue hasta su habitación y cerró la puerta.

Al cantar las primaveras la casa estaba sola, no había ni un alma, la noche anterior un terrible dolor obligó al pintor a acudir al hospital de inmediato, sabía lo que pasaría y no temía, nunca lo había hecho, picaban con agujas el reverso de sus codos y muñecas, una mascarilla de oxígeno estaba atada a su boca mientras las lágrimas resbalaban por los costados de su rostro. El joven extranjero solo observaba desde lejos, ausente, como aquel que lo salvó agonizaba sobre una camilla, nunca se lo dijo, no tenía por qué, no había una razón pero aún así dolía enterarse de esa forma.

—Foxy —llamó volteando la mirada hacia él.

Se acercó a pasos lentos y mirada gacha, no quería verlo, sabía que esa sería la última vez que sus ojos se encontrarían y no quería perderlo, lo quería más que a nada, tenía un terrible miedo que azotaba su corazón llenando sus ojos de lágrimas que no tardaron en caer.

— Eres un idiota —musitó—, sabias bien que nadie compraría algo donde una cosa como yo estuviera retratada pero aún así no pintaste algo más.

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