El viaje recurrente

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Existe un hombre cuyo sueño es recorrer el mundo. Sin embargo, sufre un extraño fenómeno: no puede desplazarse a ningún lugar.

En su primer intento prófugo, calza sus zapatos, viste una sudadera y se aventura a salir de su cuarto. Baja las escaleras, cruza la sala y abre la puerta principal mientras simultáneamente se conmueve con la emoción de salir, perderse planeando ¡qué maravillosos parajes visitar primero? es tanta la emoción que enciende la luz de su habitación. Sí, de su habitación en la que sin duda estaba.

Sin perder el ánimo, emprende hoy una segunda huida más radical. Salta desde la ventana de su cuarto y aterriza sobre la rama de una vieja, pero fuerte, encina del jardín vecino. Las ramas más pequeñas se enredan en su ropa, pero se precipita hacia el tronco principal y baja al suelo con un mal salto que lo deja postrado en el césped. Sin embargo, se levanta y corre adolorido tan lejos como le es posible. La fatiga lo asfixiaba, agarraba sus piernas y no lo dejaba avanzar. Así que extiende su brazo, abre el refrigerador y toma una fría botella de agua. Afortunadamente, siempre cuenta con agua fría en el refrigerador de su cocina. Sí, de su cocina en la que sin duda estaba.

Intenta una y otra vez repetir el procedimiento con esperanzas de poder salir por fin de casa. No obstante, una y otra vez llega sin saber cómo: a su baño por gracia fría del agua que había tomado y lo urgía hacía sus necesidades más básicas; a su cuarto cuando recuerda que no había aplicado bloqueador solar; a su sala cuando nota que no llevaba un paraguas para el antipático clima bogotano; a su casa, siempre llegaba a su casa y no puede explicarse cómo lo lograba si nunca daba vuelta.

Hoy nota que algo en él, en su dilatación de los sucesos, le impedía viajar, pero siempre obstinado cede la responsabilidad a alguien más. Sale de su casa y toma un taxi. Insta al conductor a que lo llevara dónde quisiera siempre y cuando fuera muy lejos. Algo consternado y sin embargo con presura, el conductor siguió y persiguió la instrucción de alejarse. Las casas y las personas retrocedían en la ventana cada vez más rápido. Nuestro hombre mira hacia atrás feliz de verlos perderse en la distancia o desparecer con el ángulo responsable de cada vuelta del automóvil. No obstante, pasaron los minutos y el conductor empezó a sospechar que una instrucción tan maravillosa escondía cierto engaño. En seguida preguntó por cuánto tiempo seguirían alejándose y si contaba con dinero para pagar el recorrido. El auto se detuvo. El valor del viaje hasta el momento era de dieciséismil pesos. Desafortunadamente sólo cuenta con docemil de modo que pide al conductor esperar un minuto. Baja rápidamente del auto y abre la puerta de su casa, toma cuatromil pesos que había dejado sobre la mesa del comedor y sale de inmediato a pagar antes de que el conductor piense que tenía alguna intención genuina de estafarlo. El conductor recibió su pago y en seguida se marchó. Nuestro hombre ve cómo se aleja el vehículo desde la puerta de su casa. Sí, desde el umbral de la puerta de su casa en el que sin duda estaba.

Cansado por lo sucedido, se acuesta a dormir con la convicción de que su perseverancia encontraría éxito al día siguiente. Amaneció y hoy se levanta con un fervor viajero renovado. Piensa hacer un viaje del cual ni el mismo Odiseo podría regresar, un viaje sin nostalgia. Toma sus tiquetes y un taxi al aeropuerto. Una vez en la aeronave, observa el oleaje de las nubes contra las alas. Con el folleto turístico de la isla Lipari en mano, pretende planear su futura aventura de perpetua erranza que iniciaría con un buen banquete al llegar. Aunque quizá sea más apropiado dormir cómodamente después de las tres escalas del viaje. Al día siguiente se encontraría con su tío Ayolo Bonuvento quien le alquilaría un bote para navegar las costas de Italia. Intenta dormir un poco. No obstante, su sueño murió prematuro. Se anunció que harían una parada de emergencia debido a que la aeronave necesitaba inspección. No ha de saberlo nuestro hombre, pero esa misma mañana los técnicos encargados de la revisión de la nave tuvieron una disputa por la diferencia de salarios y, fruto de la pugna, no se hizo el mantenimiento adecuado a las turbinas diestras, lo que les impedía adiestrar los siniestros vientos turbulentos que llegaban por el costado derecho.

Dándose así las cosas, fuera de su sueño por hechos repentinos, él empieza a temer y se da consuelo. Todo debe estar bien. Recuerda su meta real, su meta de todos los días. Ha viajado más de diez horas, ha visto las nubes cubrir todo lo que para él es conocido y no permitirá diversiones, perversiones, en su viaje. Al llegar, verterá sus pasos como gotitas furtivas fuera del aeropuerto, sea cual sea, para que el bucle fatal no se dé cuenta de su presencia. No importará cual sea el idioma local, si acaso convenga que resulte ser uno de los tantos que conoce, quizá desde allí pueda tomar un bus que lo interne en esa nueva y desconocida ciudad que tan bien recuerda. Sabe que estamos en tiempos crueles y hostiles, pero tratará de llegar a alguna casa y recurrirá a la arcaica hospitalidad o a la piedad, si es que estas pasiones pueden hacer que alguna familia lo admita en su hogar al menos por la noche. Contará allí su historia en medio de la cena y sabrán cómo ha sido perseguido.

Sí, sí, ya aterriza la aeronave en la exótica ciudad. Ejecuta su plan. Sale con éxito del aeropuerto, mucho más fácil que cuanto fue planeado. Toma el bus en la parada de siempre, se baja en el vecindario que considera más conveniente y encuentra allí una casa de apariencia amigable. Llama a la puerta. Lo hace de nuevo, una vez más. No hay nadie en casa, pero él no quiere buscar otra. Ha tomado la determinación y debe entrar a esa casa antes de que el fatalismo lo encuentre y le aplique su mal de todos los días. De repente, recuerda que siempre deja una copia de la llave de la puerta principal enterrada en la maceta con una flor que está junto a la entrada. Curiosamente ve una concha de caracol seca junto al tallo y allí encuentra la llave justo como la considera. Saca la llave y limpia los residuos de tierra, decide probar la llave en la puerta. Inicialmente siente cierto alivio al comprobar que funciona, así mismo con cada grado que describe la apertura de la puerta empieza a sentir cierto temor conocido. Sí, el temor en el que sin duda estaba.

El viaje recurrenteWhere stories live. Discover now