Ad voluntatem

11 2 0
                                    

Se dice que la actitud y el entusiasmo de las personas hacen que la realidad se dé de uno u otro modo. Lo veo como una regla secreta, un principio fundamental, del cual me considero incrédulo, pero no desconocedor.

Le dicen que el pesimismo, crimen del que se confiesa devota, sólo desencadena resultados perversos en el diario vivir. Y sí: así le marcaron un más en la mente. La incitaron a pensar siempre en el mejor resultado posible. Cambiaron su polaridad y, sin duda, empezó a pensar másimamente +++.

Bajo este misterio del universo, un día ella decide que puede cambiar sólo con su disposición los acontecimientos que han de suceder en el mundo. Sin aviso previo, su querer se hizo acto. No escatimó en asombro cuando de un momento a otro los acontecimientos más sencillos del día le acogían con una sonrisa: el bus coincidió con ella en la parada, pudo tomar un codiciado asiento seismañanero rumbo al trabajo y el día le amaneció con un frío graduado y escalado para equilibrar el calor de la multitud que comparte involuntariamente este saturado transporte. Todos sus ojalás veían la luz de la realidad y ella feliz sólo esperaba, por alguna razón, no tener clase hoy.

Su esperanza fue determinante. Al llegar al puente que separaba el paradero de la universidad, vio pasar grandes tanquetas y escuadrones antidisturbios que irrumpían en la institución con la gracia de que esa sería la única oportunidad para el equipo táctico de pisar suelo profano. Se les veía entrar triunfantes como invasores de una Troya que habían aguardado ya una década para ultrajar, saquear y violar los templos del saber. Ya podía ver cómo la cólera divina arruinaría la vida de aquellos agentes en la década venidera luego del saqueo.

Pero mi querida canalla es indolente, es inmutable. Ya ha aceptado con indiferencia la condena del mundo y no comparte causas justas, sea para ganar o sean ya perdidas. Su interés sólo podía cuestionar cómo era posible que haya sucedido todo cuanto ella había anhelado en el mismo día. Qué tan probable era que ella pudiera predecir las casualidades de su vida. 

Casi sin notarlo, se propuso regresar a casa. El bus ya estaba ahí, llegando con perfecta sincronía. Con un poco de retardo, se percató de que no podía ser casualidad ¿Y si acaso no quería pagar el pasaje? Así fue. El lector electrónico que permitía el ingreso al bus no funcionaba. El conductor, ya conocedor de la avería, le comento que podía ingresar. ¡No, cómo podía ser cierto! no era un día afortunado, algo más siniestro estaba ocurriendo. Estaba soñando, era lo más seguro, era lo único seguro. Incluso si estaba despierta, debía ser que la vida sí es algún sueño de Descartes con un ente abominable controlando nuestro dormir.

Se quedó un momento en silencio y contempló la posibilidad de generar mutaciones en la realidad. Consideró la situación con detenimiento. De ser verdad esta hipótesis disparatada, sólo debía mantener una voluntad benevolente para que ocurrieran sucesos benéficos. Hasta el momento su querer no había perjudicado a nadie. Digo: un asiento o la llegada anticipada de un bus, no eran hechos catastróficos. No, sobre la irrupción violenta en la universidad, eso es obra del estado, seguro que no la hubiera podido evitar, seguro que no la causó. Ella deseó no tener clase, nunca pensó en el cómo y era anticipado creer que tenía algo de responsabilidad en ello. Pero la duda, la duda no la podía dejar descansar.

Hasta el momento no se había cuestionado por los límites de su don, si es que acaso era posible la hipótesis. Si pensaba algo catastrófico, como una muerte o un accidente, podría volverse una criminal de pensamiento. Y ella, que albergaba tantos monstruos en su pensar, sólo se sentía víctima de un talento insoportable que la obligaba a ver el mundo de una forma irreal. Tendría que pecar por ser ingenua y positiva, pero debía mantenerse así para evitar toda catástrofe. Debía entregarse a todo optimismo descarado antes de correr el riesgo de pensar una calamidad por sólo un segundo, y lamentar su ocurrencia inmediata.

A lo mejor, no era tan arduo vivir así. Quizá el sólo hecho de pensar que sería muy difícil vivir con esa capacidad y mantenerse pensando de forma positiva era lo que en realidad se materializaba en su curiosidad peligrosa que la tentaba a pensar un choque de autos sólo para comprobar los alcances de su don.

Se preguntó entonces qué sucedería si llegaba a pensar en su propia muerte. Moriría, lo deseó por ese segundo, pero eso no había sucedido. Si pensaba en la resurrección o en sucesos ilógicas, el mundo se podría contradecir. Sin embargo, no se contradecía. Entendió que tales sucesos no acontecían puesto que, en su naturaleza más interior, eran irracionales y no creía realmente en su realización.

Quiso distraerse un poco. En seguida, un pasajero más ingresó al bus, pero no tomó asiento. De su maleta, cargada por delante, sacó un par de maracas y entonó una canción que ella conocía, aunque no disfrutaba. Ya terminada la intervención, pasó puesto por puesto pidiendo monedas y recibiendo algunas.

Constató el poder de su voluntad, lo constató más al ver que el hombre dejó caer sus maracas justo mientras ella se preguntaba qué pasaría si quisiera que se le cayeran. Su don era una verdad evidente. Pensó con peligro en su propio morir. Un segundo, dos segundos. Seguía respirando.

Era su mente que codiciaba con contradecirse. La pericia de su mente no queriendo terminarse. Por eso se mantenía viva: por el instinto de supervivencia. Sabía bien que, con una verdad semi-aristotélica, la vida buscaba a la vida y por tal razón nunca moriría. Meditó sobre la vida en sí misma. Notó que la muerte, ese concepto antagónico, sólo era una etapa del vivir, y sólo al morir su materia podría engendrar nueva vida. Es decir que la única forma de que la vida buscara a la vida, de que la vida llegara a la vida, sería a través de la muerte. Era algo bien sabido, pero nunca lo había tomado con seriedad en sus implicaciones.

¿La naturaleza podía contradecirse de tal modo que los seres vivos tuvieran en sí mismos una tendencia a no morir, pero al mismo tiempo la muerte era el único medio para renovar y mantener la vida? claro, todo a falta de la precaria inmortalidad. Algo estaba mal. Los seres vivos no tienen un mecanismo de autopreservación infalible. De ser así, el rabo del ojo de un ciervo dispararía un mecanismo cerebral que le hiciera escapar en último segundo de la mordida depredadora que se precipita sobre él. Sin embargo, el rabo del ojo sólo alcanza a premeditar y morir en un pánico que nunca alcanzó a ser.

Si la vida tuviera la tendencia por la eternidad, no envejecerían las células, no estaría este mundo diseñado para el deterioro, pero lo está. El deterioro es realmente la vida, es el suceso extraordinario en el que seres diminutos, en que nueva vida emergente, se alimentan de sus padres sedientos de eternidad.

Puede que incautos lo piensen como un defecto inscrito en lo más profundo de los códigos de la vida y los ácidos de nuestra existencia, pero la muerte es la mayor virtud de la vida misma. Nuestra conservación no es más que un miedo temible a la muerte, al dolor, a afrontar nuestra finitud. Luego de pensar esto. La muerte era naturalmente lógica e incluso sería razonable que, al pensar en este concepto, se materializara en su deceso real. Así fue como finalmente murió.

El viaje recurrenteWhere stories live. Discover now