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Mis mañanas nunca habían sido tan bellas, de hecho, odiaba despertar, tener que llevar esa vida tan perturbadora me aburría, siempre lo mismo, del trabajo a casa y viceversa. Me hartaba.

Mi rutina era tan monótona, en ocasiones era hasta emocionante ir al supermercado. Pero todo eso cambió cuando tú llegaste a mí, a cuidarme y a darme una vida mejor, no en el sentido económico, sino, en el... ¿Amor?

Cada vez que te miraba, a lo lejos, mi corazón, mi cabeza, se volvían un completo desastre, rompiste mi rutina, porque había algo que hacía más, pensar en tí. Al despertar, pensaba en tí, cuando almorzaba, pensaba en tí, cuando iba a dormir, tú eras la última persona en la que podía pensar. Mi única aspiración era tener al menos una sonrisa, y al final, después de un año lo logré.

Caminabas solo saliendo del trabajo, la noche era fría y al parecer se te había olvidado llevar algo más que te cubriera, sentí pena y a la vez emoción, era la oportunidad de poder hablar contigo, mi suéter estaba caliente y mi chaqueta aún más, podría dártela y acompañarte a casa también. No podía permitir que algo te pasara.

Estabas sentado esperando tu autobús, te veías bien bajo la luz artificial de la pequeña parada, tenías los su puestos, estoy seguro que era tu canción favorita, porque tarareabas y tus pies se movían con el ritmo. Al parecer habías perdido el último autobús y parecías hastiado de todo eso. De tu mal sueldo en el café, de hombres que a pesar de que era de día te faltaban al respeto.

Cuando salía de trabajar a la hora del almuerzo, prefería tomar mi típico capuccino, porque sabía que tú me lo darías y con una sonrisa que para mí no se veía falsa. Te veía todos los días, esperando que te dieras cuenta.

A paso tembloroso, me acerqué a tí esperando a que siquiera me reconocieras. Me senté a tu lado y me miraste, no tenía idea de que decir, pero tú siempre has sabido decirme algo, sin siquiera palabras. Me diste una tierna sonrisa quitándote un audífono, te veías hermoso sin tu uniforme y con solo ese overol de mezclilla y esa camiseta amarilla ancha, te veías tan tierno, tan bello ante mis ojos, ahí es cuando pensé que estaba soñando.

Sentía que mi cara iba a reventar al igual que mi corazón, me estabas sonriendo y yo solo te miraba sin ninguna expresión, seguro pensabas que me veía tonto, porque te juro que en ese instante yo sí lo estaba pensando.

—Te conozco —Dijiste como un niño chiquito, con esa voz suave que hasta ese día tuve el gusto de escuchar —Tu vas todos los días al café y pides un capuccino —Mentiría sí dijera que no me impresionó que me recordaras —Siempre he querido hablar contigo —Eso me impresionó aún más —Pero no encontraba las palabras exactas.

Y yo tampoco en ese momento.

El silencio era incómodo para mí pero para tí no parecía, solo sonreías como si te hubiera contestado algo, como si me conocieras, como si supieras que estaba pensando.

—Me llamo Im JunHyeok —Pusiste tu mano frente a mí, no quería que sintieras mi mano sudada —Bueno, si no quieres —Volviste a poner tus manos en tu regazo —Bien... —Creo que empezaste a sentirte incómodo —¿Eres mudo?

—¿Eh?, No, emm, perdón, yo, solo —Estaba sudando y había frío, diste una risa tierna, yo sonreí por escuchar —Soy Park SungJin.

Vaya, sí supieras cuánto me costó decir esas simples tres palabras, creía que estaba a punto de desmayarme y más cuando sonreíste, JunHyeok, eras y eres tan dulce.

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c h o c o l a t e  [초콜릿] ;SunHyeokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora