La perilla del baño

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El desayuno estuvo delicioso: jugo de naranja, miles de panes con salchicha y cebolla (tendré que lavarme la boca; apesta horrible), y huevos fritos. En mi panza ya no cabe ni un gramo más, pero como dicen: barriga llena, corazón contento.
En fin, ahora tengo que ir al baño a lavarme; hoy habrá una reunión familiar en la casa, y no quiero que la gente capte el asqueroso olor de mi boca (el cual es capaz de matar mi jardín de un soplido).
Llego al baño; ¿qué crees? No hay pasta dental. Mierda...
Me siento rara caminando por la calle con la boca apestando.
Metí las manos al bolsillo; al hacer eso me dio un gran susto, pues me faltaban monedas, pero recordé que las dejé en el bolsillo trasero. Miré a los costados y lo saqué. Me fui casi corriendo a casa para ganar el puesto en el baño.
Lamentablemente no llegué a tiempo. El baño del primer piso está ocupado, y lo estará aproximadamente cuatro horas, ya que mi hermanito hace un berrinche de lo peor, tan sólo por ver el agua moverse. Mi mamá tendría que hacer un esfuerzo muy grande en lavarle sólo un brazo, o una pierna. Fui al de arriba.
— ¿Ya terminas en el baño? —pregunté, haciendo lo posible para no asquearme con mi aliento.
—Sí, Martina, en dos minutos salgo —dijo mi hermano mayor.
—Ok...
Para quitarme el aliento y no tener que esperar, me serví un buen vaso con agua. También sentí asco por cada trago que daba, al pensar que esa agua limpiecita estaría contaminándose con esa multitud de bacterias, yendo adentro de mi cuerpo. ¡Qué asco!
Pero bueno, el agua me relajó y me hizo sentir más fresca.
Supongo que ya han pasado los dos minutos.
Ay, creo que el agua ha ido directamente a mi vejiga. No debí haberla bebido tan rápido...
Más razonablemente necesito un baño, pero no es urgente por el momento.
Subí a mi habitación no apta para claustrofóbicos para alistar lo que voy a ponerme: algo vistoso pero modesto.
De repente, escuché unos forcejeos sobre la perilla de la puerta. Después de mucho ruido, mi mamá exclamó:
— ¿Hay alguien ahí fuera? ¡Ayuda, la perilla se atascó!
— ¿Cómo que se atascó? —respondí, extrañada por el caso.
— No puedo abrirla, y le he puesto seguro...
No me cuentes esto, o sea, aquí queriendo entrar al baño y se atasca la perilla justo cuando yo necesito entrar. No no, no podía ser en otra ocasión, sino cuando yo tengo que ir al baño, no otra persona.
Fui a pedir ayuda, donde las ganas de orinar me pellizcaron la entrepierna.
No sabía si pedirle a mi papá, pues está cocinando el almuerzo.
De repente, llega mi tía. Qué bien que ella tiene el número de dos de sus amigos trabajadores de Uniarte.
— Hola, tía, eeh... Tengo que decirte algo importante pero no te desesperes... —ni siquiera le dejé entrar para saludar (o bueno, nos saludamos nosotras únicamente).
— Hola, Tinita, cuéntame, ¿qué pasó?
—La... La perilla de la llave del baño de arriba se atascó, y justo lo neces...
—Aaay, no puede ser... Fíjate que hoy día, Alberto se ha ido de vacaciones, y Julián tiene que atender a su abuelita en el hospital... —renegó mi tía.
Me quedé pensativa; no para pensar en una manera de desatorar la perilla, sino para hallar una forma de deshacerme de mi mal aliento y de mis ganas de orinar.
—Tengo otro número que puede servir, pero a estos no los conozco tan bien... Apenas los he llamado una vez para que vuelen la perilla de la puerta de mi cuarto, y no pude entrar por un mes sin poder cerrarla porque se dañó la puerta...
—A ver, intenta con ese, tal vez sirva de algo...
Llamó al número, y la dejé pasar a saludar, mientras seguía pensando en cómo solucionar mis problemas personales (aunque lo del aliento ya está desapareciendo un poco). Espero que no tarden mucho; aparte que ya quiero estar lista.
Fui a donde mi hermano mayor para avisarle que van a venir unos señores a volar la perilla. No le dije a qué hora, pues no lo sabía. Decidí avisarle también a todos, por si acaso.
Mentalmente, busqué si tenía algo pendiente. Sólo me vestí. Como no tuve otra cosa productiva que hacer, me quedé por largo tiempo en mi teléfono, hasta que escuché que venía otra persona de la familia. Era mi primito revoltoso (que me caía bien a pesar de eso).
Me prometí no bajar hasta haberme lavado para no pasar vergüenza por algo que ya mencioné más de veinte mil veces.
Así, fue llegando cada vez más gente, activando la casa poco a poco.
Mi mamá salía del baño de vez en cuando para saludar, pero igual no podía entrar, pues saludaba y entraba ahí nomás.
Seguí un rato más en mi celular, cuando de pronto, escuché unos pasos subiendo. Eran los señores reparadores.
Me quedé casi dos horas y media en mi teléfono, creo. Lo más curioso es que nadie me llamó en ese tiempo.
Tampoco me percaté de la cantidad de voces que había en el primer piso sino cuando me di cuenta de los señores que estaban subiendo.
Pero lo peor de todo es que mis ganas de orinar han aumentado notablemente. Tan distraída estuve en el celular que me ausenté del mundo real. Ahora, esas ganas incomodaban mi entrepierna. Puse una mano en ella y seguí con mi teléfono, no sin antes saludar a los señores, por supuesto. Vamos, hay que ser amables con los invitados, si ellos van a hacernos el favor de desatorar la perilla de la puerta, así podré entrar a lavarme, aunque orinar lo consideraba más importante por el momento, no quiero terminar empapada en medio de todo un desastre, qué vergüenza.
—Buenos días... —saludé tímidamente.
— ¿Qué tal, señorita? Buenas tardes... —dijeron ambos casi a la vez. Me avergoncé un poco por haber dicho "buenos días" y no "buenas tardes". Maldito celular, me quitó la noción del tiempo, lo cual es lo más raro, ¿quién no se fija en la hora cuando apaga su celular? Creo que soy la única, tal vez, sólo que se me olvidó por completo hacerlo esta vez.
Me quedé por más tiempo en mi teléfono, sólo que ahora, las ganas de ir al baño ya no eran fáciles de hacer que desaparezcan con distractores.
Me recosté sobre la cama, pero cuando hice eso, volví a sentir eso que me molestaba; era como que algo estaba pellizcándome muy fuertemente. Me quedé sentada. Igual experimenté esa incomodidad, pero menos que antes.
Así pasó, hasta que las cosas empeoraron. Cada vez había más ruido, tanto fuera de mí como dentro. Los señores estaban golpeando la puerta con tanta fuerza que, estando cerca (a casi un metro), uno sentía cómo le golpeaba la cabeza del estruendo que provocaban, aunque de vez en cuando, se tomaban un descanso, el cual era casi imperceptible.
Mi ruido interior seguía haciéndome doler en la pelvis. Era horrible esa sensación. Necesito ir al baño cada vez con más urgencia.
La casa seguía llenándose cada vez más, al igual que mi vejiga. La única diferencia es que lo segundo va a estallar en poco tiempo.
Seguí tratando de distraerme en mi celular, pero las ganas eran tan fuertes que no podía concentrarme en lo que sea que vaya a hacer.
Con una mano entre mis piernas, decidí ir a chismosear el trabajo de los señores para ver si ya les faltaba poco. La desilusión que me llevé fue mayor a mis ganas de orinar: la perilla seguía en su lugar, tal como la encontré al principio.
De lo peor. Justo no están los de Uniarte.
Escuché a mi tía subir las escaleras a pasos lentos. Cuando pasó por mi habitación, vi que en sus manos traía una bandeja con vasos llenos de cebada. La boca se me hizo agua cuando vi esos vasos, es que la cebada se veía tan dulce, y encima que estaba helada...
No pensé que ella sabía preparar cebada, o bueno, quién sabe si sólo le encargaron llevársela.
Mi sed llegó al máximo cuando logré escuchar cómo uno de los señores agitaba el vaso; tenía cubos de hielo.
Quise ir abajo a ver si había más de esa cebada, pero recordé que si bajaba, debía ir a saludar a todos; creo que hay como veinte personas más de lo normal.
Tragué saliva y me contuve. Qué bien, ahora también tengo sed.
Qué absurdo; tengo sed y ganas de orinar al mismo tiempo. Sacrifiqué mi sed y ajusté mi mano entre mis piernas.
Con el paso del tiempo, poner las manos entre mis piernas no era suficiente. Me sacudía con más frecuencia, apretaba las piernas, incluso daba saltitos. Dejaba de hacer eso cuando alguien pasaba por mi habitación.
De repente, mi papá subió las escaleras. El corazón se me aceleró. ¡Sin dudas iría a inspeccionar el trabajo de los dos hombres!
Pasó por el pasillo de enfrente de mí, pero no me vio. Estuve arrinconada en una esquina, la cual estaba cubierta de ropa colgada (era como un closet improvisado).
Mi papá saludó a los trabajadores, luego preguntó:
— ¿Ya terminan o todavía?
—Todavía... Hay algo que ha atascado el mecanismo interno de la perilla; aún no sabemos qué es.
—Aaah, ya...
—Lo peor de todo es que se ha incrustado en la puerta misma, y volar la perilla no será fácil, o bueno, si intentamos no romper la puerta.
—Pfff... ¿Tanto? ¿Cuánto van a demorar en quitarla?
— Creo que nos tardaremos hasta la tarde, o tal vez un poco más, pero lo máximo que llegaremos a quedarnos sería hasta... —se quedó pensativo el hombre de voz más ronca— ... hasta las tres o... cuatro... Ojalá que menos...
¡¡¿QUÉ?!! ¡Mi vejiga no aguantaría tres horas más! ¡No puede ser!
Solté una lágrima por la desilusión. Pensé que iban a demorar poco tiempo...
—Adrián, ¿sigues vivo? —preguntó mi papá a modo de broma.
Todos soltaron una risa. Mi hermano dijo que no, y también rió. Yo la contuve, sólo sonreí; no quería orinarme de la risa.
Me sequé la lágrima cuando escuché los pasos de mi papá de vuelta. Me quedé en el mismo sitio de antes, y pasé desapercibida. Suspiré por la suerte de no haber sido vista. Lástima que aquella suerte desapareció en ese mismo momento.
— ¿Y Martina? —murmuró— ¡Martina!
No sabía si responder o no. Me quedé callada.
— ¡¡Martina!! —llamó con la voz más fuerte.
Se me paró el corazón cuando escuché a mi papá subir las escaleras de nuevo. Venía a buscarme.
Rápidamente, me eché en la cama y me hice la dormida. Adopté una posición creíble. Di la cara hacia la puerta para que tenga aún más credibilidad. Lo malo era que la pose más creíble era la más relajada, mi ropa interior era más propensa a mojarse.
— Aaay, Martina... —murmuró en son de queja. Luego golpeó la pared para despertarme.
Tuve un susto tan grande que no pude evitar soltar unas cuantas gotas de orina. Quise moverme para tratar de contenerme, pero también para acomodarme, se sentía horrible tener puesta la ropa interior estando húmeda.
—O sea, duermes toda la noche, ¿y encima vienes a seguir durmiendo?
Se rió de mi haraganería, después me dijo que baje a saludar.
— ¡Ya voy! —dije bruscamente.
— ¡No tardes!
Bajó las escaleras. Me puse de pie al instante. Tratando de no separar mis piernas, me bajé el apretado pantalón y luego la ropa interior. Revisé esta última; se había mojado bastante. Sentí que fueron apenas un par de gotas, pero no fue así. No debí haberme puesto este calzón blanco; se notaba que estaba mojado.
Sentí algo fuerte, como si mi orina quisiera salir con fuerza. Puse mi mano entre mis piernas de nuevo, a pesar de que mi intimidad estaba húmeda de pis. Ya tendré tiempo para limpiarme después.
Me subí la ropa de nuevo. La verdad es que mejor retengo la orina como antes, con la ropa abajo, pero era lógico que no iba a estar así todo el rato.
Las ganas de ir al baño eran cada vez más insoportables. No podía moverme tan libremente. Si hago un movimiento brusco, podría dejar salir toda esa orina compresa dentro de mi organismo. Me quedé sentada en la cama. Traté en lo posible de no moverme. Ahora, debo estar bien sentada, ni un grado de inclinación; mi pobre vejiga terminaría aplastándose.
Una vez más, me distraje con videos de Youtube, hasta que cometí el error de ir a ver los típicos videos de fails y caídas "graciosas": uno de esos videos me hizo tanta gracia que la risa se me escapaba por arriba y por abajo. (El video trataba de un camión de basura que cuando quiso voltear el cesto al volquete con la grúa, la basura cayó a la pista. Ya sé, ya sé, me rio de estupideces).
Mi ropa interior se mojó todavía más, pero no logró desbordarse, por fortuna.
Estuve desesperada por la risa. No haré esa tontería otra vez.
Retomé el control, prometiéndome no ver esos videos hasta que termine este sufrimiento.
Por el momento, esperé a que se desocupara el baño de abajo. Luego, como sea, bajo rápidamente, y sin saludar; peor sería orinarme ahí en la sala donde están todos tranquilos sin un charco de pis estorbando.
Esperé a que suba bastante gente y luego baje para bajar con ellos, para que nadie me distinga, o algo así.
Ideé planes para llegar abajo, aguantando tenazmente las ganas de ir, las cuales ya estaban por llegar al límite.
Pase lo que pase, no daré ningún signo de alarma por querer ir, pues qué vergonzoso decir: "Mamá, quiero ir al baño y ambos están ocupados"; sonaría como una niñita, y encima con tanta gente rodeándome, con dos desconocidos para colmo.
Debí haber ido antes, se me olvidó por completo. Sólo bajé a desayunar, aunque creo que bajé sin ir al baño porque mi mamá estaba gritándome porque la comida ya se enfría, creo. Ya no lo recuerdo, creo que estuve medio dormida todavía en ese tiempo. Ni siquiera recuerdo si estuve dormida o no presté atención... ¡Qué mala memoria tengo!
El descanso para los trabajadores terminó. La bulla siguió golpeando mis oídos.
¡Ya no aguanto más! ¡Todo está terrible! Necesito ir al baño urgentemente, no hay baños disponibles, hay mucha gente en casa, no me he lavado todavía, no he bajado a saludar, hay dos personas que ni conozco... ¡¿Qué más sigue?!
Por un momento pensé en rendirme y dejar que la naturaleza haga lo suyo, pues no creo aguantar hasta la hora que dijo el señor, pero seguí conteniéndome.
De repente, ambos trabajadores bajan. No sé para qué; supongo para avisar algún incidente con la puerta. ¿Qué habrán hecho ahora? Seguro lo han dejado peor que antes.
Fui a chismosear otra vez, sólo que esta vez fui hasta el lugar. La puerta estaba cerrada, y la perilla seguía ahí.
De la nada, mi hermano empieza a forcejear la puerta también. No sé qué pretendía hacer, pero ojalá que abra la maldita puerta de una vez por todas.
Con las justas podía moverme. Debía dar pasos muy cortitos. Cuando quise regresar, sentí una contracción por mi pelvis, lo cual dio una sacudida a todo mi cuerpo, y dejé caer más gotas de orina. Fui corriendo a mi habitación, a pesar de que tan sólo faltaban seis pasos. Me senté en la cama, apretando mis piernas con mucha fuerza; ¡no quiero orinarme encima!
No me quedaba mucho tiempo, ¡necesito un baño ahora!
Entonces fue cuando me encontré con algo que me salvará: ¡una botella vacía!
Me bajé el pantalón con rapidez, pero no me lo bajé por completo, sólo hasta las rodillas. Posicioné la botella de modo que ninguna gota quede afuera. Cuando estaba a punto de relajarme, escucho pasos muy rápido hacia arriba. Dejé la botella en el piso y me subí el pantalón de nuevo. ¡Maldición! ¡Estaba tan cerca!
Los señores habían subido de nuevo. Subieron con muchas cajas de herramientas.
No sé qué hacer.
Volví a pensar en dejarme llevar por la naturaleza: la sábana está sucia desde hace días, así que puedo ponerla en la lavadora. Lo malo es que mi ropa no estaba sucia, excepto mi ropa interior, la cual estaba mojada de pis, pero ya secó en parte. Igual debo ponerla a lavar después.
Aunque... creo que tengo una ropa mejor que ponerme, aparte, esta ropa no me gusta mucho (me refiero al pantalón, no me gustan los colores que quedan por las pantorrillas, y me queda apretada).
Lo que más me llevó a realizar tal estúpida acción fue el hecho de experimentar: ya no recuerdo de qué se trata tener los pantalones mojados, aparte de que ver algo así me causa bastante gracia (simplemente eso).
Con mucha inseguridad, decidí relajarme. Lo intenté, pero mi cuerpo se opuso totalmente a orinarme aquí mismo. ¿Y si alguien pasa por mi cuarto y me ve?
No sé... He aguantado a más no poder por mucho tiempo, creo que me merezco un descanso...
Me relajé, pero seguía haciendo esfuerzo por contener toda esa orina que tanto ansiaba salir.
Mientras trataba de tomar esa decisión tan tonta, en mi mente se generaban ideas sobre cómo acabar limpia y seca. Lo único que me queda es la botella, pero es bastante grande, y el ruido que provocaría al hacer pis ahí dentro sería tal que vendrían a ver qué líquido está cayendo, o algo así; no sé, sólo hago suposiciones probables que sucedan.
Lo que detonó mi vejiga fue un golpe que hizo que despertara de entre mis pensamientos y planes. ¡Juro que parecía que no estaban haciendo nada! Parecía que ya habían terminado con la perilla esa, pero escuché un golpe tan fuerte que casi me dejó sorda.
El golpe me asustó tanto que me sacudió brusca y completamente, creo que se escuchó por toda la casa.
Dejé salir varias gotas de orina. Cuando quise detenerme, ya no podía hacerlo tan fácil. Me dolían las piernas de tanto tenerlas juntas. Traté de seguir aguantando, con las piernas no juntas, pero me resultó imposible.
Di un gemido de desesperación. Menos mal que nadie logró escucharlo.
Seguían saliendo más gotas de orina. Mi ropa interior se mojó otra vez, más que antes. Uy, creo que se desbordó...
Bueno, qué importa, no hay nadie viéndome, y los demás están abajo, así que decidí no hacerme más problemas y tirar la toalla.
Me relajé definitivamente. Esta vez, ahora sí: mi cuerpo ya no se opuso.
Cuando me relajé, escuché un siseo provenir de mis intimidades. Me causó un poco de gracia ese sonido tan peculiar. En realidad, siempre que voy a orinar, escucho ese sonido hasta terminar, pero me resultó gracioso que suene justo ahora donde no corresponde, pero la gracia se iba cuando pensaba en el desastre final que dejaría cuando termine de orinarme.
Mi pantalón empezó a mojarse por la entrepierna. Seguí orinando en mi pantalón aquí mismo, sentada en mi cama. Saqué las manos de mi entrepierna para ver mejor el grandioso espectáculo de mis pantalones adquiriendo una oscura mancha.
Mi pis seguía fluyendo a través de mis piernas. Estaba muy tensa por haber tomado tal decisión de orinarme encima y no seguir aguantando... ¡no tenía otra opción! ¡No tenía otro plan!
Por unos pocos segundos, sentí arrepentimiento por haber decidido esto. Traté de detener el flujo del pis, pero me resultó imposible. Me resigné y seguí con el plan.
Mientras me orinaba, imaginé que mi cama (o por lo menos sólo el borde) era el inodoro en el cual se supone que debería estar sentada. Eso hizo que me sintiera más tranquila por no tener que buscar un baño ahora. Cerré los ojos para concentrarme en esa visualización, y también en el sonido del siseo. Me concentré con tanta fuerza que ya no escuché los martillazos que daban los trabajadores.
Esa sensación de relajación era magnífica, como si me hubiese quitado un gran peso de encima. Qué horrible es tener que aguantar tanto líquido, encima si luego tendré que dejarlo salir. Bueno, estoy haciendo eso mismo ahora.
Solté un suspiro de alivio, mientras seguía orinándome en mi pantalón, el cual ya no lo usaré nunca más, eso creo.
La orina seguía fluyendo rápidamente. Estaba tibiecita; me resultó cada vez más agradable que pase por mis piernas.
En mi rostro se dibujó una expresión de satisfacción, y me ruboricé un poco. No pensé que se sentiría tan bien dejarlo salir todo de esa manera.
Mi pis había llegado a mojar la cama. No me importó, pues el edredón era muy grueso. Sólo había que lavarlo y ya.
Puse las manos en mis caderas para ver si mi orina llegaría hasta ahí, aunque era muy lejos de mi entrepierna.
Nunca imaginé que orinarme en mi cama se sintiese tan cómodo y calientito, incluso más que en un propio inodoro. Creo que lo haré siempre y cuando no haya nadie pasando por mi habitación y cuando los baños estén ocupados.
Mi vejiga estaba desinflándose poco a poco.
Había pasado como veinte segundos, y aún necesitaba bastante tiempo para seguir orinando. Más tiempo de esa gran sensación de alivio.
— Aa-aahh~... —di un suspiro de alivio otra vez, sólo que un poco más fuerte.
Debajo de mi trasero se formaba una gran mancha oscura. Se sentía relajante ver cómo crecía y seguía creciendo.
Llegó un punto en el que mi pantalón estaba muy mojado; había alcanzado casi hasta las caderas. Si me ponía de lado y orinaba así, alcanzaría, pero no me molesté en intentarlo.
El olor a pis llegó a mis narices. Olía muy raro. No me preocupé por eso; seguí orinando.
Puse las manos a los lados de mis piernas para ver la mancha de la cama que no dejaba de agrandarse.
Qué satisfactorio era orinar con ese siseo sonando. Disfruté más de orinarme en la cama gracias a ese sonido tan característico; no sé por qué.
Me quedaba menos de la mitad por vaciar. No me detuve hasta terminar.
El pis empezó a gotear al suelo. Mi pantalón ya no podía seguir reteniendo orina. No me importó, pues al final lo limpiaré con un trapo o papel higiénico.
Me di cuenta que desde que empecé a orinar, tenía las piernas juntas todo el rato, minutos antes, me dolían muchísimo. Qué extraño...
En fin, me siento más aliviada, sin embargo, mi cuerpo estaba tenso aún. Di otro suspiro nervioso mientras seguí orinando.
No me importó el pantalón, pues no quiero seguir usándolo porque me ajusta mucho. Lo bueno es que estos jeans son oscuros, y la mancha de pis no puede ser vista fácilmente.
No sentía ninguna clase de repugnancia al orinarme encima, pues de pequeña me daba cuenta de que atravesaba miles de veces por este percance cuando me levantaba por la mañana; obviamente, no era mi intención, aunque no sé si decir lo mismo para la actual. (Tal vez sí...)
La única diferencia era que, de pequeña, no sentía alivio cuando terminaba de orinar. Ahora sé lo horrible que se siente aguantar tanto las ganas de orinar, pero al final, habrá valido la pena por la futura sensación de tranquilidad y relajación.
Y bueno, por otro lado, mi mamá o mi papá me daban nalgadas mientras me gritaban cuando se enteraban de que me había hecho pis en la cama... A lo mejor reciba una buena cachetada esta vez... Eso sí, si me descubren, lo cual lo impediré a toda costa. Pero me encargaré de eso cuando termine de orinar...
Por alguna razón, me sentí de nuevo como esa pequeña niña traviesa mea-camas que fui antes... (Jaja, mea-camas, qué estúpido suena...)
Ahora me causa mucha gracia esos recuerdos que tuve cuando era esa niña.
Se había formado un pequeño charco de pis en el suelo. Menos mal que era lo de menos, ya que puedo disimular con la botella que mencioné hace rato.
Qué tonta, debí haber orinado ahí dentro, pero en fin, ya estoy orinándome en los pantalones... Y en la cama... ¡al mismo tiempo!
Es increíble, ¡qué asquerosa soy! Jajaja, me imagino la cara de sorprendidos de mis padres cuando me vean aquí sentada en mi cama orinando, pero la cosa de reírse de mis padres se acababa cuando pensaba en lo que suecedería después de que me vieran. Eso sí que no me hace nada de gracia...
Me incliné hacia adelante, apoyando mi cara en mi mano. No me importó apoyar mi codo en la pierna, la cual estaba mojada de orina. Me quedé así hasta que termine de orinar. (Jeje, encima que no es el inodoro me acomodo para orinar, jajaja...)
En fin, ya falta poco para que mi vejiga se vacíe por completo.
A decir verdad, pude haber aguantado por una hora más aunque sea, pero ya no lo hice porque la sensación de tener que aguantar es horrible; es como si tuvieras que cargar un gran peso, y no arriba de ti, sino debajo, lo cual complica las cosas significativamente.
Dejé que el charco se agrandara lo que tenga que agrandarse. Lo mismo con la mancha del edredón.
Había olvidado lo bien que se siente no tener problemas de este tipo. Ahhh... ¡Qué relajante es ya no tener que ir al baño!
Solté los últimos chorros de orina. Di un último suspiro de alivio.
La fantasía del inodoro se había esfumado. Sentí un poco de arrepentimiento, pero qué voy a hacer; la cama y mi pantalón ya están orinados.
Me quedé sentada ahí mismo un rato para pensar en mi grandiosa e insólita hazaña de haber orinado en la cama, no teniendo otro lugar para orinar.
Me sentí como un chancho que se ha revolcado largas horas en el barro.
Entonces me levanté de la cama, con cuidado de no pisar el charco y dañar la suela de mi zapatilla. Sentí el pantalón muy pesado. Miré hacia abajo para ver el nuevo estilo improvisado que le di a mi pantalón (para nada original el estilo...).
Giré mi cuerpo de tal manera que vi mi trasero y las piernas. Estaban absolutamente mojadas.
— Ugh... ¡¿Pero qué clase de desastre he hecho?!...
Me eché a reír (literalmente, me eché en la cama a reírme a carcajadas. Me lancé sobre la mancha, pero me dio igual; chocaba con mis piernas). Mi risa no se detuvo sino hasta después de cinco o seis minutos. Me cubrí la cara con una almohada.
Entre esas risas estaba la alegría de tener la libertad de poder reírme, ya que mi cargada vejiga me lo restringía.
Al dejar de reírme, volví a levantarme. La risa me había cansado considerablemente. Me faltaba el oxígeno, y estaba sofocada. Usé mi mano como abanico, mientras trataba de estabilizar mi respiración.
Cuando me tranquilicé definitivamente, vi de casualidad la mancha de orina que dejé en la cama. Me reí otra vez, pero con más moderación. Volví a calmarme.
Hice silencio por un minuto.
En ese silencio fue donde percibí nuevamente con claridad los martillazos. Esta vez no me asusté.
Asomé la cabeza y la oculté rápidamente. No fui vista.
Saqué el edredón de un fuerte y único tirón y lo hice en forma de bola. Se me ocurrió la idea de extenderlo en el piso para limpiar el charco. Así lo hice. Costaría más lavarlo, pero no quería evitar sospechas de que se me ha caído agua al suelo; mi mamá odia eso. Luego de limpiar el charco, lo hice bola de nuevo.
Me quité las medias y las zapatillas.
Luego de eso, me saqué el pantalón y lo revisé. Le di varias veces la vuelta. Lo único que no se había mojado eran la cintura y las caderas. Olí el trasero del pantalón, donde más rápido se había mojado desde que empecé a orinarme. Era redundante que apestaban, pero apestaban cuando uno los olía de cerca. Espero que se queden oliendo así de poco hasta que los ponga a lavar.
Me quité la ropa interior. También la olí, a pesar de saber que olerían más fuerte. No había ningún rincón seco en el calzón, ni siquiera un centímetro cuadrado.
Puse la ropa interior dentro del pantalón.
¡Oh!, casi lo olvido; tan sólo me faltaba una cosa: limpiar mis partes privadas y las piernas. (Y yo que ya quería ponerme el pantalón nuevo sin limpiarme, qué mensa, jajajaja... Creo que tanto pan con salchicha me ha llenado la cabeza de comida...)
El problema era: ¿con qué me limpio?
Cubrí mis intimidades estirándome el polo. Busqué por todas partes algún pedazo de papel higiénico o algún otro papel que no sirva, pero no encontré nada, hasta que vi el edredón de nuevo.
Lo cogí y me limpié con eso.
He descubierto la función oculta de los edredones: ahora uno puede limpiarse con ellos, o usarlos como toalla o trapeador (o quién sabe si para eso se inventaron originalmente).
Lo dejé caer sobre la ropa mojada. Luego, me vestí rápidamente. Me puse un pantalón ligeramente más claro que el anterior. No me ajustaba mucho, pero resaltaba un poco mi figura. El otro me deformaba las piernas, exagerando.
De repente, veo a los señores pasar por el pasillo, y mi hermano estaba detrás de ellos, caminando tranquilamente. Luego, voltea a verme. No me había dado cuenta de que ya han terminado.
—Hola... —suspiró por haber perdido tiempo.
—Jeje, hola... eehh...—me puse muy nerviosa. Tuve miedo que descubriera mi ropa y el edredón orinados. Los pateé debajo de la cama para que no notara el olor. De repente, hablé— ... siento como si no te hubiese visto en un mes, jaja...
—Jajaja, la verdad que sí... Pensé que iba a salir cuando sea Navidad o Año Nuevo, jeje...
—Imagínate que hubiese sido así... Yo no lo soportaría, más bien, estaría muerta, jaja...
—Qué colera, ¡justo cuando yo entro al baño se queda bloqueado! Cómo habrán tenido que hacer si alguien necesitaba el baño... ¿Está ocupado el de abajo?
—Sí, desde... hace... tres horas casi...
—Están bañando a David, ¿cierto?
Asentí con la cabeza.
—Uy, peor para quien habrá necesitado orinar u ocuparse... ¿Quisiste ir al baño en ese tiempo?
—¿Yo? No... Para nada... Estuve todo el tiempo vagando en mi teléfono, viendo videos, chateando con...
—Espera... —empezó a olfatear como si fuese un perrito. Quise estar muerta, ¡seguro ya notó el olor! Ay no...— ¿Qué huele tan... desagradable... Huele como si...
—P-por favor... —decidí ser arriesgada y contarle mi accidente antes de que lo descubra por su cuenta— Por favor no le cuentes a nadie, ¿oíste?
—¿Qué? Acaso te has or...
—¡Sshh! —previne que alguien más escuchara la sospecha.
Mi rostro se calentó y me sonrojé, y mi voz estuvo temblorosa. Asentí con la cabeza tímidamente, y le aclaré que ya no podía aguantar por más tiempo, y que me daba vergüenza decir que necesitaba ir al baño. También le dije que oculté la ropa debajo de la cama.
Una lágrima de vergüenza se deslizó por mi mejilla. Me tapé los ojos. Mi hermano me dio palmadas en la espalda para evitar que siga avergonzada.
—No fue tu culpa, si no habían baños disponibles... Opino que es lo más normal que te haya pasado eso...
Asentí con la cabeza de nuevo.
—Ya... Está bien, no llores; no querrás que te pregunten qué te pasó si te ven así... No te preocupes, ¿a quién no le ha pasado?
Hice silencio.
— ¿Quieres que lleve tu ropa mojada?
— ¡¿Qué?! Digo... Sí, es decir... no s-... no sé, no... No tienes por qué molestarte, yo puedo llev-... —Respiré profundo y me tranquilicé. Con tono serio, respondí— ... Gracias.
—Sí, mejor, sino tu cuarto va a oler mal, y no vas a poder bajar ahorita o te verán...
Asentí por tercera vez con la cabeza. El llanto desapareció, pero no la irritación.
Mi hermano se fue al cuarto de lavandería. Espero que no le pregunten nada.
Aproveché en ser la primera en ver la perilla nueva (o bueno, la segunda, mi hermano seguramente ya la vio). Fui a ver el baño. La perilla había sido reemplazada, diferenciándose de las del resto de las puertas de la casa.
Me quedé contemplando el inodoro, y se me vino a la mente el momento en el que me oriné encima. Consideré única (y también extraña) aquella experiencia.
Fui a ver si mi pantalón y mi ropa interior mojados aún estaban debajo de la cama. Al parecer, mi hermano se llevó sólo el edredón. La ropa no emitía olores, así que la extendí para que se secara ahí mismo, debajo de la cama.
"Creo que ya no necesito un inodoro en donde orinar", pensé. (...)

(OMOVEMBER #25): La perilla del bañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora