Soldado atenienseYo era un político de poca monta en Atenas, de clase media, y hoplita. Siempre hacía lo mismo. Levantarme, ir a la ekklesía, dar una pequeña opinión sobre los temas que se
hablaban; ir al Areópago, escuchar a la Gerusia decidir los asuntos militares de la polis, ir al
gimnasium, entrenar, y volver a casa. Mi rutina era extremadamente aburrida. Anhelaba un
cambio. Por eso, un día después de que en la Asamblea se anunciase que Esparta nos había
declarado la guerra me reporté en el cuartel. Me asignaron a la infantería hoplítica, y zarpé de
la ciudad con la primera flota de cincuenta trirremes, llegando al puesto de avanzada en
Knossos unos días después. Armamos campamento y esperamos. Eso fue lo peor, aguardar a
que los espartanos decidieran atacar, Pericles, nuestro general, había decidido no hacer el
primer movimiento. No quería que se nos viera como unos invasores, y que la mayoría de las
ciudades nos dejara de apoyar. Yo veía que tenía razón pero la espera y el tedio me estaban
matando. Pero no estaba dentro de mis planes desobedecer a quien había construidl nuestro Imperio tan solo treinta años atrás . Así que aguardamos.
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Arquídamo
Mientras tanto en el Palacio Real de Esparta, Arquídamo, su rey, le había declarado la guerra a Atenas y planeaba invadir Pilos, polis aliada a Atenas, que, además, estaba muy cerca de la propia Esparta. Sus consejeros y los reyes de las tres ciudades aliadas de Esparta,
congregadas en la Liga del Peloponeso, estaban reunidos con él en la Sala de Consejos de Esparta. Los gobernantes de Megara y Corinto querían atacar Atenas y a la Liga de Delos; destruirlas, quemarlas hasta el suelo y esclavizar a sus habitantes. Por otro lado la ciudad de
Elis, deseaba mantener la paz a todo coste.
¡Malditos atenienses! -Empezó Arquídamo- Creen que por tener el favor de los dioses
nos pueden vencer. No lo harán. Los dioses no tienen ningún poder sobre nosotros.
Planearemos una emboscada en Pilos. La ciudad solo tiene un acceso y es la playa a su poniente. Una playa que está completamente rodeada de colinas y bosques. En esos bosques ubicaremos el grueso del ejército, de manera sigilosa, sin que nadie se entere.. Y un reducido grupo de hombres asediará la ciudad desde las murallas. Los mensajeros transmitirán inmediatamente esta noticia y Atenas vendrá corriendo a salvar a sus aliados. Pensarán que no tenemos casi fuerzas, y se apurarán para llegar a las murallas. Ahí es cuando saldrá el verdadero ejército. Los destruiremos. Sus diosecillos no los ayudarán. Las batallas las ganan los hombres, no los dioses.
-Pero, señor- dijo Cadmo, rey de Elis- No podemos luchar contra la voluntad de los dioses. Si ellos quieren que Atenas gane, entonces ganará...
Arquídamo se levantó de su asiento, sacó la espada de su cinto, y le cortó la cabeza al hombre.
-¿Alguien más se opone? ¿Nadie? Bien. ¡¿Quién es el gobernante de Corinto?!
-Yo, mi señor. -Contestó el hombre joven que estaba a su derecha.
-¿Cuál es su nombre?
-Telestes mi...
-No me importa. Envía un contingente de hoplitas a Pilos. Yo te prestaré diez mil
hombres. No me falles.
-Sí, su alteza.
Preparen los barcos, los quiero en Pilos en dos semanas. Ahora váyanse. Salgan de
mi vista. Vuelvan con su escudo o sobre él.
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Soldado Ateniense
Finalmente el día llegó, Arquídamo estaba asediando Pilos. Así que inmediatamente
llegó la orden de responder. Nos metimos en los buques lo más rápido que pudimos y salimos
para socorrer a nuestra aliada. Al desembarcar en una cota rodeada por verdes bosques y
colinas, luego de armar nuestra cabeza de playa y asentarnos en la costa, nuestros generales
empezaron a decidir la estrategia que usaríamos. Decidieron avanzar directo hacia las
murallas de Pilos, a unos diez estadios de distancia del mar. Cuando llegamos a Pilos, vimos
a un pequeño ejército, dándonos la espalda, tapando las puertas. <Los espartanos nos están
subestimando>, pensé. Y atacamos. Nuestras falanges eran como drakons, asesinos sin
piedad, destruyendo todo lo que se nos pusiera en el camino. Pero solo duró los primeros
quince segundos. Desde los bosques circundantes se escuchó un horrible grito de guerra que
me llenó de pavor, un sonido metálico se oyó, y, finalmente, el grueso del ejército espartano apareció. El enemigo nos superaba ampliamente en número y no teníamos opción de retirada.
A nuestra vanguardia se encontraban los remanentes del señuelo de Arquídamo, a la retaguardia Esparta. Pero nosotros teníamos algo que ellos no poseían. Todo el poder de
Atenea de nuestro lado.
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Atenea
-¡Padre! Mi pueblo está a punto de ser destruido por los blasfemos espartanos. Debes
dejarme intervenir. No puedo permitir que unos brutos que no tienen ningún respeto por nosotros, los dioses, y que jamás nos han venerado venzan a Atenas, que ha construido toda
una ciudadela y nos la ha dedicado. Les he dado mi bendición. Tengo que protegerlos.
-Atenea- me respondió Zeus- Sabes que no puedo permitirlo. Son las leyes antiguas.
Si intervienes ahora, dejaremos de ser imparciales, y las ciudades enemigas a Atenas, nos
dejarán de adorar.
Me sentía increíblemente indignada con el ignorante de mi padre. A él sólo le
importaban los mortales para que lo adoraran, y para que le proporcionasen vchicas jóvenes
con las que tener sus amoríos, jamás se había preocupado por el destino de ninguna ciudad, ni
por ninguna persona con la que él no se hubiese acostado. Pero Atenas era mi pueblo, mi
gente. Estaba dedicada a mí, no los podía abandonar en su momento de mayor necesidad.
Ellos confiaban en mí. Miré por las ventanas del palacio de Zeus, viendo los templos, jardines
y palacios que conformaban el Olimpo, pensé en cómo nuestro poder se había incrementado
exponencialmente gracias a la fé de los atenienses y le respondí al dios que de alguna forma había quedado como mi progenitor.
-Te equivocas, padre. No es verdad. Las ciudades aliadas a Atenas son las más poderosas. Pilos, Argos, Delfos. Y, además, si mostramos nuestro favor a Atenas, la mayoría de las ciudades, se pasarán a su bando. Y nos adorarán todavía más. Porque eso es lo único que te importa ¿No?
-Hija mía, comprende que no puedo permitirlo. No podemos permitirnos favorecer directamente a ningún bando. Entiendo que es tu pueblo, pero no te dejaré.
-¿Es que no ves más allá de tus narices padre? ¿Es que no te importa nada más que tus
preciosas reglas que tú mismo rompes cada dos días? Además esta es mi forma de probarme
como diosa de la guerra. Se supone que soy la diosa de la estrategia mas jamás he en luchado una
sola batalla, excepto contra los gigantes, y esos eran unos seres sin cerebro alguno. Debo
probarme contra adversarios inteligentes y capaces de pensar.
Zeus meditó un momento mis palabras, se acarició la barba y luego me respondió: -De
acuerdo, ve, Atenea, ayuda a Atenas, destruye a los espartanos. Esta batalla será tu prueba
como diosa de la guerra; pero, si pierdes, no será mi culpa que tu poder como guerrera desaparezca.
-Está bien. Lideraré personalmente a los atenienses. Venceremos.
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Soldado ateniense
-¡ATENEA, DANOS FUERZA!- Oí decir a un pequeño grupo de soldados del frente.
Invocando a nuestra patrona.
-¡ATENEA, DANOS FUERZA! -Se repitió. Esta vez, todos lo gritamos. Rogándole a nuestra diosa que nos protegiese del poder enemigo. Tenía demasiado miedo en mi cuerpo, lo sentía temblar bajo la armadura de bronce, el peto no me protegería, las grebas no pararían las
flechas, mi espada no penetraría ningún escudo, mi lanza se rompería al primer golpe. Estaba aterrado. Fobos, el pánico, estaba de seguro del lado enemigo. Pero de pronto, algo pasó.
Un grito ahogado salió de nuestro lado del campo de batalla. Una hermosa mujer, rubia, de ojos grises, y con armadura completa apareció en el medio de nuestras filas.
-HIJOS MÍOS- comenzó la mujer- Soy Atenea, su patrona, los lideraré en esta batalla. Juntos venceremos a los blasfemos espartanos.
La diosa me deslumbró con su hermosura, y me arrodillé ante ella, todas nuestras fuerzas me imitaron. Los espartanos estaban congelados del terror.
-Levántense, y carguen contra nuestros enemigos. Yo estaré con ustedes. ¡Ahora! ¡ATENIENSES, ATACAD! ¡POR ATENAS!
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Aegea
Historical FictionUn soldado ateniense se encuentra con la peor amenaza posible. La destrucción de su ciudad, de su forma de vida, de la propia democracia. Pero Atenea, su diosa patrona, no permitirá que eso pase...