Llevo enamorada del mismo chico desde hace seis años. Intento poner en orden mis ideas; sé que es un tiempo largo, tengo 23 años y conocí a este chico cuando cumplía mis dieciséis primaveras, por allá a eso del año 2012. El día de mi graduación fue el día en el que finalmente acepté que lo que sentía no era un simple enamoramiento pasajero y ese día fue el principio del fin de mi identidad como persona.
Sé lo que están pensando. Que seis años es un largo tiempo, que comprenderían más si en algún punto hubiésemos sido pareja habría valido cada segundo desperdiciado en un eterno amor no correspondido. Es normal que el enamoramiento se supere al menos un año después de que nos rompan el corazón, cogemos fuerzas, salimos con otras personas, nos concentramos en nuestros estudios y trabajos y de repente un día vemos a esa persona en la calle, con el abrigo que le sienta tan bien y tomando el café que siempre compra en la cafetería de la esquina de la universidad y nos damos cuenta que ya no importa si nos ve o no, es más, antes, cuando nos lo encontrábamos, notábamos inmediatamente su presencia, pero ahora simplemente no importa.
No era exactamente mi caso. Yo había visto varias veces a Nathaniel desde que me había ido de la ciudad para continuar mis estudios artísticos en la universidad, hace ya cuatro años atrás. Visitaba a mi tía Hilda para las fiestas y en Halloween generalmente la ayudaba a decorar su casa y en todo momento vi a Nathaniel desde la ventana de mi antigua habitación, como se desvestía en frente de mi apartamento con todo descaro y fui testigo del brusco cambio al pasar de los años. En ningún momento el interpelado me dejó de gustar, cada vez que lo veía lo extrañaba más, el anhelo que nunca fue, la historia que jamás se contaría.
Son las 2:00 a.m y pongo jazz, me gusta el jazz; las personas generalmente se refieren a este como música de ascensor, pero nadie ve el encanto del ritmo suave y llevadero cuando son las dos de la mañana y el sueño no golpea tu puerta.
Había pasado la noche plantando mis suculentas correctamente, había comprado macetas con formas de gatos y las había dispuesto en la ventana, así que había apagado la luz bastante tarde, mi compañera de habitación no llegaría el fin de semana previo al comienzo de clases y tendría la habitación para mi misma dos días enteros, le había escrito a Rosalya, mi antigua amiga del instituto, para quedar al día siguiente y ponernos al tanto de las cosas que habían pasado en los últimos años que no nos veíamos.
Soy una persona bastante egoista, ¿saben? Las veces que volví a la ciudad solo eran excusas para ver a mi desesperación vuelta persona, juro que no vi a nadie más, y es que la verdad ganas me faltaban. Yo había cambiado mucho, ya no era la chica esquiva del instituto; había adquirido manías y depresión, ansiedad y cigarrillos, prefería el contacto con mis suculentas en macetas de gatos que con las personas y los pocos amigos que había adquirido en la escuela de arte iban y venían como caracolas a la merced del oleaje del mar.
Bueno, tal vez ese último punto lo exageré, porque si había hecho muy buenos amigos en mi antigua universidad, pero me sentía profundamente culpable por haberlos olvidado a todos de forma tan sencilla.
Seguían siendo las dos de la mañana. La música me relajaba y yo me dejé llevar por las sábanas de algodón y gatos que mi madre había comprado unos días antes en la oferta del Market más cercano, el día siguiente seria mi reset con whisky, cigarrillos y suculentas.
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3:30 a.m
FanficSoy yo. Sin correcciones ni enmendaduras, soy yo. ¿Cuántas costuras remiendas? ¿Cuántas suturas? ¿Cuánto tiempo usaste esa sonrisa perfecta? ¿Por qué? Hemos crecido, supongo, y por esto no te he obligado a nada. Ya no te preguntaré las mismas cosa...