01: Inquilinos

115 6 3
                                    

1985, Villa marina de la Virgen, México.

Llegamos en la última faceta de una tarde plateada. La noche se inclinaba ingrávida al filo de las nubes lista para precipitarse sobre el océano, mientras nosotros éramos recibidos por un viento más solitario que sibilante. A fuera había un olor dulzón que bogaba entre la sal y la amargura de una playa desierta, se sintió bien después de pasar todo el viaje respirando el aire reciclado de Volkswagen, que olía en su mayor parte a la espesa colonia masculina de mi padre y a las polillas de cigarro desparramadas por entre los asientos.

Al descender del auto y observar con detenimiento mi alrededor me percaté de que justo enfrente, después de la alargada lengua deshidratada que era la carretera, había un pueblo pequeñito con casas de ladrillo, adobe y cartón, tenía un hotel de dos pisos que era la cabeza más alta sobresaliendo entre los demás techos, y algunos restaurantes de mariscos que se asomaban apenas entre las demás construcciones modestas, algunas incompletas y otras tantas bastante viejas. El pueblo era amplio y las casas estaban empinadas, bastante amontonadas unas con otras como para averiguar dónde empezaba una y dónde terminaba la otra. Hubiera pensado que justo en ese pueblo reposaba —al igual que su familia—, la vivienda de mi padre, de no ser porque Marlon y mi papá se habían encaminado en dirección contraria dando traspiés sobre la arena; en dirección de lo que parecía un amontonamiento de casas rodantes acomodadas en columnas fracturadas.

Les seguí con abulia, tentada por mi madre, cuyo recuerdo se había convertido en un ancla pegada en mi pecho, justo donde mis ánimos nacen y se retuercen, ahí, justo donde la llaga sangrante ardía ya lo suficiente por la salinidad de este mar.

Caminamos poco con las sandalias hundidas en la arena antes de llegar al objetivo.

Frente a nosotros se extendían las entrañas resquebrajadas de un barrio marginal compuesto de caravanas hacinadas, tan estancadas en la arena que parecían haber nacido de este mismo suelo como la estepa o las caracolas de mar. Toda la luz, las voces y la humanidad provenían de ese meollo volátil, todo el eco y el escándalo que se encontraba con el mar y regresaba una y otra vez recaía en la sucia corona de este vecindario. Nos internamos en la tercera hilera torcida de caravanas, la quinta de dichas era la que mi padre nos había señalado después de preguntarle en dónde vivía él.

Avanzamos entre tendederos cruzados que sostenían ropa húmeda y goteante, esquivando juguetes infantiles olvidados, bicicletas, sillas de jardín y artefactos de pesca. De cada una de las caravanas emergían ciertas energías diferentes entre sí que se estrellaban en el aire, y que ni si quiera las olas desgarradas estampándose contra la costa podían silenciar.

La caravana de papá reposaba como una bestia metálica, dormida bajo una nebulosa de nubes violáceas que fluctuaban entre la luz y la oscuridad. Era de las más grandes y no estaba tan blanca como habríamos de suponer, tenía franjas arcoíris desgastadas en los costados, una puerta y tres ventanas visibles desde ése ángulo, y además de estar cubierta por todas partes de polvo, había sido profanada en más de una ocasión por la defecación de las gaviotas bribonas. De ella transpiraba un olor a mandarina tibio rozando lo suntuoso, y también un silbido melifluo y gorgojeante que entonaba "Para Elisa" de Beethoven.

Papá abrió la puerta familiarizado con cada una de las mañas que tenía la cerradura, una vez que él se hubo internado nosotros le seguimos con una parsimonia penosa y temerosa, seguramente con el mismo titubeo del hombre pisando la luna por primera vez. Antes, nos sacudimos la arena de los zapatos en el tapete de entrada, y fuimos absorbidos al instante por la calidez hogareña que cada recoveco tenía impregnado.

Marlon y yo entramos sincronizados, hombro vacunado con hombro vacunado, y nos detuvimos a unos centímetros de la entrada en seco después de escudriñar lo que el primer saloncito tenía para ofrecernos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 04, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Crónicas orgánicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora