Capítulo 6

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El día anterior, cuando regresaron a la sencilla casa de Yaoyorozu, esta fue prácticamente obligada a tratar las heridas de Eijirou con un par de plantas medicinales que conservaba en una pequeña alacena, y mientras que trataba tales lesiones, tan...

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El día anterior, cuando regresaron a la sencilla casa de Yaoyorozu, esta fue prácticamente obligada a tratar las heridas de Eijirou con un par de plantas medicinales que conservaba en una pequeña alacena, y mientras que trataba tales lesiones, tanto ella como el príncipe comenzaron a quejarse de los actos primitivos y despiadados que cometían los guardias Reales, creyéndose con el poder suficiente para poder herir a las personas por no pertenecer al mismo rasgo social que ellos, y Eijirou tuvo que aguantar tanto el dolor como el tener que escuchar todas sus quejas sobre la crueldad humana.

Una vez sus heridas fueron tratadas y la hemorragia detenida por completo, Yaoyorozu le brindó a Kirishima unas cuantas prendas masculinas, cuya procedencia no se le fue revelada, para que así se cambiara de ropa de forma más seguida y no tuviese que ir con el torso al descubierto como todos los demás sirvientes del palacio.

Eijirou no tuvo más remedio que agradecer a la muchacha pelinegra por su amabilidad, y fue entonces cuando Katsuki se dirigió a la cocina sin decir una sola palabra más, tomando un par de bolsas de alimentos y dejando a solas a la chica y al joven pelinegro por un pequeño período de tiempo. Pero, cuando pasaron unos diez minutos (no estaba muy seguro, pues no era especialmente bueno para poder guiarse con el tiempo), Katsuki apareció por el umbral de la zona de cocina, desde la cual se sentía un delicioso aroma que hizo aumentar el apetito de Kirishima, indicándoles que ya podían pasar.

Fue ahí cuando el pelinegro probó por primera vez las habilidades culinarias de Katsuki, quien había aliñado y preparado una combinación de verduras y pescado que tanto Momo como él agradecieron con la boca hecha agua, deleitándose ante el sabor de la comida y sin poder evitar alabar al príncipe, quien rechistó con vergüenza y con las mejillas levemente pintadas en un tono carmesí que hizo reír tanto al azabache como a la pelinegra.

—Tampoco es para tanto, no hace falta que exageres —replicó el príncipe tras haber sido halagado, llenando sus mejillas de la comida que había preparado e intentando evitar por todos los medios el mirar al rostro al pelinegro, quien continuaba riendo encantado de poder sentirse tan a gusto junto a ese interesante rubio.

—No exagero, solo es que la comida está espectacular —sonrió el pelinegro mientras acababa de devorar la porción que se le había sido proporcionada, relamiéndose y sintiéndose como en casa.

—Eijirou, acabas de lograr avergonzar a Katsuki —rió Momo con suavidad, y cuando Kirishima observó el rostro del príncipe pareció darse cuenta de un destello de felicidad en sus ojos.

—¡Aquí nadie se ha avergonzado, maldición! —exclamó el rubio mientras devoraba con furia su propia comida, dirigiendo una mirada molesta a la pelinegra.

—Claro que lo has hecho. No estás acostumbrado a que la gente reaccione con tanta efusividad al probar tu comida —bromeó la chica mientras continuaba riendo, provocando que Kirishima hiciera lo mismo.

Era maravilloso el finalmente poder compartir un ambiente tan hermoso en compañía de Katsuki y de Momo, y él encantado se hubiese quedado más tiempo en aquella pequeña pero acogedora casa, de no ser porque el príncipe pertenecía al palacio, y tarde o temprano lo comenzarían a buscar para llevarlo de nuevo a donde realmente vivía. Así que, por desgracia, tuvo que contentarse con disfrutar de aquella noche y de la comida que había preparado Katsuki con toda su buena voluntad.

La suave arena de un árido amor [BakuShima]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora