Capítulo I: Resplandor lunar

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La blanca luna sale entre la cadena de montañas, que deja iluminar los tejados, donde las calles de roca conectan las casas de adoquines con techos de madera, labradas de tal forma que parecen antiguas. Todo permanecía en total calma, hasta se escuchaban los velones con un intenso resplandor, tal vez por el viento de aquella noche; que deja escuchar los rápidos de los ríos, y estaba la enorme muralla de roca.

Entre las montañas cercanas, se deja contemplar una estructura, que estaba hecha de la misma roca de color grisáceo. Por otro lado; estaba decorada con ladrillos en sus puntas de cuarzo blanco, que se detallaban con la magnífica luna del fondo; brillante y fuerte, como los ojos azules de aquel joven. Solo se distinguía su sombra en aquellos tejados, al correr con cautela, llegó hasta un gran balcón, donde podía distinguir aquel pequeño arbusto; de rosas rojas como la sangre, que adornan el centro con pétalos marchitos en pleno suelo. Pero justo en aquel lugar, estaba una chica de pelo negro. Parecía estar sentada en la banca de granito, donde se encuentran gravados los diseños de leones en los costados. Al contemplar la blanca luna parecía distraída, mientras aquel joven camina con sutiles pasos, reconocía su vestimenta blanquecina; al igual que su collar color mostaza.

Sin embargo, llegó a escuchar las hojas muertas del suelo; al pisarlas con los pies, hizo que la chica percibiera su presencia; y volteó de forma sorpresiva, dejando contemplar aquellos ojos color esmeralda—. Creía que no vendrías, Wolf. —Le dijo con una simple sonrisa—. ¡Me alegra que estés aquí! Siéntate y hablamos.

—No me perdería esto por nada —aseguró, mirando la cálida luna del fondo, que se podía distinguir su blanco resplandor por aquel cielo estrellado—. ¡Es preciosa! —Le dejó una sonrisa al sentarse en el banquillo.

—¿Te sorprende? —preguntó ella, sintiendo su mano sobre los hombros; como si le dieran un abrazo—. En esta época se pone hermosa.

—Si, desde mi casa no la puedo ver bien —comentó, donde podía sentir como su resplandor; lo llenaba de calma—. Es fría y poderosa como tus ojos, princesa. —Le clavó la mirada, mientras sentía como su corazón resuena con fuerza.

—Me puedes llamar Delie —aclaró, sonrojada como un tomate; al verlo alejarse de su cara, donde llego a mirar por fuera del balcón el bosque húmedo, que más al fondo había una laguna.

—Si, princesa Delie —le comentó Wolf—. Me gusta este lugar porque es tranquilo, y no suenan las carruchas por la noche.

—Pero es muy solitario —agregó ella con la mirada decaída—. Solo llámame Delie, ¿sí?

Wolf asintió con la cabeza— de acuerdo, Delie. —Aclaró tocándole la mano con suavidad—. Puedes llamarme lobito.

—¡Vale, lobito! —le expresó Delie, mirando su nariz pequeña sonrojarse, donde se perdía en aquellos ojos azules; que resplandecían por la luna, pero se le salieron algunas lágrimas—. Me gusta tener alguien como tú a mi lado.

—No llores —Wolf la abrazó con fuerza, mientas sentía los vientos fríos del norte, que retumban contra los arbustos de rosas. Por consecuencia, los pétalos llenan el lugar con sus colores rojizos—. Tú nunca estarás sola, porque yo estaré siempre. ¡Lo prometo! —exclamó, al levantar la mirada hacia la luna. Donde ella denotaba su cabello color blanco

— ¡Gracias, amigo! —comentó ella, que le veía con los ojos esperezados—. Quiero que veas algo, a ver si te acuerdas, solo recuerda la promesa. —Se levantó del banquillo, y comenzó a caminar hasta la puerta del castillo. A la par que Wolf no sabía a qué promesa se refería, solo se quedó callado. Sin embargo, se veía las enredaderas llenas de rosas; aún que la mayoría son rojas, también había de otros colores; como blancas, al igual que su vestido—. ¿Puedes venir? —le peguntó Delie, al detenerse abajo de un arco de piedra, que estaba muy bien pulida.

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