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- ¡Prometemos cumplir con nuestra palabra! ¡Sanear el sistema, sanear nuestro país! ¡Porque esa será nuestra Magnum Opus! -

Los silbidos y los gritos de júbilo no tardaron en hacerse presente entre estruendosos aplausos. El presidente del partido Magnum Opus, Lenard Voight, alzaba los brazos repetidamente, instando a la gente a gritar, a aplaudir, a que todo el mundo pudiera escuchar el sonido de la victoria aplastante en aquellas elecciones.

Con una mayoría de abstinencias en la población y triquiñuelas infinitas.

Y mientras, la gente en sus casas suspiraba viendo la pantalla. Otros plantaban la vista en la misma, pensando. Algunos cruzaban la mirada, cansados, desesperados, horrorizados por lo que venía mientras se cogían de la mano antes suspirar y volver a sus tareas.

Sabiendo que a esa rutina no le faltaba mucho para desaparecer... y olvidándose de ello a los minutos.



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Iki tenía la cara llena de grasa y pintura, sudaba y tenía la lengua sacada hacia una comisura con gesto de concentración. Cualquiera diría que le iba la vida en lo que hacía, con la mirada clavada en el pincel y los mechones de pelo cayendo. Un par de pinceladas más, se alejó para ver su obra desde algo más lejos y cambió su expresión de concentración por una enorme sonrisa.

- Ala, listo. -

El chaval sonrió mientras miraba el emblema de su héroe favorito pintado en el brazo mecánico. Su padre, a su lado, tenía el mismo gesto.

- ¿Qué se dice, Gil? -

- ¡Gracias! -

El joven negó con la cabeza mientras hacía un pequeño gesto de "no hay de qué", dejando a un lado el bote de pintura y los pinceles. Cogió un paño para limpiarse un poco las manos con calma.

- Iki, muchas gracias. Ya sabes, cuando pueda... -

- Gali, tranquilo. - Alzó una mano. - No tienes de qué preocuparte. Tú sabes que yo encantado. -

El hombre le dedicó una sonrisa apurada mientras se despedía, cogiendo de la mano a su hijo para volver a su casa con una simple despedida.

Iki llevaba un taller donde reparaba tanto robots, como cyborgs, como seres virtuales. Mayoritariamente tenía clientes de los dos primeros grupos, pero de vez en cuando le llegaba alguno de aquellos también. De todos los tamaños, edades e incluso épocas, así que había mucho trabajo que hacer en ese taller que básicamente vivía de donaciones. Tanto él como su compañera, Laze, creían inmoral el cobrar a la mayoría de las personas que allí iban: gente trabajadora, casi sin recursos, que se dejaban la piel para intentar sobrevivir. Así que después de un tiempo, decidieron poner un bote en la entrada del garaje y que quién quisiera pagase. Curiosamente al final todos acababan por pagar la "deuda", pero allí nadie metía prisa.

Era difícil, por supuesto. A veces tenían que ingeniárselas para poder llegar a fin de mes, pero de alguna manera u otra lo conseguían. Tanto Laze como Iki eran personas muy queridas no solo en el barrio, sino en la ciudad, así que la gente se unía para mantener aquel taller en pie. Hoy por ti, mañana por mí.

- Menudo día de mierda. -

Su compañera llegó al sitio con gesto ofuscado, pocos minutos después de que tanto Gil como Gali se fueran tras la reparación del brazo de su hijo. Iki, arreglándose un poco el pelo, le observó con expresión curiosa en sus ojos negros, alzando una ceja.

- ¿Qué ha pasado? -

- He estado con los Zals. Les han deshauciado. -

- ¡¿Cómo?! ¡¿Por qué?! -

- Los dueños no querían tenerles trabajando en casa. Les salía muy caro tener a un cyborg y un ser virtual con el 336 implantado. Ya sabes, por la subida de las tasas. Y como la casa era suya... -

- ¿Pero qué...? ¿Y no podían darles algo de tiempo? ¿No podían-? -

- ¿Qué? ¿Avisarles? ¿Para qué? ¿Quién se va a preocupar por ellos? -

El mundo entero había cambiado desde hacía un par de décadas. Tras mucho tiempo usando a los robots para muchos trabajos manuales, habían comenzado a implantarles conciencia en los trabajos más peligrosos para salvar vidas: policías, bomberos, rescatadores... Aquellos tipos de trabajos en los que uno se jugaba el cuello. Comenzaron entonces la discusiones entre lo moral e inmoral, hasta que, un día, la conciencia de los robots fue más allá.

No se sabía muy bien cómo ni por qué, pero desarrollaron sentimientos. Desarrollaron anhelos, deseos, creencias. Eran básicamente seres humanos hechos de metal. Y mientras esto pasaba, se crearon al mismo tiempo seres virtuales para dejar de fabricar robots.

Los hologramas táctiles llevaban siendo una realidad mucho tiempo. Se usaban para la enseñanza en su mayoría (aunque, por supuesto, tanto robots como objetos virtuales se pusieron a prueba en guerras, ¡Qué menos!), y el gasto de material era mínimo. Pocas piezas hacían falta para hacer aquellos hologramas táctiles. Así que decidieron crear "sirvientes" con aquella tecnología. Largas, infinitas líneas de códigos que creaban a un ser servicial.

Y pasó exactamente igual que con los robots. Se les implantó conciencia. Se infectaron con algún virus que creaba la capacidad de desarrollar sentimientos, el código 336. Humanos virtuales usados para el servicio, para tareas peligrosas. Para muchas otras cosas que dejaban mucho, mucho dinero.

Y vinieron entonces los problemas. Se tuvieron que crear nuevas leyes, e incorporar a todo nuevo ser a las ya creadas. Códigos civiles, penales... Había secciones dedicadas para unos y otros y así regular a una sociedad que crecía en la diversidad. Pero que no a todo el mundo le gustaba.

Porque lo diferente parecía ser malo.

Por supuesto, se intentó erradicar el racismo. Ya no era por color de piel, era por el material del que estabas hecho. Mucha gente dividida, y aunque a una mayoría no le importaba, lo más visible era la minoría que gritaba, que alzaba la mano, que exigía su destrucción y que volvieran a su lugar: la suela de sus zapatos. Y como los otros callaban, creyendo que no llegaría a más porque eran menos, dejándolo pasar, la minoría racista era la que se veía.

Y fue esa mayoría aletargada, que no se organizaba y no se unía, la que se quedó en casa o prefirió no informarse el día de las votaciones. Y fue por culpa de esa mayoría que la minoría, organizada y decidida, le dio el poder al Magnum Opus, un partido que era de todo menos bueno.

- No sé, Laze... Pueden venir a nuestra casa. Estaremos apretados, pero no vamos a dejarles en la calle. -

- Ya se han buscado un sitio. Pero tío... Me jode. Mucho. Y su caso no es el único. -

Laze era una chica increíblemente inteligente. Era humana, y estallaba cuando veía cualquier tipo de injusticia. Tenía los ojos de color azul y el pelo rojizo según le diera la luz. Se la veía espabilada, y aunque a veces se pasara de brusca, tenía un corazón de oro.

- Normal. Si es que, ¿qué hacemos? Ya has visto para lo que ha servido recoger firmas. -

- No, ya lo sé, Iki. Si es que no podemos ser sólo nosotros. Pero es que aquí, hasta que no estemos con la mierda al cuello... -

Ambos suspiraron con resignación, decidiendo que era mejor volver a lo suyo. A reparar piezas, encargarlas e intentar no pensar en que la solución a aquello no parecía que fuera a ser fácil.

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⏰ Última actualización: Dec 16, 2018 ⏰

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