Cuentan las personas provenientes de esta tierra de la existencia de una leyenda que cuenta que solo aquellos afortunados que creen en el amor pueden escuchar el repiquetear de un cascabel único en su especie.
Víctor Nikiforov, el príncipe heredero de esas tierras, recibió un curioso cascabel a la tierna edad de 5 años.
—Tu alma gemela deberá escuchar la dulce melodía de este cascabel, ya que el amor nos llena y nos vuelve mejores personas; sin amor, no somos más que recipientes vacíos, cascabeles que no pueden emitir ningún sonido. —Le había dicho su madre, depositando el hermoso cascabel azul en las manos del príncipe—. Encuentra a tu amor y atesóralo, mi pequeño Vitya.
Más por el recuerdo de su madre que por fe en sus palabras, el príncipe de las tierras heladas del norte conservaba aún el pequeño objeto. Guardado celosamente en una caja de cristal dentro de sus aposentos, casi nadie sabía acerca del pequeño objeto que brillaba pacientemente esperando algún día demostrar su valor.
Ahora, a un mes de cumplir la mayoría de edad, el príncipe Víctor se estaba preparando para tomar su lugar como el soberano de esas tierras. La celebración se llevaría a cabo el día del cumpleaños del príncipe, cuya fecha curiosamente coincidía con una de las celebraciones más representativas de las Tierras Heladas del Norte: la Navidad.
Desde que sus padres fallecieron, Navidad había dejado de ser una fecha especial para el príncipe. No había nada especial, solo él y su adorado perrito Makkachin; nadie más, y él pensaba que eso era lo mejor, pues en la soledad encontraba el platinado la fortaleza para cumplir todas sus metas.
Pensando en eso estaba Víctor cuando escuchó ruido fuera de su palacio. Curioso, ya que el ruido sonaba atrayente y rítmico, se acercó a la salida preguntando a alguno de sus súbditos qué era lo que sucedía. Sorprendidos porque el príncipe les dirigiera la palabra, ninguno atinó a contestar. No fue hasta que se encontraba en los jardines reales que una voz detuvo su apresurado caminar.
—Su Majestad, ¿solicita caballos para salir?
Víctor reparó en el chico que le había hablado: de mediana estatura y semblante serio, estaba ayudando a una muchacha pelirroja a recoger las últimas hojas que el otoño había tirado para dejar el jardín real impecable.
—No creo necesitarlos... eh...
—Otabek, su Majestad —completó el muchacho inclinando levemente la cabeza en señal de respeto hacía el príncipe.
—Muchas gracias, Otabek, no creo necesitarlos.
—Si no es mucho atrevimiento— la chica pelirroja se sumó a la plática, para Víctor no pasó desapercibido que tomó a Otabek del brazo—. ¿Qué lo trae hoy por los jardines reales, su Majestad?
Víctor se rascó incómodo la cabeza, ¿en verdad sus súbditos lo trataban de esa manera tan fría y distante? Decidió dejar ese pensamiento para después, ahora lo más importante era el ruido que se escuchaba cada vez más cerca.
—Quería saber qué era ese ruido de allá afuera.
—¿Lo molesta? Georgie, su consejero, ya salió a calmar el alboroto, su Majestad —explicó la pelirroja observando curiosa al príncipe Nikiforov. Pocas veces salía del palacio, por lo que era todo un acontecimiento tenerlo hoy en el jardín.
—¿Georgie? —preguntó Víctor reparando en la mención de su amigo de la infancia—, no me molesta, yo solo quería saber a qué se debe ese ruido.
—Es una caravana nómada, su Majestad. Personas que no pertenecen a ningún reino y que viajan por todas las tierras sin un rumbo fijo —explicó Otabek.
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El príncipe y el bailarín
Fanfic"Tu alma gemela deberá escuchar la dulce melodía de este cascabel, ya que el amor nos llena y nos vuelve mejores personas; sin amor, no somos más que recipientes vacíos, cascabeles que no pueden emitir ningún sonido". Fueron las palabras que Víctor...