Celia Montesalvo. Los Repudiados. Parte I

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A dos escasos, pero interminables años de que terminara la Tercera Guerra Mundial, en un pobre refugio para víctimas ubicado en una pacífica y sumisa ciudad, nacen dos niñas con cuatro minutos de diferencia una de la otra.

La primera recibe el nombre de Cecilia, nacida a las 23:58 horas, es pequeña, de piel sonrosada y con una fina capa de cabello rubio cubriendo su pequeña cabeza.

La segunda recibe el nombre de Celia, nacida a las 00:02 horas, es una recién nacida bastante grande y de aspecto vivaz, igual de sonrosada y rubia que su pequeña y tranquila hermana mayor.

Estas gemelas son un caso tremendamente insólito. Sus padres, aunque en apariencia humanos normales, son Magoles. Estas creaturas, fuertes, veloces y longevas, tienen como principal misión proteger a los humanos. Ellos no suelen venir al mundo en pares como estas dos niñas lo han hecho.

La mujer de cabellos oscuros y piel cobriza toma a sus hijas en brazos y bromea con su esposo acerca del parecido que tienen las niñas con él. La piel clara, el cabello lacio y rubio. Parece que son solo tus hijas y no mías, dice riendo.

Pero se encuentran en tiempo de guerra. Ninguna risa puede durar más de un par de minutos. El sonido de las campanas de la ciudad que indican la llegada de más víctimas, rompe el momento de alegría.

La mujer permanece con sus hijas mientras su esposo y varios magoles y humanos corren a las puertas a recibir a los heridos. Todos víctimas del odio. Un odio generalizado, que no está enfocado a ninguna conducta, a ningún sistema económico o líder político. Solo el odio de aquellos que despertaron un día y decidieron que alguien debía pagar por sus conflictos internos.

Semana tras semana llegan nuevos heridos, muchos sobreviven... otros no lo logran. No hay demasiado tiempo para llorar por los que se fueron, demasiado ocupados atendiendo a quienes llegan.

Pasan rápidamente los meses y pronto las muertes son tantas, que el odio empieza a desaparecer. Quienes han perdido todo no tienen voluntad suficiente para hacer cualquier cosa, los que tuvieron la suerte de conservar algo aparte de sus vidas están demasiado agradecidos como para arriesgarlo. Las fuerzas se van, el odio se convierte en cansancio y las dos niñas dejan de ver gente moribunda y escuchar gritos de dolor.

Han pasado tres años desde el nacimiento de las niñas, uno desde la declaración de paz.

Cecilia es muy protectora con su hermana a pesar de que esta es varios centímetros más alta que ella. Celia es risueña y se mete en un problema tras otro con su hermana corriendo tras ella para encubrir sus desastres.

Celia espía mientras sus padres conversan con un Idsuh. Se supone que sean enemigos naturales, pero se han aliado para proteger a los humanos. Celia piensa en cómo mamá siempre dice que los Idsuh no son confiables, solo hacen las cosas con un propósito, nunca por bondad. Cecilia la encuentra espiando y le aconseja que se alejen, que es malo espiar a los grandes, que la mujer Idsuh se enojará.

Eso no ed una mujed, tiene pelo codto, razona Celia.

Hay mujeres de pelo corto, eso no importa, va que hay que irnos, responde su hermana que sí habla con completa claridad.

Se alejan corriendo y nadie las sigue. Salen del edificio porque ahora que hay paz es permitido hacerlo.

A lo lejos ven un enorme grupo de personas que se acerca corriendo. Son humanos. No humanos heridos ni humanos que vienen celebrando. Son humanos armados que se acercan a atacar el refugio.

¡Aliados de la muerte!, gritan unos, ¡Lamebotas de los Invasores!, proclaman otros.

Las niñas entran corriendo al edificio. La mujer Idsuh aparece cuando ya hay varios humanos dentro del refugio destrozándolo. Las niñas corren. Un humano dispara hacia ellas, pero papá se interpone y las balas lo alcanzan.

Ven a la mujer Idsuh junto a él. La curadora les ha hablado de los poderes de los Idsuh, pueden detener balas en el aire, pueden doblar espadas con sus mentes, pueden curar heridas. La mujer puede salvar a papá, pero no lo hace. Pelea con los humanos sin dificultad, pero no se detiene a ayudar a papá.

Mamá aparece corriendo a velocidad increíble, toma a las niñas y huyen a la sala de operaciones. La sala de operaciones está al final de un pasillo y así mamá podrá protegerlas mejor. Hay muchos humanos; la curadora dice que ellos se reproducen rápido y sin cuidado.

Mamá las encierra en la sala de operaciones porque la puerta es resistente. Celia quiere salir, pero su hermana la obliga a esconderse. Permanecen ocultas detrás de una de las máquinas, se sienten protegidas por la imponente estructura blanca.

Se oyen los ruidos de la batalla, mamá acabando con los que debe proteger solo para evitar que dañen a sus hijas. Celia se pregunta por qué la mujer Idsuh no llega a salvarla. Son aliadas, los aliados se ayudan entre sí.

Los humanos tiran la puerta y empiezan a destrozar la sala de operaciones, todas las máquinas se convierten en chatarra inútil. El cuerpo de mamá está junto a la puerta, sus manos aún se mueven, sigue con vida. La mujer Idsuh podría salvarla ¿dónde está?

La mujer Idsuh aparece cuando los humanos han destrozado todo buscando a las niñas. Acaba con ellos en minutos, sin esforzarse, solo una gota de sudor baja por su coronilla y ella la seca sin inmutarse.

Cuerpos. Tantos cuerpos de personas que debían estar agradecidas por la labor de sus padres, pero que en su lugar los asesinaron. La mujer Idsuh se acerca al escondite de las niñas y las mira con sus siniestros ojos púrpuras.

Es hora de crecer, dice y le entrega dos pistolas a Cecilia. Su curadora se encargará de ustedes hasta que sean más grandes. Entonces ustedes se harán cargo.

Salva a mamá, susurra Cecilia.

La mujer Idsuh, en un movimiento tan veloz que es invisible, la patea en el rostro con el tacón de su bota y dice en voz baja que nadie le da órdenes. Sale por la puerta calmadamente, como si no hubiese un infierno de cuerpos desmembrados a su alrededor, como si su aliada no estuviera muriendo en la entrada de esa misma habitación.

Se acercan a mamá. Cuídense mucho, recuerden que siempre se tendrán la una a la otra... Mamá las a...

Pero mamá no termina de decirlo, ya no habla, ya no se mueve, ya no respira. Las niñas permanecen junto a su madre los 45 segundos que tarda la curadora en llegar. La robusta mujer las saca de allí y las lleva a la habitación que normalmente ocupan.

Las pequeñas lloran abrazadas.

Todo es culpa de los humanos, piensa una.

Todo es culpa de los Idsuh, piensa la otra.

Pero indiferentemente de quién tenga la culpa, mamá y papá se han ido.

Historias detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora