E. Ophidia. Parte 1.

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Una vez escuché a mamá hablar con la extraña anciana. Solo fue una vez porque la anciana solo iba a ese oscuro sótano que llamábamos casa una vez al año y mamá nunca me permitía escuchar.

La anciana le decía a mamá que yo no era un ser asombroso, que no había heredado ninguna de las impresionantes habilidades de mis ancestros. Le dijo a mamá que yo era desgarbada, torpe, de aspecto común y distraída, bastante inteligente, pero demasiado distraída y muy poco agraciada para que eso me sirviera de algo. Recuerdo claramente lo que mamá respondió, con ese tonito orgulloso, pero chillón de cuando se indignaba:

-Mi hija no tiene ninguna de las cosas que usted espera, pero ella es brillante. No es torpe ni distraída, es creativa y es una luchadora y logrará todo lo que quiera en esta vida.

La anciana parecía decepcionada. La creatividad, dijo antes de irse, no es algo que el clan aliente, no es algo que nos mantendrá con vida. Mamá no le dijo nada más y un mes más tarde los humanos nos encontraron.

Mamá era solo doce años mayor que yo y siempre parecía que las cosas eran un juego para ella. Era feliz, extrañamente feliz. Todo el tiempo.

Cuando cumplí ocho años, nació mi hermana. Ella era, aparentemente, una creatura con gran potencial. Era bonita, aprendía rápido y sus ojos eran de un color amarillo-naranja que hechizaba. Coral, la llamaron mamá y él. Luego del nacimiento de Coral, mamá discutió fuertemente con él, el padre de mi hermana, por algo relacionado a mí. Mamá me explicó luego que ella había decidido que era momento de que conociera a mi verdadero padre y él, el esposo de mi madre, no estaba de acuerdo. Él me amaba como a una hija, insistía en que yo era su hija, pero yo supe desde el principio que no lo era. Él llegó a nuestras vidas dos meses y medio luego de mi nacimiento y yo recordaba su mirada de espanto al verme.

"Te mezclaste con un Converso", le dijo a mamá en tono de acusación y ella rompió en llanto.

Luego se abrazaron, se perdonaron y días después se casaron. Él me trató con amor y me cuidó desde entonces, pero no era mi padre y yo lo sabía.

Coral tenía dos semanas en el mundo cuando conocí a mi padre.

Era un hombre de aspecto corriente. Estatura promedio, relativamente fornido y de cabello y piel oscuros. Me pareció que mi piel era pálida cuando me dio un inicial apretón de manos. Él me explicó que vivir sin luz solar me hacía carecer de color y me juré a mí misma que jamás abandonaría el sótano de nuevo para ser tan pálida como mamá. Mi padre tenía edad suficiente para ser el padre de mi madre e incluso la trataba como a una hija y mi madre lo miraba con admiración. Jamás entenderé la relación que tuvieron ni cómo sucedió.

Él solo dijo que la conoció en una tienda y fue una de tres ocasiones en que usó sus poderes de converso. Mamá estaba tratando de llevarse algo de la tienda y él la salvó del castigo de los humanos. Se siguieron viendo y meses después nací yo.

Mi padre era la persona más interesante que había conocido jamás. Era ingenioso y veía mi creatividad como un complemento de mi inteligencia, no como un obstáculo. Cada semana iba a visitarlo a su casa que era una especie de azotea en el extremo menos habitado de la caótica ciudad. Yo salía de mi casa dos horas antes de que saliera el sol y regresaba con mamá exactamente 24 horas después, dos horas antes de que saliera el sol al día siguiente. Durante todo el día hablábamos, comíamos, él me enseñaba a leer, yo dormía un rato y en la noche jugábamos videojuegos en la tienda abandonada a dos calles de su casa. Y yo era feliz, tan feliz.

Coral tenía diez meses de existencia, gateaba y comía sólidos cuando yo cumplí nueve años y la anciana fue a verme por última vez.

Mi padre me contaba historias de cuando era niño mientras comíamos el exquisito pastel que me regaló por mi cumpleaños. Ambos amábamos las cosas dulces.

Mi padre vivía escondido. Ese mismo día me confesó que los Idsuh no sabían que él existía, que era un Converso. Ellos se llevan a todos los Conversos, me dijo, y yo no quiero ser uno de ellos. Mi padre decía no odiar a nadie, pero parecía despreciar a los Idsuh. Entonces se escondía para que los Idsuh no se lo llevaran y no lidiar con humanos que pudiesen delatarlo por un trozo de pan. Le pregunté por qué seguía en una "Ciudad Libre", que vivía en la miseria y el peligro por no estar bajo el manto protector de los Idsuh del que gozaban las Ciudades de la Alianza. Él dijo que prefería su libertad antes que un plato repleto de alimentos deshidratados. Y en ese momento deseé ser libre como él. Vivir en una azotea en la que la mitad del espacio fuera abierto y la otra mitad oscuro y seguro. Vivir libre y no en un sótano sin poder salir de día.

Durante años pensé que deseé con tanta fuerza que el destino se enojó conmigo por ambiciosa y decidió despojarme de todo.

Me sorprendí mucho cuando mi padre, siempre tan relajado y en completo control, dejó caer su cubierto y corrió a su habitación a revolver entre sus cosas. Me dio un librito y un reloj de manecillas, me dijo que me amaba y que no iba a volver. Me dijo que esperara tres horas para salir y que huyera con mamá tan rápida y sigilosamente como fuera posible. Dijo que si no salía en tres horas me ocultara en el sótano del mismo edificio hasta que mamá me encontrara.

Nunca dijo qué pasaba y nunca tuve oportunidad de preguntarle.

Pasé cinco días oculta en el sótano por miedo a cruzar sola la ciudad. Fui lo bastante inteligente para llevarme comida, pero algunas cosas empezaban a oler mal. Allí descubrí que sí había heredado las habilidades de mis ancestros. La anciana estaba equivocada.

Cuando mamá finalmente me encontró, me sentía fuerte, pero asustada. No respondió cuando pregunté por mi padre y me ignoró todo el tiempo que insistí. Fuimos a casa por un camino oscuro y escabroso que jamás habíamos usado y cuando llegamos mamá me abrazó y se disculpó por haber tardado tanto.

Poco más de dos semanas después, cuando empezaba a entender que algo malo le había ocurrido a mi padre, nos despertó el sonido de golpes contra la trampilla de acceso al sótano. Mamá corrió a esconder a mi hermana y a mí en una extraña caja en la que solo cabía sentada. En el clan al que pertenecían mamá y él, mi falso papá, nunca se decían palabras de amor y aún hoy pienso que un "Sobrevivan juntas" no llena el vacío en mí.

Salí de la caja dos horas después, cuando Coral empezó a succionar mi brazo porque tenía hambre y el sonido de gritos y brasas estaba solo en mi memoria.

Mi casa era una habitación negra cubierta de cenizas. No existían los muebles, no existían las fotos, no existían mis padres. Ni los padres de Coral.

Alimenté a mi hermana tan bien como pude y esperé a que el sol se ocultara por completo antes de salir.

Coral tenía veinte meses, solo decía mi nombre, gateaba, corría y comía lo que hubiese disponible cuando llegamos a El Pueblo.

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⏰ Última actualización: Jan 01, 2018 ⏰

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