Prólogo

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-Es el peor día de toda mí vida- dijo mientras que una de sus manos estaba posada sobre sus ojos cerrados. No le agradaba aquello.

Pensaba que su hermana mayor lo hacía a propósito. Sentía como su pecho subía y bajaba rápido por su respiración agitada. Su cabeza comenzaba a dar vueltas, se estaba mareando. Odiaba sin dudas ese día de la semana, en el cual iban al Centro Comercial en el horario de un espectáculo que ella tanto aborrecía: de títeres.

-No exageres. Esos muñecos están en el piso de abajo- respondió la mayor mientras le restaba atención y chequeaba un vestido largo para luego apoyarlo en su cuerpo como si se lo probara.

-No exagero- dijo en su defensa la menor a la vez en que estiraba una de sus manos en busca de la pared de aquella tienda. Al encontrarla se recargó sobre esta.

Padecía de pupafobia. Una fobia absurda, pero que realmente temía. Sentía que esos objetos que aparentaban algún animal o humano la observaban para luego dar el primer y último golpe en su vida. De su infancia, no recurdaba ningún lindo momento con marionetas. Siempre era la única niña que abrazaba la pierna de su madre mientras que los otros niños reían de los increíbles show que daban, que para ella eran terroríficos.

La voz alegre de un pequeño niño se hizo presente en aquel local. La chica dejó libre uno de sus ojos para ver de qué se trataba su motivo de felicidad. Era un títere. Sus ojos marrones se abrieron en par mientras su tono de piel bajaba un poco. No podía estar ocurriendo. Siempre solía ocurrir lo mismo.

Corrió rápido a un vestidor desocupado para ocultarse detrás de la tela azul que caía desde arriba. Cruzaba sus dedos con la esperanza de que se fuesen pronto. A su deseo, la voz del pequeño no se escuchó más. Se asomó a ver y encontró la figura de su hermana viéndola de reojo, con sus manos en su cintura en forma de puños. La mayoría de las personas allí presentes, la veían un poco confusos, excepto quienes atendían el lugar, ya estaban acostumbrados a aquello y sabían su caso.

La chica sonrió nerviosa mientras buscaba, con la mirada, al niño amante de las marionetas asesinas. Así llamaba a todos.

Ya no estaba allí.

-Falsa alarma- dijo saliendo de su escondite sin borrar esa sonrisa de incomodidad.

Sentía un sudor frío correr por todo su cuerpo y su corazón tranquilizándose de a poco por el susto que se había pegado. Se dirigió apenada a donde se hallaba su hermana, aún de la misma forma, sin quitarle el ojo de encima.

-Si la gente pregunta, diles que no somos familia- se pegó media vuelta para agarrar nuevamente el vestido, y uno más, para dirigirse a la caja y llevárselos.

[...]

Caminaba con su cabeza gacha de la vergüenza que había pasado. Era la misma de casi todos los días de su vida. Era una condenación. Así lo sentía. Quería ser alguien que no le tenía miedo a nada, a ningún títere. Mientras que ella estaba en su mundo, su hermana mayor le estaba hablando de algo, pero ya se había desviado del tema desde hacía ya unos minutos.

-Espérame aquí. Traeré unos helados- le entregó las bolsas con las cosas compradas y desapareció entre la gente.

La muchacha estaba desconcertada. Alzó su mirada para intentar buscar el camino por el que se había ido, pero no era visible. Caminaba sin rumbo. Nunca fue de obedecer las reglas de su hermana, y menos si constaba de quedarse quieta.

Quería buscarla, pero no habían pistas. Se dirigió a la fuente y miró hacia todos lados. Nada. Suspiró con pesar para luego oír voces de muchos niños. Eso no le pintaba nada bueno.

De reojo los buscaba, pero a medida que los segundos pasaban, las voces se alejaban. La función de ese día ya debía haber terminado. Suspiró algo aliviada. Y siguió buscando con su mirada a su hermana.

-¿Estás perdida?- preguntó una voz peculiar.

-Eh... no mucho- respondió restándole importancia, y sin percatarse de quién le estaba hablando.

-Pues para mí te ves perdida- respondió otra voz peculiar.

-No, estoy bien. En serio...- no pudo terminar su frase al darse vuelta a ver los rostros de aquellas personas que le hablaban.

No eran personas, eran títeres. Uno marrón haciendo características de un perro, y otro azul similar a un gato. No veía nada más que a esas dos marionetas. Sus pesadillas tomaban forma en esos precisos momentos. Su corazón latía a todo lo que daba, ya no podía articular ni una palabra más. El tono de su piel nuevamente volvió a bajar. Y sus ojos no dejaban de ver a la causa de su temor.

-¿Estás bien?- preguntó el perro acercándose a su rostro.

Lo siguiente que se escuchó fue un fuerte grito, que llegó hasta la otra punta del Centro Comercial.

¡Y aquí mismo, podemos apreciar una historia de Ken Midori! ¿Qué les pareció éste comienzo?

30 votos= continuación.

Ojo, si no sigue, nadie tiene derecho de robarme la idea.

Hasta aquí por los momentos.

Besos ♥

PUPAFOBIA |Ken Midori y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora