(di)Similitud

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El dios de la destrucción del sexto universo no era de expresiones libres de cariño, y similarmente, lo consideraba así para el caso de su hermano gemelo.

Champa nunca se detenía en realidad a pensar en cosas tontas y ñoñas y débiles como la amistad y el amor, y el darse mimos y compartir abrazos, incluso si no le importara, aunque jamás y nunca lo admitiría en voz alta, el a veces tomar y sentir la calidez de la regordeta mano de su kaioshin entre sus garras.

Jamás admitiría a viva voz tampoco el quizás no odiar totalmente ver la cara huesuda de Bills, con su raquítica complexión haciendo ver los rasgos similares (y mucho mejores) en Champa como si la hambruna y la sequía se hubiesen juntado en complot para convertir su imagen reflejada en Bills en la cosa menos esbelta y atractiva de todos los doce universos.

Partirle toda esa fea cara, y Bills de vuelta la hermosa suya, era la manera como expresaban ellos dos su fraternidad, o lo había sido alguna vez. Sus expresiones de hermandad tenían un largo tiempo ya de haber pasado de darse delicadas y rotundas palizas físicas, a hacerse puré en competiciones que implicaban menos derramamientos de sangre, aquella que justamente les uniría en lazo filial por toda la eternidad, manteniendo su llama de rivalidad viva e inextinguible al pasar de los eones.

Ellos eran así, toscos y rudos y fuertes, sin molestarse ni preocuparse por demostrar más allá de sus impenetrables corazas de titanio.

Era la lógica y obvia impresión de los dos, algo que era un hecho incuestionable y que simplemente era.

Por ello, en ningún instante, la mente de Champa contemplaba ni de lejos algo relacionado a la entrañabilidad, ni ninguna expresión de ella, mientras visitaba de sorpresa, y con mucho más sigilo esta vez, el planeta de su gemelo; caminando por el frondoso bosque con Vados siguiéndole de cerca.

El encontrarse de imprevisto, entre los arbustos, a la visión de su hermano dándole arrumacos a su kaioshin de turno era un espejismo como sacado de una horrorosa y bochornosa realidad alterna, y la mente de Champa se hizo trizas contra la brusca colisión de aquella realidad, deteniéndose de golpe.

―Q-qué... ―Se le había ido la voz―¡¿Bills?!―pronunció su nombre aún sin fuerza, y sus ojos casi se salían de sus órbitas al ver a lo no tan lejos aquella quimera de Bills (¡Bills!) con su cara en extrema proximidad a la de aquel enano kaioshin en lo que inconfundiblemente era un beso.

―¡Oh vaya! Parece que su hermano no está disponible ahora mismo, señor Champa. Creo que deberíamos regresar luego ―le comentaba su asistente en susurros.

Champa no le hizo caso, su mente comenzando a maquinar un tanto, y lo primero que le vino de pronto fue una inmediata y completa repulsión.

―¡Guácala! ¡Pero qué asco!―exclamó repentino a los cuatro vientos, con un volumen que hubiese alertado de su presencia incluso al ermitaño más escondido.

Al instante, los alarmados ojos de Bills se encontraron con los suyos, y lo siguiente que registró fue el brusco sonido de un golpe y manos tomándole de la pieza tope del uniforme, casi ahorcándole, al otro impactar contra él y hacerles chocar contra los árboles.

Cuánto viste...―La respiración de Bills sonaba como un ventarrón contra su cara, y sus ojos le veían con amenaza rayando en lo asesino.

―¡¿Qué rayos importa eso ya?!―Champa le veía de vuelta molesto, perturbado, con asco―¡Quítame tus manos de encima, asqueroso!

―¡Cállate! ¡¿Qué demonios haces aquí, panzón entrometido?!

―¡Vine a patear tu trasero, varilla esquelética, pero tú estás muy ocupado haciendo tus cochinadas en público!

―¡Es mi planeta y hago en él lo que se me venga en gana, tonto! ¡Eres tú el que vino aquí sin invitación!

(di)SimilitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora