track #2

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Namjoon.
Es él.
Kim Nam Joon.
Sí, sí, sí, sí.

Por supuesto que es él.

Camina perdido entre las calles de Tokio.

El espectáculo casi nunca cambia —piensa él— desde la primera vez que lo observó con detenimiento.

Las luces fluorescentes, al refractarse, crean un humo colorido que vaga por las calles atestadas de personas. Al cerrar los ojos se puede notar las voces de seres desconocidos susurrando por entre los focos de luz. A él le gusta escucharlos, son pensamientos atrapados por casualidad.

Cruza por una calle de líneas amarillas buscando algún lugar en el que entretenerse, con cuidado de que su cara no sea reconocida por algún transeúnte. Se siente más cómodo al llevar gafas obscuras, como si lo separaran de la realidad al volver los colores más opacos. 

Como si con ellas pudiese ver más allá de lo que otros ven.

Yo, desde arriba, grito con todas mis fuerzas. «¡Eso no se debe a las gafas, estúpido!, ¡Viene de ti!»
Sin embargo, nunca me escucha.

Al verse dando tantas vueltas, entra a un establecimiento al azar. Oye como un leve tintineo resuena por encima de su cabeza anunciando su llegada. Le gusta ese sonido. Pudo haber entrado cualquier persona; no lo recibieron con gritos ni aplausos, de vez en cuando disfrutaba eso de sentirse real. Si cortara su mano, saldría sangre. Si llorara, lágrimas. Sonrió. Al alzar la vista nota que es una tienda de cd's. De fondo se puede escuchar una canción que le parece conocida, acompañada de las voces de las personas que se encuentran dentro de la tienda, explorando el vasto océano de discos con los ojos entrecerrados. Aguzó el oído, pero ningún título apareció en su mente. Ese día se sentía nostálgico, un poco cansado, y su cabeza no dejaba de darle vueltas a la misma pregunta cada vez que sus pensamientos acababan en un punto muerto.

Aquella mañana había comprado un boleto de ida y vuelta a Tokyo, aprovechando su poco tiempo libre. Tres meses atrás había estado en ese lugar, rodeado de los altos e imponentes rascacielos. Sus luces y colores, el sonido cercano de voces animadas, miles de pantallas y su cara luminosa sobresaliendo en algunas. Los anuncios de las tiendas escritos en vertical. El sonido de una ambulancia en la lejanía, cerrado y obscuro; quizás alguien estaba a punto de morir. Escuchaba incluso el llanto de una mujer por detrás de una ventana de luz amarilla y persianas corridas. Se sintió abrumado. Porque la belleza resplandeciente era artificial. Una vil réplica del invento que Edison robó. Maldito sea Nikola Tesla. La electricidad en estas cantidades no nos permiten ver las estrellas. Pero es hermoso. La mayoría de la gente se ve feliz. Y el clima está precioso. Si tan sólo...

...si tan sólo entendiera...

¿Por qué el amor y el odio suenan como lo mismo para mí?

Ahí se hallaba la razón de su vuelo. Quería encontrar la respuesta a su pregunta en el mismo lugar en el que fue formulada.

A veces tenemos que someternos a esa clase de caprichos. Son tan puros y naturales que pasan desapercibidos e ignorados por la mayoría. Las ganas de viajar a Japón se la hacían parecidas a sus ganas de comer helado de limón cada viernes, o comer cucharadas enteras de azúcar cada que así lo quería —a menos de que estuviese sometido a alguna dieta debido a un regreso —. Terminó en una tienda de cd's cuando notó que la respuesta a su duda se le escapaba un poco de las manos. La música lo calmaba un poco. Y aunque hubo entrado allí por causalidad, su subconsciente le decía que era algo distinto a ello, cierta forma de destino irrevocable.

A su izquierda se encontraba un muchacho alto, de manos alargadas que frenéticamente tamborileaban sobre la estantería frente de él, donde se encontraba la discografía completa de una banda inglesa que se había separado en el dos mil nueve. Oasis.

Silbaba la melodía de una canción mientras observaba con detenimiento la portada de cada uno de los discos. Una leve sonrisa se deslizaba por la comisura de sus labios. A Namjoon le pareció de lo más curioso.

Ayato-kun ¿ya lo has encontrado?— Otro joven de su edad caminó a su lado. Era considerablemente más bajo y su voz era gruesa. Su cabello cubría sólo la mitad de su frente.

—Si, aquí están.—dijo, señalando los discos. Sus ojos se expandían. Su cabello estaba mojado.

En otro ladeó la cabeza.

—Y... ¿cuál vas a comprar?—. Preguntó, dirigiendo su mirada a uno de los discos. En la portada se mostraban varios hombres al lado de una piscina.

—Ninguno.

—¿Ninguno?—se sorprendió—. ¡Llevamos horas buscando! ¿En serio no llevarás nada?

—No. Ya los tengo todos.— miró de nuevo la estantería. Soltó un suspiro y vio a su compañero. —Me gusta el sentimiento de ver todo lo que busco frente a mi.

—Estás loco. —Contestó su amigo, negando con la cabeza. —me has hecho entrar a casi veinte tiendas sólo para observar una colección de discos que ya tienes. —dijo remarcando la afirmación final— has perdido la cabeza.

—Hey, hey. ¿Sabes algo?— Silencio.— En este momento hablo contigo; pero no logro escucharte en realidad.

El bajito miró leve mente hacia arriba, con confusión. Buscó la mirada de Ayato, pero este ya estaba caminando hacia la salida.

Curioso.
Muy curioso.

La profundidad de una voluntad va más allá de lo que pueda comprender incluso la misma persona en la que nace.

Saca la libreta. Marca firme sobre el papel en blanco; la tinta negra baila sobre la página antes pulcra, plasmando sobre ella un pensamiento ahora visible al mundo. A Namjoon tal acción le recuerda a sí mismo.

Antes creía firmemente que mantenerse en su forma original era lo ideal para él. Ya luego de varias caídas accidentales y gustos propios convertidos en manchones sobre la piel —aquella que no es visible, la que está al reverso guardando nuestros órganos— se dio cuenta de lo contrario. Tales tachas, escritura borrosa y acuarela abarrotada dentro de su cuerpo sale a relucir cada que abre la boca. Y gradualmente colorea el exterior. Si careciera de eso, carecería también de alma; que es, por supuesto, la vida misma.

Una vida que va corriendo ahora mismo.

Tal vez no corriendo del todo. Sólo sale por la puerta, hacia el frío. Tres pasos hacia adelante, uno atrás. Observa el panorama. Sonríe. Todo estará bien.

Sin pensarlo, sus pasos iban por detrás del joven coleccionista. Más lento, pero sin duda, detrás. Actuaba en automático. Le atraía su aura.

Mientras camina, se centra en pensar en el amor. Y el odio. Trata de diferenciarlos. Es muy, pero muy fácil. Y eso lo hace difícil. Como la engañosa pregunta de un examen de física cuántica. Demasiado sencilla para siquiera creer. Ya había caminado dos cuadras sumidas de pleno en el silencio que brindaba el alejarse a una apaciguada zona rural, cuando surgió lo que esperaba de su ya desanimada mente. No de repente. Poco a poco hasta materializarse.

Ojos grandes. Corazón abierto.

¿No son el amor y el odio simples emociones que, a pesar de ser distintas, nos hacen realizar actos igual de extremos? 

¿Y no es sabido ya, que al acabarse una, es probable que surja la otra? 

Se detuvo en el medio de una calle transversal. A donde quiera que mirase veía lo mismo. Asfalto, polvo, pintura corroída por el tiempo. Sobre las calles, sus pies. Bajo las calles tierra.

Lo había comprendido. 

No le hacía falta más, ya que, justo dentro de él tenía todo lo que necesitaba y andaba buscando. No era una colección de cd's, pero se asemejaba a una canción con toques orientales. Zumbaba en su oído la cálida melodía mecida por el viento. Juntó sus labios y silbó un rato con los ojos cerrados.

Al abrirlos se sorprendió al notar extraños destellos provenir desde los tejados. Sonrió como lunático al sólo considerar la idea de que estaban celebrando junto a él.

Démosle una oportunidad más para que vea la hora y caiga en cuenta. 

O quizás unos segundos.

Re: Tokyo.
playlist: mono.

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