Muros Invisibles

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—Soy Louis, y estoy aquí para...

—Escribir.

Louis se queda boquiabierto, la sorpresa se refleja lentamente en sus cejas arqueadas. Los segundos vienen y van, escabulléndose a lo largo de una delgada línea de vacilación. En el exterior, la hierba se difumina con el cielo, colores romos y brillante caos. Harry espera. Y no es hasta que Louis ve el libro de recortes que está abierto sobre la encimera de la cocina que se relaja y se apoya contra el marco de la puerta.

—Oh. ¿Así que ya has leído tus notas?

—Síp —asiente Harry, y no se da cuenta del fugaz destello de decepción en la expresión de Louis.

Hoy, la conversación se reanuda en el apartamento de al lado, el de Louis. Es una caja encalada llena de papeles hechos una bola, latas de cerveza medio vacías, una miríada de formas acromáticas. Sábanas frágiles y arrugadas sobre el colchón desnudo, cortinas que cuelgan flácidas, como banderas de rendición. Hay pequeñas colillas y unas pastillas amarillas organizadas sobre la mesa, formando una palabra: “HARR”. Todo  ello con un revestimiento de blanca fragilidad, que apenas consigue alejar el amianto post-moderno. Harry se siente aislado, pero asimila todo lo que tiene que ver con Louis, acoge con entusiasmo cada uno de sus pasos letárgicos y sus largas pestañas.

Harry cree que Louis es la viva imagen de todo lo que hay en la habitación. Tirado en el sofá, Louis es el tipo de tío que pertenece a esta clase de lugar con toda probabilidad, o el tipo de hombre que ya se ha acostumbrado a la superficialidad de la clase alta. Una especie de hombre relleno y aún así hueco, con sombras que caen entre la emoción y la reacción.

—No te gusta este lugar, ¿verdad?

—Es todo blanco y negro. No parece el hogar de una pers...

—Toma —dice Louis, de repente.

A Harry casi no le da tiempo a girarse lo suficientemente rápido como para coger el paquete aún precintado de post-its amarillos que le tira Louis.

—¿Qué es esto?

—Venga, vamos. Tienes que reconocer lo que son.

—No, quiero decir, ¿para qué me los das?

—Tú eres el que ha dicho que mi habitación es toda en blanco y negro —Louis se encoge de hombros, y se reclina en el sofá hasta que la base de su cuello está completamente expuesta, y de repente es todo bordes afilados de la barbilla, cartílago, codos, nudillos, uñas—. Así que coloréala. Apuesto lo que quieras a que lo estás deseando. Y mira, son del color del sol. Te hacen sentirte vivo, ¿a que sí?

—Eres horrible.

—Tu mirada de reprobación —comienza Louis con una sonrisa— es mi favorita.

Así que Harry se rinde, aunque sólo después de darle una orden a Louis.

—De ahora en adelante, llámame hyung. Es hasta ridículo lo maleducado que eres.

Louis se echa a reír, quitándole importancia, el humo explota como nubes de purpurina sobre su cabeza, su sonrisa amplia de júbilo. Harry acerca una silla a la pared más cercana y se sube en ella, tambaleándose un poco a la vez que abre el primer paquete y desliza el pulgar bajo el primer post-it. Lo alinea en un ángulo perfectamente perpendicular, y pasa su pulgar sobre los bordes, estirando las esquinas. La pared está cálida por el sol que entra y la voz de Louis le llega como un murmullo tranquilizador desde atrás, una neblina de pequeñas e insignificantes palabras que flota sobre muecas melancólicas.

—¿Alguna vez te has preguntado cuántas veces has hecho precisamente lo mismo, a la misma hora, con la misma pistola de cola y el mismo cubo de ojos de cristal y el juguete del día anterior al día anterior al día anterior de todos los ayeres? ¿Cuántas veces te has sentado a la mesa para cenar solo y te has preguntado si mañana recordarás lo que ha pasado hoy?

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2014 ⏰

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