31 de octubre de 1690

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La animada ceremonia se llevaba a cabo de maravilla. Los invitados danzaban bajo la pálida luz de la luna al son de los violines. Los recién casados bailaban en el centro de la pista abrazados, de manera lenta y sin seguir el ritmo, la música que ellos seguían era el continuo latir de sus corazones. Dos almas destinadas, unidas en un perpetuo danzar.

La pareja se miraba el uno al otro fijamente, transmitiéndose todo lo que sentían.

-Esto es tan hermoso -comentó con una fina sonrisa la mujer a su ahora esposo. Sus ojos poseían un brillo deslumbrante y sus pupilas estaban dilatadas, fruto de ver tan de cerca a la persona que había amado por tanto tiempo y que por fin le pertenecía en cuerpo y alma.

-Todo es hermoso mientras estés tú a mi lado, Evania -manifestó tiernamente el hombre y poso sus comisuras labiales en la frente de la fémina, concluyendo en un dulce beso.

-Oh, Arthur, me haces tan feliz -expresó Evania para seguidamente besar a su marido, un beso cargado de esperanza, de ilusión; un beso lleno del sentir de su corazón; un gesto repleto de afecto; compendio de sus emociones-. Desearía que este momento fuera sempiterno.

Pareció que en ese instante el tiempo se congeló; Evania cayó en cuenta que solo quedaban ella y su marido en la pista. La música de la fiesta cada vez era más lejana y en su lugar una meliflua sonata para piano comenzaba a escucharse. La apacible brisa, el incesante canto de los grillos, el sonido de las respiraciones de su esposo y ella mezcladas. Evania por un momento sintió que todo lo podía lograr, se autoproclamo dueña del mundo. Observo el mundo y se percató de lo sublime que este era, se vio a ella misma y se dio cuenta que en su visión estaba Arthur junto a ella; era cierto, todo era más hermoso cuando él estaba a su lado.

Evania siguió bailando junto a su marido al compás de la melodía del piano. Era un momento especial. La noche que dos espíritus se fusionaban en un vínculo acendrado, una unión de amor, de esperanza, de aprecio, de adoración.

Súbitamente, la armoniosa sonata de piano se volvió oscura, tenebrosa. Extrañada, Evania miró a su alrededor, dándose cuenta que de repente no había nada. Su esposo había desaparecido, los invitados no se veían por ningún lado, la orquesta tampoco se encontraba. Evania observó con más detalle, estaba en un bosque, solo los tenues rayos de Luna alumbraban el lugar.

-¡Arthur! ¡¿A dónde te fuiste?! ¡Querido! -aullaba con pena la mujer.

Evania se sintió desfallecer cuando vio que no estaba sola, el sitio estaba repleto de esqueletos, todos vestidos de manera elegante, acomodados en diferentes posiciones haciendo parecer que habían estado bailando. La escena era escalofriante.

Y entonces, recordó todo. Cayó al piso de forma estrepitosa, puso sus manos en su cabeza, pues esta le ardía como el infierno. Había cometido un pecado y tenía que pagar las consecuencias de este.

-Karla Gallardo-

Innumerables campanas resonaban en sus oídos provocando que los quisiera arrancar de su cabeza, las lágrimas no dejaban de caer al piso como si se tratase de una cascada, el miedo se la acabaría por comer viva, todo por lo que pasó esa trágica y tormentosa noche.

[...]

-Evania... Evania, ¡¿Qué has hecho?! -Arthur gritaba histérico tratando de despertar a su mujer del trance, pero parecía inútil, Evania hacia oídos sordos a todo lo que su marido dijera.

-Juntos... Juntos... Por siempre...-Repetía ella mientras caminaba con su largo vestido blanco completamente manchado de un rojo carmesí.

-¡Ahí está! ¡Ella es la bruja que asesinó a toda esta gente! -La gente del pueblo venía cargada de antorchas y diversas armas clandestinas dispuestos a acabar con la masacre que azotaba al pueblo con mano de hierro.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2020 ⏰

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