El alma de las armas

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  Era una tarde gris, lluviosa y de un día feriado. Lo habrá encontrado en la internet, algo que había buscado por años: una remota reliquia de una era olvidada. 
El objeto está  hecho a partir de madera y una piedra, fue construida por garras peludas, parecidas a nuestras manos, pero de piel amarronada. 
Al sostener la reliquia, te das cuenta del ingenio que tuvieron, una verdadera idea brillante llevada a la práctica. Liviana, poderosa, pero con el carácter de poder de un cetro.

El tipo, sin pensarlo contactó al vendedor. Ante la idea seguro tuve esa mezcla de amarga desconfianza pero dulce y genuino entusiasmo. En respuesta obtuvo un precio y encontraron un acuerdo con facilidad. Camino a concretar la compra seguro pensó en qué sensación experimentaría al blandir el artefacto. Quizás sabía algún misterio que yo desconozco. Al fin de cuentas es una excálibur de la era de piedra que lleva en su filo, el contacto con años de historia. 
El lugar pautado, un café de la avenida Corrientes.
Se habrá preguntado en qué caja o bolsa vendría, al verlo se sorprendió igual que yo: un estuche negro y simple de instrumento musical.

Aquí es donde entro yo, quien les habla, y me animo a confesarlo de esta forma: me apropio de lo ajeno. Soy un ladrón. Un chorro. Vivo de esta forma y siempre he sido así.
Iba desorientado sin saber que era feriado y la ropa húmeda me pesaba sobre la espalda cuando di vuelta en la esquina y los vi. Estaban dentro de un café. Regalados.
Un viejo y otro más viejo de anteojos, pasándose guita con carpa por un instrumento de música. Los esperé afuera, impaciente me mezclé con la gente, fue muy poco. Se dieron las manos, intercambiaron dos palabras y se volvieron a parar de nuevo. Cuando salieron vieron mi cañón. Me gritaban. Salí rajando.

A uno lo perseguía la policía por contrabando de objetos antiguos. El otro sólo coleccionaba. 
Cuando abrí el estuche sentado en la cama de la pensión no entendí pero al alzarla encontré una curiosa sensación. Los días siguientes me tomaba mi tiempo para hacer lo mismo. Inspeccionarla. Moverla en el aire. Verla con detalle. Tiene un olor raro que nunca hallé en otra superficie. No sé qué es. Con el tiempo se fue revelándose algo y me volví como un niño y su juguete. Cuando la usé por primera vez, al defenderme, algo cambió. 
Varias veces me pregunte acerca de sus dueños y sus destinos.
Ahora, ya no robo billeteras, ni teléfonos, ni a la que sale. Soy conocido.
Soy Ramón el líder de la banda del hacha.

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