Parte 1 Sin Título

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Lola, Rocío, Triana y Dana se conocieron en el bar de copas en el que trabajaba esta última, cerca del casco antiguo de Sevilla. Acudían cada viernes por la noche, cada una por su cuenta. Triana en varias ocasiones había bailado sobre un entarimado para los clientes del local mientras Lola recitaba poesías, algunas de su autoría, y siguiendo el ritmo flamenco. Precisamente fue así como ambas conocieron a Rocío, la catalana.

En la actualidad ninguna de ellas contaba con compromisos sentimentales, solo con sus respectivos trabajos. ¿Descendencia? Tampoco. Sin darse cuenta los años habían ido pasando y nunca se plantearon formar una familia y tener hijos. Vivían en la misma ciudad, Sevilla, a la cual adoraban por su clima, sus gentes, sus costumbres, aunque en barrios distintos.

La noche en que se conocieron, Triana vestía un popular vestido negro con volante bajo y coloridos lunares acompañado de un mantoncillo, una sencilla peineta sobre la melena pelirroja y unas argollas con lunares, a juego con el vestido. Con sus zapatos flamencos de fabricación artesanal, Triana bailaba al ritmo de una guitarra flamenca acompañada de la voz poética de Lola. Dana repartía copas por las mesas y Rocío estaba sentada en un taburete, de espaldas a la barra y observando a los allí presentes. Durante el segundo descanso de la actuación, un hombre, bastante pasado de copas, se acercó a Lola con la intención de besarla, dando la impresión de conocerla. Ella, sintiéndose intimidada y colorada como un tomate, se echó hacia atrás hasta quedar pegada a la pared.

—¡Qué hace! ¡Está loco! —gritó con educación, aunque molesta, con la timidez que tanto la caracterizaba y los ojos a punto de salir de las gafas de pasta que siempre llevaba para leer y trabajar en el cole.  

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