Ella agarró el picaporte con fuerza, pero sin determinación, como tratando de encontrar en ese gesto el coraje suficiente para hacer desaparecer todos esos molestos sentimientos que le impedían abrir la puerta.
Él dio un paso hacia adelante, hacia ella, pero la vista de sus ojos enrojecidos y anegados en lágrimas lo hicieron detenerse. Estrujó entre sus manos con rabia el mantel floreado de la mesa. ¨Malditos esos ojos¨ pensó ¨Malditos esos enormes ojos cafés que hasta cuando lloran me enamoran¨.
Entonces pensó en ella.
Era una fuerza arrolladora, creadora y destructora a la vez. Era iniciativa y alegría, locura y ternura; era el amor candente y provocativo y a la vez el pulcro y el pausado. Reía, lloraba, gritaba, lo acariciaba y dormía en su pecho, lo insultaba para después declararle su amor eterno.
¨Debo advertirte que estoy un poco loca¨ había dicho ella el día que se enamoraron, sentados frente al eterno azul del mar.
¨Eso me gusta. Es lo que necesito¨ había respondido él.
Y era verdad. Él era la pausa y la irreverencia. La estoicidad que resiste las más duras pruebas, pero que se vence ante los grandes dolores y revienta ante las repetidas vejaciones.
Necesitaba realmente de aquella locura. Aprendió junto a ella. Ambos lo hicieron. Pues eran como el fuego y el agua, como el cielo y la tierra, como el día y la noche, como el río y el mar. Pero juntos aprendieron a ser el fuego griego que mantiene viva su llama sobre el agua, el horizonte que une al cielo y a la tierra, el crepúsculo que media entre la luz y la oscuridad y el delta donde el agua fluvial y la oceánica se mezclan en una sola.
Eran un equilibrio.
Pero ese equilibrio se rompía a veces, y cuando lo hacía era con tal fuerza, propia de sus personalidades, que ambos se decían o hacían cosas que dañaban sus corazones. Los de ambos, porque eran los únicos seres que al amarse tanto eran también capaces de herirse a sí mismos cuando herían al otro.
Porque cuando el fuego griego se apaga realmente se hunde en el agua, cuando el horizonte desaparece el viajero abandona su búsqueda, cuando el Sol se esconde veloz la Luna desaprovecha su única oportunidad de saludarlo y cuando el río tuerce su cauce pierde el camino para besarse con el mar.
Pero se amaban. Él no lo dudaba. Ella tampoco.
Amor.
Esa era la palabra.
A él le pudo el instinto de protección que siempre había sentido hacia ella, incluso en momentos como ese. Aprovechó su indecisión para llegar frente a ella en dos pasos. La abrazó. Ella intentó resistirse. Era lo normal.
¨No llores¨ le dijo el secándole las lágrimas, con una delicadeza a la que no estaba acostumbrado ¨Sabes que no soporto verte llorar¨
Ella abandonó toda resistencia y dejó que sus manos la rodearan y se fundieran en un abrazo.
Y lo besó en la boca. Por amor.
Amor.
Esa era la palabra.
Él, yendo en contra de sus principios, sabiendo que había estado a punto de perderla, rompió a llorar.
Ella también lo hizo, aunque él había secado sus ojos unos segundos antes.
Pero a él no le importó, como no le importó a ninguno lo salado y mojado del beso, porque se amaban... y esa era la palabra.
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Él y ella
RomanceUna historia de amor verdadera, vivida por mí. solo una página, pero una página de desahogo literario cargado de sentimientos y amor realista.