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La cafetería de Jeongguk quedaba en una calle algo solitaria, con anuncios neón y blancos con rojo

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La cafetería de Jeongguk quedaba en una calle algo solitaria, con anuncios neón y blancos con rojo. No era el lugar más visitado, pero tampoco estaba vacío. Olía siempre a caramelo y pasteles.

Hoy, como todos los días fríos en Kyoto, los locales de las callejuelas se llenaban. Estaba cansado, y podía jurar que sus pies habían dejado de existir hace una hora.

— ¡Hey! ¡Tú! ¡¿Para cuándo estará mi croissant?! — gritó algún comensal a Yuta, su primo orgulloso-como-la-mierda. Detrás del mostrador vio al chico correr con el croissant para entregarlo — ¡Al fin, inútil!

Se contuvo de ir a defenderlo en los primeros insultos, pero el hombre seguía maldiciendo sin tapujo, y fue suficiente. Se quitó el trapo del hombro y lo aventó al mostrador. Quien fuera, no podía llegar e insultar a su gent...

— ¿Jeongguk?

Oh.

Esa linda voz a su espalda. Hacía tiempo que no lo escuchaba, ¿sería posible? Dejó de caminar hacia el señor cascarrabias, como si alguien hubiera apretado un botón de "apagado". Volteó con credulidad en los ojos y las manos ceñidas en su mandil. 

— ¿Pastel de arroz? — preguntó de vuelta.

Lo era. Podría reconocer esa voz donde sea, la de su primer amor, aunque no el último. Antes de mudarse a Japón, se despidieron en la costa de Busan, disfrutando su adiós — aunque JiMin jamás tuvo idea de que lo era —, en una noche llena de la flor de la adolescencia, enredados en la arena y besos nostálgicos. Llegó a creer que el chico le odiaría.

Pensó que jamás lo volvería a ver — porque no tenía suficiente dinero para regresar a Corea, claro está —, pero lo tenía ahí, de frente, sonriendo con esa luz que no sabía cómo emanaba. Nariz roja y orejas coloreadas por el frío. Tan... maduro. Diferente, pero pulcro. 

— ¡Estúpido! — le gritó JiMin. Sonó como una represalia, sin embargo el chico se aventó a él con los brazos abiertos y lleno de alegría — ¿Sabes cuánto se busqué? ¡Nadie tenía tu número! ¡¿Por qué no dejaste una dirección?! ¡Te di por muerto! Simplemente te fuiste.

El abrazo amortiguó el regaño, que parecía berrinche. Enterró su nariz en el suave cabello de JiMin, que siempre olía a vainilla, a veces con rosas, a veces con canela, incluso una mezcla extraña con fresas. Pero siempre olía rico. Feliz porque no parecía haber rencor, solo una bola de sentimientos enredados saliendo de su escondite apretujado.

— ¡Ya, ya, ya! Lo siento — comenzó a defenderse cuando las personas los miraron extraño —. Ven a la barra.

Lo llevó de la mano hasta ahí. JiMin seguía quejándose y a su vez decía lo feliz que estaba de haberlo encontrado, o lo mal que pasó varios meses sin sus lattes matutinos, ni las caricias cariñosas al despedirse en la estación de metro. 

Comenzaron por ponerse al tanto, dándose miradas acogedoras.

— Después de eso, busqué plaza en alguna universidad de Fukuoka, Yokohama, Hachinohe, Kobe, Kyushu, Osaka, Nagoya... Yo ya me había rendido, porque no lograba entrar — explicó Park, aceptando el té de lavanda que Jeongguk le entregaba detrás de la barra —. Y te encontré aquí. En realidad entré porque apesta a buen café, y me recuerda a ti, entonces...

Kyoto sunset || KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora