Comienzo

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Frío. Luca solo podía sentir frío. Hacía mucho tiempo que no sentía nada más; no desde que Él se fue. Nunca lo admitiría, pero le echaba de menos. Le costaba no pensar en Él a cada hora, minuto y segundo del día.

Habían pasado 5 años, 7 meses y 13 días desde que se despidieron y 3 años desde que recibió la noticia. 3 años, hoy exactamente, desde que su corazón quedó congelado, como el tiempo. Todo seguía igual que cuando Él estaba allí. Allí, con él.

Luca suspiró cuando sus ojos se clavaron en la foto de su amigo y confidente, el amor de su vida. No podía creer que Él se hubiera marchado sin oír cuánto le importaba... Cuánto le quería. No podía dormir por las noches, Él se aparecía en sus sueños y Luca le seguía pero, cuando iba a alcanzarle, se desvanecía.

Él era su mundo, y se fue sin saberlo. Ahora estaba desaparecido. Bueno, Luca mantenía la esperanza de que fuera así; se negaba a tirar la toalla. Nadie creía que mereciera la pena ir a buscarlo, todos daban la batalla por perdida.

El ruido del teléfono le sobresaltó, sacándolo de sus tóxicos pensamientos. Era Edward, su mejor amigo. Edward y Él se habían conocido cuando aún estaban en la universidad, cuando Luca era pequeño. Eso fue algo que siempre estresó a Luca pero Él jamás pareció darle importancia a sus edades.

Luca estaba a punto de cumplir 24 años, 11 menos que Él. Luca odiaba cómo les miraban cuando comenzaron a verse aunque Él siempre le decía que estaban celosos de que su chico estaba cogido, haciendo que Luca se sonrojara y avergonzara.

El ruido del teléfono volvió a sacarle de sus pensamientos y se levantó del sillón con el teléfono en la mano. No pensaba en contestar la llamada, pero Edward podía ser demasiado insistente. Suspiró y llevó el teléfono a su oreja.

“Edward”. Voz monótona, vacía de sentimientos. “¿Luca?”. Edward estaba preocupado, como siempre. “¿Quién si no? ¿Qué pasa?”. Luca se estaba exasperando. “Hace mucho que no nos vemos. A penas sales de la casa, ven a cenar con nosotros mañana”. Luca tragó saliva. “No, gracias”. Silencio al otro lado de la línea. “Luca… Nadie se va a enfadar. Es hora de que pases página. Sabemos cuánto le querías, y Él también. Es hora de que rehagas tu vida. Nadie te lo va a echar en cara”. “No”. Le cortó Luca. Se genera un silencio incómodo, ambos dispuestos a atacar. “Luca...” “No”. Se oyó un suspiro desde el otro lado de la línea. “Luca, ya está bien. Escucha por una vez en tu vida”. “No. Escucha tú por una vez en tu vida. No voy a ‘pasar página’, ¿entiendes? Sí, fue duro para vosotros también, no lo niego. Pero ninguno de vosotros habéis perdido lo mismo que yo. Le prometí que estaría aquí cuando Él vuelva, y eso haré”. La misma conversación de siempre. Edward se había rendido en el mismo punto todas y cada una de las veces. No tenía sentido seguir con el tema. “Muy bien Luca. ¿Qué tal en el trabajo?”. Luca se quejó. “No quiero hablar de ello”. “Luca...”. Edward perdía la paciencia a cada minuto, a cada segundo.  “Edward, es tarde. Hablamos otro día”. No esperó a oír la respuesta del otro, no le interesaba.

Tiró el teléfono contra el sillón y dio un suspiro. Miró a su alrededor y vio todo tal y como estaba cuando Él se fue… Cerró los ojos y se frotó la sien. Todo el mundo a su alrededor le decía que tenía que seguir con su vida. Todos habían desistido al ver su reacción. Todos menos Edward. Su madre – o suegra, como la llamaba cariñosamente – se lo dijo un día en el que estaban tomando juntos el té… Ese era un buen momento para un té, no pudo evitar pensar.
A penas hablaba con su familia ya. Tampoco hablaban antes de lo sucedido, sus padres no eran partidarios de su ‘estilo de vida’. Desde que comenzaron a salir, dependía de su madre política en vez de su madre biológica. No pudo evitar la sonrisa que apareció en su cara al recordar el desastre que fue su primera visita a su familia.

Aquél día no podía parar de andar de un lado a otro en el salón de su casa. Él no paraba de reírse y tomarle el pelo, pero Luca no podía evitarlo. ¿Y si no les parecía lo suficientemente bueno para su hijo? Ahora podía sacudir la cabeza y reír ante esa descabellada idea, su madre le adoraba.

Cuando por fin llegó la hora de ir a casa de sus padres, se montaron en el coche. Todavía recordaba cómo se sentía su mano en su pierna mientras Él conducía. Estaba nervioso, lo reconocía, pero tenía motivos suficientes. La gran diferencia de edad y el hecho de que tan sólo llevaran saliendo dos meses… Quería salir del coche y volver a casa, pero su sonrisa le mantenía pegado al asiento del coche, quieto.

No pudo evitar suspirar, le echaba mucho de menos. Pero se negaba a dejarle en el pasado. Él no se lo merecía o, por lo menos, no a su parecer. Decidió ir a hacerse un té. Tal vez conseguiría calentar un poco su alma gélida y apagada, pensó amargamente. Sabía que estaba siendo cruel y que no debería ser tan duro consigo mismo, pero no podía evitarlo. No sabía cómo lidiar con esos sentimientos que amenazaban con asfixiar su ya marchito corazón pero, ¿cómo iba a saber hacerlo, si Él siempre era quien sabía qué hacer en estos casos?

No pudo evitar resoplar ante ese pensamiento. Ya no quería beber té, no tenía ganas. Sólo quería dormir y, que la próxima vez que despertara, Él estuviera en su lado del colchón. Fue apagando las luces y se metió en aquella cama que fue un lugar lleno de recuerdos bonitos, románticos, divertidos y, a veces, vergonzosos. ¿Ahora? Ahora solo podría describirla con una sola palabra, gélida. Se metió bajo las sábanas y Luca sólo podía sentir eso, frío.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2018 ⏰

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Frío de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora