4. Enemiga del ron

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Hacía semanas que tendrían que haber llegado a Cartagena de Indias, mas Kara daba mil rodeos y mil vueltas pues se negaba a desprenderse todavía de Lena. Había algo el ella, algo extraño que le impedía querer separarse tan pronto de la joven marquesita. 

Desde que la había visto sonreír en el agua buscaba la manera de que volviera a lucir esa sonrisa, le pareció lo más hermoso que había visto nunca y no entendía por qué algo tan bonito se negaba a mostrarse, por qué Lena escondía ese gesto detrás de una máscara altiva. 

Kara estaba convencida de que la pelinegra era mucho más que buenos modales y alta cuna, en su interior tenía que haber más si era capaz de ser feliz de verdad ante algo tan pequeño como ser capaz de nadar en el océano.

Desde ese día la rubia decidió enseñarle más de su mundo a la pelinegra, le enseñó a leer las estrellas para orientarse en la noche, le enseñó todo lo que sabía de navegación, le enseñó a interpretar la brújula, a interpretar mapas, le enseñó tesoros de todos los rincones del mundo que había conocido. 

Lena disfrutaba muchísimo de esa nueva faceta de la capitana, parecía que se había olvidado de avergonzarla y molestarla, la verdad era que todo lo que tenía que ver con la inmensidad del mundo atrapaba la imaginación de la bella pelinegra y su curiosidad no tenía límites. 

Aprendió a hacer nudos con los cabos, aprendió el lenguaje marino, aprendió a leer las olas, a descubrir en el color del mar cuándo vendría una tormenta, cuándo era el mejor momento para arriar las velas o esconderlas.

Pasaba las mañanas como una más de la tripulación, trabajando con los cabos, adecentando la cubierta o limpiando, labores que al principio le parecían indignas ahora la entretenían y no le desagradaban. 

Las tardes las pasaba en compañía de la capitana Danvers, aprendiendo y abriendo su mente a un mundo mucho más inmenso de lo que podía haber imaginado jamás. 

Kara le habló de Islas donde aun existían animales extintos en el resto del mundo, le habló de lugares donde las montañas expulsaban fuego, y otros donde los montes tenían forma de cabezas humanas gigantes. Le habló del lugar donde el cielo toca la tierra y parece que andas por las nubes, de las enormes ballenas, tan grandes que el barco donde viajaban tenía el tamaño de uno de sus ojos.

Interiormente, Lena había dejado hace tiempo de querer llegar a tierra. A pesar de que la castaña tenía sus momentos de sacarla de quicio, todo cuanto le enseñaba Lena lo atesoraba en su alma, estaba agradecida por poder ver el mundo de otra manera, ver que había mucho más allá de todo cuánto le habían enseñado. Habría dado cualquier cosa por ver al menos una vez todo aquello que la castaña le contaba. Tenía que ser maravilloso. 

Sin duda la vida de un pirata era bastante tranquila, si le quitabas el hecho de que iban por los mares asaltando y robando, el resto del tiempo vivían como querían, hacían lo que querían, el mar era su hogar y eran felices. Lena no tardó en adaptarse y acostumbrarse a ese ritmo de vida, relajado y sin preocupaciones. Definitivamente llegar a puerto sería poner fin a una extraña aventura que recordaría con cariño toda su vida pues, aunque la capitana Danvers era maleducada, todo lo contrario a la feminidad, grosera, bandida, libertina y odiosa, en el fondo tenía buen corazón y Lena agradecía el tiempo que pasó junto a ella, ver la vida a través de sus ojos azules le enseñó mucho más que sus libros y sus mapas.

Quizás el odio inicial que sentía por esa joven rubia se fue tornando en aprecio, mas no sabía hasta qué punto la apreciaba hasta que no vivió su primera borrachera. 

Llevaba casi un mes en el buque pirata, hacía tiempo que había dejado de contar los días pues se había dado cuenta a raíz de todo lo aprendido, de que la capitana no llevaba un rumbo fijo, lo iba modificando, haciendo que en lugar de ir directamente a su destino fueran dando un rodeo enorme. La pelinegra suponía que dicho rodeo era para despistar a posibles navíos de la corona, no sabía que realmente la rubia quería retrasar todo el tiempo que pudiera su llegada a tierra y así no desprenderse tan rápidamente de la joven pelinegra a quien había tomado demasiado cariño.

Era la hora de la cena, era la hora sagrada en la que se reunía toda la tripulación para compartir un rato juntos. Al principio Lena odiaba la hora de la cena porque se le obligaba a estar con todas aquellas personas que le parecían repulsivas, mas en esos momentos se había acostumbrado, había empezado a conocerlos y ya no le daban tanto miedo, incluso escuchaba con interés los relatos que contaban aunque seguía escandalizándose ante según que conversaciones, en el fondo no eran mala gente, solo personas olvidadas del mundo que se habían encontrado y habían formado su propia y peculiar familia. 

Esa noche, fue la noche en la que la pelinegra probó por primera vez el ron. Animada por la conversación, que por una vez no iba de cosas impuras sino de tesoros míticos y hazañas de piratas famosos, Lena se animó a beber con ellos, interiormente agradecida que la incluyeran pues desde el principio la habían evitado y apartado al considerarla una "marquesita" fuera de lugar.

El primer trago le abrasó la garganta y luchó con todas sus fuerzas para no toser y ahogarse, los piratas que estaban con ella rieron con ganas al ver cómo le lagrimeaban los ojos aguantando el ataque de tos que vino poco después. 

-Tranquila marquesita, el primer trago es traicionero, toma otro verás como pasa mejor  Animada por las palabras del pirata que le servía de nuevo un trago, volvió a tomar y ya no le entró la tos, aunque no entendía por qué tenía tanto éxito entre la tripulación ese brebaje, estaba realmente asqueroso. 

Tras demasiados vasos, perdió la cuenta, siguió bebiendo para no ofender a sus compañeros que estaban cada vez más bebidos y encontraban muy divertido ver como Lena, con esos modales tan refinados, arrastraba las palabras y le brillaban los ojos debido al exceso de alcohol.

Las carcajadas de la joven pelinegra ante la mención de temas que antes la hubieran turbado, llamaron la atención de la capitana que, con los ojos como platos se dio cuenta de que la joven estaba completamente borracha.  

Tendría que reprender seriamente a su tripulación, pues seguían sirviéndole alcohol para ver cuánto podría tomar antes de echarlo todo. Kara, lanzando una mirada asesina a sus hombres que en seguida agacharon la cabeza sabiendo que se habían buscado un problema, agarró a Lena para llevarla a su camarote a que pasará ahí su primera borrachera. No quería ni imaginar de qué humor se levantaría al día siguiente, no estaba acostumbrada a beber así que imaginaba que no estaría acostumbrada a los estragos del alcohol el día después.

El camino al camarote de la pelinegra se le hizo eterno, ella no dejaba de balbucear cosas sin sentido sobre telares, libros de caballería y puestas de sol, todo mezclado con una suave risa nerviosa, pronto empezó a sacar sus modales de princesita y a pedirle disculpas por no andar con propiedad, puesto que la rubia tenía que llevarla casi arrastrando por los pasillos. A pesar de estar terriblemente enfadada con sus hombres por haber sido tan inconscientes, Kara tenía que admitir que la situación era realmente divertida, aunque a la mañana siguiente la pelinegra odiaría el ron con toda su alma. 

Finalmente llegaron al camarote de la joven y con un gran esfuerzo, Kara la tumbó sobre la cama para que durmiera y se le pasara pronto ese estado, estaba convencida de que a Lena no le gustaría para nada verse así, completamente desubicada.

Recordando su primera borrachera y lo mal que lo pasó, la joven capitana depositó un dulce beso en la frente de la pelinegra, como si fuese una niña pequeña, deseándole que se quedara dormida y se marchó. Sin duda el ron sería el peor enemigo de Lena.

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