Prefacio

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Un rayo de luz penetró la habitación que permanecía en la penumbra. Siempre consideré más emocionante la oscuridad, el silencio y la soledad. Sonreí y di media vuelta para ver a la chica amarrada en una silla. Me acerqué lentamente, devorando con mis sentidos cada segundo de éxtasis que me proporcionaba ver su cuerpo moribundo, sangrando y sin fuerza. Me quede inmóvil a unos pocos centímetros de su rostro. Aspiré su dulce aroma con una proporción perfecta de… sangre. Era una combinación exquisita y embriagante. Tanta perfección me perturbaba.

Aparté la vista bruscamente y apreté mi mandíbula con fuerza a causa de la ira que comenzaba a recorrer cada parte de mi cuerpo hasta llegar a mis manos que yacían empuñadas. Un leve escalofrío se apodera de mí ser. Me incorporo en un  ágil movimiento para dar media vuelta y dirigirme a la mesa donde reposaban mis instrumentos. Navaja, martillo, cuchillo, soga, tijeras, cierra… Mis ojos se centran en el cuchillo  y mi mano opta por posicionarse sobre este, lo acaricio con el dedo índice suavemente mientras pienso en cada acto que podría realizar con aquél admirable artefacto. Lo tomo y  contemplo teniéndolo frente a mí con la ayuda de la leve luz lunar que iluminaba el sombrío lugar. Al instante me posicioné frente a la joven chica y la agarré del cabello, halando hacia tras para de esta forma obligarla a mirarme. Sus grandes ojos azules tenían una expresión de dolor que a cualquier inexperto doblegaría. Su angustia y cansancio motivarían a compadecerla. Un reflejo de supervivencia involuntario y bastante poderoso.

— ¿Rápido o lento? Todo depende de ti. –Susurré contemplando como caían unas cuantas lágrimas por sus sucias y ensangrentadas mejillas, con unas leves cortadas a causa de los incontables golpes que le proporcioné anteriormente –No llores.

Recorrí con el cuchillo delicadamente su pequeño y precioso rostro, aún con marcados rastros de la juventud. Deslicé el filo del puñal por el contorno de sus mejillas y labios con el propósito de que sintiera el frío del metal, teniendo cuidado de no cortar ni un poco su piel. Continué bajando con el cuchillo hasta posarme en su cuello.

—Shhh, no te muevas –le aconsejé a la chica mientras esta sollozaba evitando caer en llantos de nuevo.

Mientras cierro los ojos, inhalo y exhalo despacio, recitando mentalmente “Lento o Rápido” a manera de un mantra personal me lo repetía varias veces. Pues esa decisión realmente solo dependía de sus ojos.

La miré nuevamente entrometiéndome sin vergüenza en lo más profundo de su ser a través de sus ojos, todos hablan con su mirada, dicen cada cosa sin proferir palabra. Lo descubría todo sin que lo supieran. Mis victimas decidían su muerte, yo era solo un mediador de lo que decía su interior.

La adrenalina fluyó por mis venas a una velocidad extraordinaria. Excitante. Sentía la dilatación de mis pupilas, el rápido palpitar de mi corazón, escuché como mi respiración se agitaba; cada terminación nerviosa cobraba vida repentinamente, dejando mi cuerpo a merced de los impulsos animales más profundos de mi ser, los cuales una vez sueltos no podían detenerse hasta ser saciados. Me resultaba complicado controlar el deseo y la locura que sentía cuando veía más allá de los ojos de mis víctimas. Un hambre voraz nublaba mi interior impidiéndome actuar normal y correctamente.

Una sonrisa fría y morbosa se plantó en mi rostro involuntariamente y mis ojos deseosos se concentraron en las perfectas curvas de su delgado cuello, en ese instante recordé la posición exacta donde habita la vena que deseaba cortar. Continué rosando con el cuchillo su piel pálida al mismo tiempo en que planeaba como proceder.

—Mala decisión. –susurré con maldad e indiferencia.

La chica estalló en sollozos lo cual me hizo enfurecer de verdad. Odiaba el sonido del llanto, siempre tan estruendoso y molesto. No aguanté la inoportuna sensación de enojo y le golpeé el rostro brutalmente, con tal fuerza que impulso su cabeza despiadadamente al lado contrario por el que recibió aquel golpe. La halé del cabello con rudeza por lo cual soltó un pequeño quejido y nuevamente la obligué a mirarme. La chica me escupió el rostro.

Frunciendo los labios, metí la mano en el bolsillo de mi traje para sacar un pañuelo de terciopelo perfectamente blanco con el que limpié mi rostro educadamente. Lo doblé con precisión y lo introduje nuevamente en mi bolsillo.

Miré con cara de carta y le tape los ojos a la joven con un pedazo de tela blanca que tomé de la mesa en la cual se encontraban todos mis demás instrumentos. Solía impedir la vista de mis victimas como un tipo de marca personal.

—Tranquila. Quiero que pienses en el momento más feliz de tu vida o en un paisaje que te guste… ¿Qué tal una playa en un atardecer? –Definía un escenario agradable con un tono de voz sereno y grueso mientras cortaba suavemente el cuello de mi víctima.

Su cuerpo se tensó en el mismo instante en que el filo del puñal rasgaba con delicadeza su piel, justo en la yugular. Aguanté la respiración y le tape la boca para ahogar el grito que su garganta imploraba proferir. Atravesé su piel decisivamente y sentí como se abría al compás de mis movimientos. La sangre brotó como una fuente de agua color vino tinto.

Apreciaba con interés como se escabullía una vida entre mis dedos, ahogada por el dolor y la sangre. Mi atención variaba entre su rostro y el manantial de vida que velozmente brotaba de su cuello y recorría su camino hacia el suelo, deslizándose por su cuerpo y desembocando en sus pies. Decidir entre la vida y la muerte no representaba dificultad en lo más mínimo para mí. Sabia escoger a mis victimas correctamente; no me gustaba tomar decisiones erróneas al seleccionar quien debía morir.

Como deben suponer, al mirar en sus ojos tengo la certeza de cómo proceder. Un don, una capacidad o para algunos, un poder, que en mi caso no es precisamente para salvar vidas sino para arrebatarlas. En esta historia no soy el bueno, más bien, un intermedio, pues no me considero malo. Solo soy… ¿cómo decirlo? ¡Justo! creo que esa es la expresión correcta, al menos para mí.

La adrenalina se fue esfumando lentamente. Su efecto era corto, me extasiaba totalmente y llenaba cada parte de mí. Pero al abandonarme un enorme vacío se apoderaba de mi interior, ocasionando el deseo de sentir otra vez aquella sensación.

Miré el reloj, medianoche. Le di la espalda a la chica, ya siendo un insignificante  cadáver, tomé un cuadernillo que se encontraba en la mesa de instrumentos. Saqué una pluma de plata bastante lujosa de mi pantalón y en una hoja en blanco procedí a escribir la hora, fecha y el nombre de la víctima. Sonreí perversamente y deposité la pluma junto al cuadernillo en la mesa.

Me dirigí al encuentro del cadáver con el objetivo de situar mis manos sobre su piel aún tibia y allí me quedé, inmóvil, observándola hasta que su cuerpo se enfrió.

—Número veintisiete, felicitaciones. –dije con seriedad.

Tomé las tijeras sobre la mesa y corté un trozo de su camisa, un semicírculo en la zona del abdomen. Escudriñé en un cajón de la mesa hasta conseguir un frasquito de cristal. Al tomarlo, lo destapé e inserté cuidadosamente el recorte de tela dentro de este. Escrupulosamente lo cerré y lo ubiqué en el puesto que le correspondía, en mi biblioteca de recuerdos. Seguidamente, tomé una nota plegable y anoté en ella “CUELLO”, para en un futuro recordar el motivo de su muerte. Dando cuatro pasos hacia atrás consigo ubicarme en la posición perfecta para observa mi estante de tres niveles y cinco metros de largo en los cuales habitaban cada uno de los “recuerdos” que tomaba de mis posteriores víctimas.

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2014 ⏰

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Lobo De Media Noche - Diario De Un Asesino 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora