16 de Noviembre

3 0 0
                                    


Amapola recorría los pasillos de la vieja casa completamente desnuda, según decía ella, para sentir con más facilidad el color blanco de las paredes. Ella parecía un sueño entre mis brazos en los que se despertaba cada mañana con el cabello castaño claro despeinado y ensortijado. Sus grandes ojos verdes oscuros, tan oscuros que parecían ser negros, se abrían siempre tan rápido como se cerraban todas las noches en que, cansada y risueña, me pedía le leyera un cuento y me recostara junto a ella.

Había llegado una noche de la que poco me acuerdo mientras me servía un vaso de whisky barato en un bar de mala muerte. Para ser honesto no recuerdo nada más sobre esa noche, aun pienso que de haber estado en mis cinco sentidos me habría alejado de ella porque con solo verla a la mañana siguiente recostada en el sofá de la casa vieja reconocí en ella a la mujer que habría de amar durante toda mi vida con sus ojos de niña, su cuerpo de mujer y su espíritu de hada.

Caminaba por el árido patio del jardín yermo con los pies descalzos proclamando a gritos que los girasoles crecerían algún día, haciendo ceremonias de fertilidad y cantando desafinado. Amapola, recuerdo la tarde en que, desnuda como era normal en ella, corría por la casa preguntándome si la amaba y yo, como era costumbre en mí, avergonzado y corriendo tras ella le susurraba que la amo y entonces, solo entonces se detuvo por un segundo, me beso y continuo corriendo pidiéndome que gritara que la amaba.

Siempre vestía de blanco, cuando le daba la gana de vestirse, con pañoletas amarillas y sombreros de alas anchas para proteger su blanca piel del sol. Su sonrisa y sus lágrimas siempre venían juntas y era muy a menudo que, con insensatez propia de ella, lloraba. Lloraba cuando escuchaba viejas canciones de David Bowie y Elvis Presley, lloraba mientras acariciaba al gato que se empeñó en adoptar a pesar de su alergia, lloró mientras pintamos de blanco la vieja casa y lloraba siempre que veía la única foto que trajo en su maleta cuando regresó una semana después de haberme abandonado sin decir porque.

Heredé la vieja casa de mi madre y el taller automotriz de mi padre. Yo siempre estaba lleno de aceite y ella siempre estaba de blanco, de cualquier manera el taller era nuestro único sustento y la casa vieja era nuestro hogar en el que ella se esforzaba por construir una familia.

Yo sabía que tarde o temprano el gato no le iba a bastar como hijo y así fue porque una noche después de quitarme el aceite para no volver a dañar su camisón blanco, me miró y se lanzó a mi como lo hacía siempre para que quedara recostado en la cama rendido ante ella y entonces mirándome a los ojos me preguntó: " y... ¿si tenemos un bebé?". Me quedé perplejo mirándola y sus ojos verdes centellaron, su piel tomo una tonalidad rosa y no pude más que callar y ella, como siempre, lo tomó como una afirmación.

Los meses que siguieron fueron un poema. El poema de ver a Amapola con su abdomen creciente caminar por la casa cambiando de lugar todo, pintando de rosado y celeste el cuarto vecino, colgando del techo grullas blancas y leyendo libros en voz alta, cantando canciones de cuna y frotando su vientre hinchado.

Tiempo después Amapola regresó a ser la de siempre, a correr y casi volar por la casa, a quemarlo todo en su intento por cocinar, a bailar con el viento y entre la lluvia, a soñar como nunca lo dejo de hacer y a pedirme que les contara un cuento antes de dormir. La Amapola que amaba, la Amapola que amo. Te amo Amapola.

¡Oh Amapola! amada mía, te extraño, extraño tu cuerpo desnudo caminando por nuestra casa vieja y tú cabello castaño siempre despeinado y encrespado, extraño tus gritos en las noches de invierno. Te extraño desde aquella tarde en que esos hombres que, al igual que tú, aparecieron de la nada te arrancaron de mi lado mientras yo luchaba por correr hacia ti. Vuelve Amapola, vuelve a cantar desafinado y a decirme que me amas con los ojos cerrados, a pedirme que te lea cuentos y a tomarme de las manos cuando los recuerdos incesantes vuelven a mi como volvían a ti las noches de invierno en que entre pesadillas gritabas que eras mía. Vuelve Amapola y déjame dormir en tus hojas de adormecedora flor. Ámame nuevamente. Vuelve a correr a mis brazos y abre la puerta de esta vieja casa con una maleta en tus manos como en aquel 16 de noviembre en que yo te esperaba ansioso de tenerte para siempre.

¿Escuchas eso Amapola? Esa es Elizabeth la que me grita "papá" desde el jardín y entre tus girasoles. Elizabeth como tu madre, Elizabeth como tu quisiste llamarla. Elizabeth la niña que me pide por las noches que le cuente un cuento sobre la reina Amapola que vive encerrada en una brújula de cristal desde hace 5 años, intacta e inmaculada esperando algún día mostrarme el camino hacia ella.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Dec 20, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

16 de NoviembreWhere stories live. Discover now