Ahí se encuentra, sentada mirando el atardecer. Frente a ella un maravilloso paisaje que admira cada tarde sin falta alguna.¿Algún día tendré el coraje de sentarme junto a ella en ese lugar?
Ver el sol escondiéndose me hace recordarme a mí mismo, escondiéndome de su inocente mirada. Me escondo porque me he convertido en un loco, distraído, torpe y muchas otras cosas, que estoy seguro son los efectos del amor.
En todo caso, sé que mirarla ha despertado algo más que solo interés en mí. No puedo dejar de ver sus delicadas facciones, sus ojos llenos de un brillo único, su nariz pequeña, sus labios que al sonreír se convierten en mi debilidad, su voz suave y dulce y por último pero no menos importante su risa que puede alegrar incluso a las personas más desdichadas del mundo.
Sueño con ella día y noche, despierto y dormido. Ella ronda en mi mente como esa idea excelente que se te ocurre en un momento cualquiera de tu vida. Se ha convertido en mis ganas de levantarme cada mañana para observarla y mis ganas de dormir cada noche para soñar con ella.
Decir que es perfecta sería extraño ya que nadie lo es, pero decir que es perfectamente imperfecta hace la diferencia, aunque suene cliché.
Sé que nunca seré lo suficientemente valiente para acércame a ella y decirle todo lo que pienso y supongo que quedarme aquí sin hacer nada no va a traerla hasta a mí, pero lo dejaré al destino, si debemos estar juntos al final lo estaremos y sino es de ese modo siempre le voy a desear lo mejor del mundo. Mientras ella este feliz yo lo estaré también.
Ella mira al cielo y puede notar el volar de ciertas aves, una sonrisa se asoma en su rostro e inconscientemente aquel gesto hace que yo reaccione del mismo modo, satisfecho de ver esa ración en su rostro me retiro.
Y así es como verla cada tarde se ha convertido en mi rutina, mi necesidad, mi más preciado tesoro.