Capítulo único

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La rutina de Akira empezaba cuando a las siete de la mañana le despertaba una ruidosa canción de los Sex Pistols. Era lo único que evitaba que lanzara el celular contra la pared más cercana para hacerlo callar. Estaba lejos de ser un chico violento, y su pequeño salario ya no podía seguir permitiendo que expresara de esa forma su poca tolerancia a madrugar; pero las bolsas moradas bajo sus ojos eran testimonio de que lo que requería eran horas efectivas de buen sueño. Su mañana continuaba con una ducha rápida y un desayuno tomado frío y a las prisas. El resto del día se dividía entre la escuela, el trabajo, y muchas horas alternadas entre la pantalla del televisor, mangas, y un block de dibujo.


Además, Akira no era demasiado observador. Tenía cierto talento para el dibujo y su sueño secreto era, algún día, convertirse en mangaka profesional y que esa afición que tanto dinero le había consumido de algún modo lograra, después, retribuírselo. Pero fuera de los límites del papel solía ser un poco distraído, casi rozando la torpeza. Le costaba dar importancia a los detalles sutiles y notarlos en su día a día. Y quizá si hubiese carecido de este defecto, o puesto un poco más de atención, habría podido prever que la catástrofe se avecinaba lentamente, frente a sus narices todos los días, cuando le daba un vistazo al espejo para peinarse el cabello o asegurarse de que no tuviera los dientes sucios.

Podría decirse a su favor que las primeras señales se dieron de noche, mientras dormía: distorsiones momentáneas en la imagen reflejada, curiosas perturbaciones en la superficie brillante que la hacían parecer un velo fino en lugar de material sólido. Ambas se hicieron más comunes y duraderas conforme el mes de octubre se deshojaba en el calendario y la noche de brujas se acercaba. A veces el reflejo cambiaba, como una televisión mal sintonizada que varía entre un canal y otro, y en lugar de mostrar, de fondo, la pacífica y desordenada habitación del adolescente, exhibía un dormitorio totalmente distinto, incluso desde un ángulo diferente al que estaba colocado.

La madrugada del treinta y uno de octubre no transcurrió de forma demasiado distinta a la rutina del adolescente. Lo habían invitado a una fiesta de disfraces, pero prefirió quedarse en casa leyendo mangas y jugando videojuegos durante toda la noche. Alrededor de las siete de la mañana escuchó movimiento y supuso que su hermana mayor se preparaba para salir a trabajar. Como no quería que lo riñera diciéndole que era un perezoso, arrastró su desvelada adolescencia de la cama y tomó un baño que le permitiera tener un aspecto socialmente aceptable, o que por lo menos disimulara la noche en vela. Una vez cambiado y con el cabello húmedo mojándole la camisa, se plantó frente al espejo para acomodarlo en su habitual mohicano. Era una tarea tan cotidiana que casi conseguía hacerla con los ojos cerrados. Por eso cuando notó el primer indicio de movimiento antinatural, en lugar de alarmarse creyó que estaba durmiendo.

Uno creería que está soñando si de pronto se mira al espejo y su cabello, en lugar del desteñido habitual, luce oscuro. Fuera de esa extraña diferencia, humano y reflejo se movieron al unísono por un par de minutos. Hasta que dejaron de hacerlo, y uno de ellos lo notó.

Akira observó con incredulidad cómo su reflejo se quedaba quieto, con las manos laxas, mientras él intentaba acercarse para poder ponerse las lentillas. La impresión le hizo picarse un ojo y que el lente blando cayera en algún lugar del piso. Su reflejo lo observaba pasmado, incrédulo e inmóvil, a diferencia suya. Y antes de que Akira pudiera abrir la boca, pudo escuchar a ese otro gritando:

—OIGAN, NO SÉ QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO CON MI ESPEJO; PERO MI REFLEJO SE ESTÁ MOVIENDO AL OTRO LADO.

A su edad y gozando de buena salud, Akira estaba lejos de experimentar en carne propia un infarto, pero podría firmar que se parecía mucho a esa punzada en el pecho que pudo percibir al ver a su propio reflejo hablando y moviéndose de forma independiente a él. Abrió la boca con pánico, sin saber qué iba a decir, sin saber cómo reaccionar, pero pronto descubrió que era capaz de sentir aún más miedo cuando, del otro lado del espejo, pudo ver dos siluetas borrosas y oscuras acercándose. Había otras dos más al fondo, pero estas no se movieron demasiado.

"Es mejor que me aleje"
"Es mejor que me quede donde estoy"

Malleus MaleficarumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora