-¡Amaia! - dijo mi amiga Aitana mientras entraba a casa - me ha llamado Miriam mientras trabaja, dice que si esta noche salimos las tres por ahí de fiesta.
-No sé Aiti, sabes que estoy...
-¡No! - me cortó ella muy seria -. No puedes decirme que estás hasta arriba estudiando porque llevas aquí encerrada entre apuntes todo el día, matándote a estudiar sin haber salido en dos meses y medio de casa sin pausa y, conociéndote cómo te conozco, cuando dejas los apuntes te empiezas a rayar por el imbécil de Andrés. Es que me niego.
-Aiti, de verdad que no es por eso - dije intentando poner mi mejor cara para que no se preocupase de más -; es que la prueba final es en una semana y, a pesar que voy bien, quiero aprovechar todo el tiempo que pueda antes, por lo que quiero madrugar mañana.
-¿Un domingo? - dijo sin llegar a creérselo del todo.
-Sabes que no es la primera vez que lo hago - le contesté con una sonrisa franca.
Aitana, mirándome con algo de desconfianza en mis palabras, me dio por buena la escusa y, mientras se duchaba y se ponía aún más mona, yo fui haciendo la cena y dándole vueltas a lo que dijo. Es cierto que las pruebas que nos hacían en la academia para la preparación de oposiciones estaban a la vuelta de la esquina y que llevaba mucho tiempo encerrada en casa estudiando sin parar... y que necesitaba salir y socializar. Llevaba un mes sin ver a Miriam (y porque ella vino a casa una noche que tenía menos trabajo en la oficina), y como dijo Aitana, llevaba dos meses y medio encerrada en casa, saliendo exclusivamente para ir a la academia e ir -si Aitana no podía- al supermercado a comprar. Menuda vida loca llevaba, madre mía.
Además, me vendría de perlas salir de casa, sobre todo, para no amargarme más sobre el tema de Andrés: sí, el gilipollas de mi ex. Andrés, que desde que hicimos la carrera de ADE juntos y prometerme durante los dos últimos años que era la definitiva, me deja diciendo que «no puede con la presión que yo tenía con las oposiciones» a la segunda semana de encierro involuntario. Lo que no sabía es que llevaba meses viéndose con otras chicas diferentes. Y lo había querido, claro que lo había querido. Pero él a mí no lo suficiente por lo que se ve. Pero eso pasó hace más de medio año y la herida aún me picaba. Aitana tenía razón; lo mismo saliendo una noche, el recuerdo de este cabrón dejaba de picar.
El ding del horno me sacó de mis pensamientos y, cuando mi amiga entró en la cocina, le dije que cambiaba de opinión y salía con ellas de fiesta. Nunca había sido tan rápida en cenar, ducharme, peinarme el pelo en unos rizos tan definidos que nunca volverían a salirme así en la vida y enfundarme en el primer vestido que vi en mi armario y sabía que no estaría arrugado.
Miriam nos dijo que había apartado un pequeño reservado en una de las discotecas más solicitadas de Barcelona en la que solía haber música en directo, así que me alegré de haber escogido el vestido que llevaba puesto porque me permitía moverme muy cómodamente y sobre todo bailar. Aunque también lo odié bastante cuando, en el taxi, el vestido se me subía demasiado de muslos y enseñaba de más de lo que me gustaría. Además, me picaba muchísimo, por lo que no podía parar de rascarme en la cadera, haciendo que éste se subiese más. Al bajar del taxi a la plaza donde habíamos quedado con Miriam, ésta se quedó flipándolo con nuestros modelos: mientras que Aitana llevaba un top negro y unos pantalones largos acampanados en colores tierra que le sentaba perfecto, yo iba con un mini vestido de tirantes y con una lentejuela en forma de triángulo (como me dijo Aitana más adelante en la noche, iban a seguirme todas las luces con ese vestido). Miriam iba también bastante guapa con su bralette, su americana verde y sus pitillos negros.
¿Por qué énfasis a la ropa? Pues porque tras dos meses en pijama o chándal, a una también le apetece sentirse como recién salida de la fashion weeks; y esa noche, yo lo sentía como la que más.