Muerte al glamour

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Recuerdo perfectamente el día en el que la maté. Como se desvanecía poco a poco, esa mirada tenue pero profunda con la que me miraba, como su cuerpo se retorcía, como sus mejillas sonrojadas y alegres, se convertían en un gesto de dolor y penumbra, como su nariz, chata y pequeña, se hacía más grande que nunca, su mentón que antes era recto y preciso, se volvía un periódico arrugado. Y sobre todo sus labios, tan rojos como la sangre, estaban entreabiertos y yo sé que decían ¿Valentina, por qué haces esto? La recuerdo a ella, claro que la recuerdo y a veces recordar duele, pero hay que hacerlo.

Se llamaba Lina, Lina Monetti. La conozco desde que ella me tiró la papilla encima cuando apenas teníamos tres años, a mí al principio me hizo gracia, pero cuando me di cuenta de que era mi vestido favorito la tiré más y más papilla. Y así es como empezamos una guerra de papilla con todos los niños del comedor. Como fuimos nosotras las que lo empezamos todo, nos castigaron, y nos llevaron a lo que llamaban el cuarto oscuro, que era donde llevaban a los niños cuando se portaban mal. Nuestra profesora, nos dio una típica charla de profesora aburrida a la cual yo no hice ni caso, lo único que hacía era mirar como Lina se sacaba los mocos.

Estaba un poco gordita, de cabello oscuro y ojos claros, con una nariz muy pequeña al igual que su estatura.

Y así es como nos hicimos mejores amigas. Como nosotras nos prometimos "amigas para siempre", pero yo no soy de cumplir promesas, así que la incumplí.

¿Que por qué la maté? Muy simple, me traicionó y Valentina Petrova Fabrelli no soporta que la traicionen e hice lo que tenía que hacer.

Era una mañana fría, el sol no brillaba apenas, quizá no estaba el día como para brillar, y la verdad, mejor para mí, el día me complementaba perfectamente. Era como cuando me ponía mi vestido rojo sangre de Christian Dior que me combinaba perfectamente con mi bolso de Louis Vuitton.  El día era “glamurosamente perfecto”. Al igual que yo, claro.

Salí a la calle, a comerme el mundo, subida a mis Stuart Weitzman, un vestido de Prada negro de corte imperio, mi maravillosa y sencilla pamela negra, mi abrigo de piel de zorro blanco y por supuesto mis gafas de Armani y mi bolso de esta misma. No es que no quiera que vean mis ojos, simplemente, prefiero dejarlos ocultos, ¿manía? Podría ser.

Llamé a Lina, como todas las mañanas, no debía sospechar nada. ¿Qué ilusa verdad? O yo que retorcida. En cualquier caso, la llamé. Estuvimos hablando de lo de siempre, de moda, de desfiles, de últimas tendencias… Siempre fue una amante de la moda, al igual que yo, la diferencia entre ella y yo, es que lo mío es solamente una fachada de potingue asqueroso y millonadas en ropa, en cambio ella lo siente de verdad. Siempre vistió mejor que yo, yo soy la guapa y quizá por eso resalte más, pero ella entiende más de todo esto. Yo me limito a comprar lo primero que veo y es relativamente caro.

Me despedí de ella con un simple hasta luego. Era la semana de la moda en Milán la conocida “Milán Fashion Week”. Esa misma tarde yo tenía el vuelo con ella, íbamos desde el Lago Como en el avión privado de mi padre, que tenemos en una de nuestros aeropuertos.

Antes de que llegara la tarde, fui a dar un paseo por el lago. Tuve mucho tiempo para pensar, reflexionar y lo único que no podía parar de repetirme era: “Traidora”, cómo me podía haber hecho tal monstruosidad, como se puede ser tan ¿Repugnante? ¿Mala persona? ¿Rata de cloaca? La rabia y el asco que sentía en ese momento no lo iba a sentir yo en la vida. Un mensaje interrumpió mis pensamientos, quizá casi que mejor, porque a veces pensar duele, pero hay que hacerlo.

El vuelo ya estaba listo, así que me dirigí hacia allí.

Dos besos, le di dos besos. Era como si Judas se hubiera reencarnado en mí y ella fuera Jesucristo.

Subimos al avión, se mostraba muy feliz, era su tercera Fashion Week, lo que pasaba es que ese año iba como directora de prensa de una revista muy importante aquí en Italia. Yo era su acompañante.

Empecé en marcha con mi primera fase, en cuanto se descuidó un poco, le eché en su copa unos diuréticos para que en escasos minutos corriera al baño. Y así fue. A los cinco minutos fue directa al baño. En cuanto oí el golpe de la puerta, saqué mi pistola del bolso, al principio la rocé, al hacerlo me entró un escalofrío por todo el cuerpo, pero conseguí agarrarla con fuerza. Me levanté del asiento, giré, iba paso a paso, sin ninguna prisa, rozando con la yema de los dedos el mango de cada asiento.

Llegué, ahí estaba la puerta. No había visto un blanco tan puro desde mi viaje al Polo con mi padre, por unos asuntos de la mafia rusa. En ese momento recordé a mi padre, desde pequeña había visto como mi padre mataba a personas que por no haber hecho exactamente lo que él quería merecían morir, pero sin embargo para mí era como si me destrozarán el corazón y me gritará alguien desde mis adentros: “no lo hagas”, pero había que hacerlo.

No había cerrado el pestillo, con lo cual solo tuve que abrir la puerta, ahí estaba, delante del espejo, lavándose las manos y justo cuando fue a preguntarme que qué hacía allí, levanté mi pistola, nunca había temblado tanto. Apreté el gatillo y…la maté.

Se desplomó, como cuando un cazador caza un ciervo, primero las rodillas y luego el cuerpo entero, un  río de sangre se había formado por la pequeña sala de cuatro paredes. Empecé a reír, descaradamente, no sé por qué. La carcajada cada vez era más fuerte, hasta que mis rodillas no aguantaron más y se doblaron, acompañadas de un llanto más fuerte que las carcajadas anteriores. Y ahí es cuando me di cuenta. ¿Qué había hecho? No tenía razón ninguna para matarla, simplemente envidia. Ella era más inteligente que yo, más glamurosa, era sencillamente perfecta. Y yo, la había destruido.

De repente, todo empezó a temblar, como si hubiera tenido lugar un terremoto dentro del avión. A continuación una voz. Supongo que la del piloto, que dijo:

-Tenemos problemas, nos están atacand…

Tres meses más tarde se celebró el funeral de Lina Monetti y Valentina Petrova, fallecidas en un ataque de la mafia rusa a un avión privado. Valentina Petrova era la hija de un líder de la mafia rusa, era un ajuste de cuentas.

Desde donde quiera que este ahora mismo recuerdo esto, porque a veces recordar duele, pero hay que hacerlo.

Y así es como murió, así es como mataron al glamour. Porque yo quería verdaderamente, la muerte al glamour.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2015 ⏰

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