Capítulo 1.

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Ding. Dong. Agudo y constante, es así como suena. Al escuchar las campanadas que darían las seis de la mañana mi cuerpo se impulsó, como si de un autorreflejo se tratara. Tapé mi cabeza con la almohada como si así la noche volviera y con ella el placer de seguir durmiendo.

Y entonces me acordé.

Mis piernas respondieron haciendo que mis pies tocaran el frío suelo. No era mucho pero bastaba para espavilarme un poco.

Rápidamente me acerqué a la pila para asearme y me permití unos segundos para mirar mi reflejo en el viejo espejo que colgaba de la pared. No teníamos muchos espejos en casa, y el que este se encontrara en mi habitación era por el simple hecho que Amber había echado a perder la esquina del marco y había decidido que ya no era lo suficientemente bueno para ella, y como siempre, todo lo que ella no quería pasaba a ser mío como casi todo lo que tenía.

Amber era.. Mi hermana mayor. Aunque eso era todo lo que compartíamos, la sangre. Eramos dos polos opuestos por completo. Ella alta, morena, siempre elegante y con una figura que envidiar. Por eso mamá tenía fe en que la pudieran casar pronto con algún caballero de la guardia quizás o con suerte con un algún señor de buen nombre. Ese era su propósito, casarnos antes de que mi padre muriera ya que todo lo que teníamos pasaría a ser de mi tío Jhon, al no tener descendencia masculina.

Suspiré alzando la mirada hacia el espejo.  No era mucho lo que veía. Tenía una tez pálida y los tirabuzones color rubio oscuro que caían sobre las hombreras del fino camisón hacían que mi cara empequeñeciera, dándole un aspecto más inocente a mis dieciséis años.

Tiré suavemente de mis mejillas en un vano intento de enrojecerlas minímamente y tras echarle una furtiva mirada a mi fastidioso reflejo salí de la habitación, dispuesta a prepararle el mejor cumpleaños de su vida. Me moría por verle.

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