Capítulo 2

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Capítulo 2

El reino necesitaba sirvientes. En un lugar dónde la población se limitaba a ir tras su comida, los pastores y carniceros eran poco importantes, si no era que nada. Sin embargo, alguien tenía que cultivar el grano, para después cocinar el pan, con el cual las familias podían deleitarse acompañando el ciervo asado o jamón después de cazar. El viejo sirviente Moody se repetía aquello día y noche, cuando, o muy temprano al amanecer, o hasta la aparición de las pequeñas figuras de madera del reloj local marcaban las doce por la noche, iba hasta al río adjunto al castillo para remojar sus manos en agua helada.

Cuando lo hacía por la mañana, le gustaba imaginar que él agua le daba una motivación extra para sus labores diarios, casi como una fuerza espiritual. Muchos decían que los espíritus de antiguos licántropos viajaban por el río recorriendo el mundo entero, dotando de su fuerza a los cuatro reinos.

No era un día común esa mañana que le cambió la vida a Moody, y , de cierta forma, él lo sabía. Aunque era un hombre viejo, y no recordaba cuando se había transformado por última vez, su lobo y él estaban perfectamente conectados, y , cuando siguiendo su rutina se acercó al río a sumergir sus manos, un cosquilleo fuera de lo común le recorrió el cuerpo, incitándolo a levantar la cabeza.

A las orillas del río Clofag, una corriente que bajaba desde las montañas, con agua gélida y potable de la que los aldeanos sacaban el mayor provecho, una barca flotaba despreocupadamente. El vehículo se mecía perezosamente, enganchado a las ramas de un árbol color vino de la nación sangre, al otro extremo del cuerpo acuoso.

El río Clofag, además de servir como medio potable para Norte, también funcionaba como una frontera natural con la nación Sangre, señalando la diferencia dónde terminaba el dominio licántropo, y comenzaba el territorio "salvaje".

Moody jamás pensó en sobrepasar la barrera del río, ni siquiera a nadar más allá de la mitad de él, a pesar de que frecuentaba el lugar constantemente y se duchaba en agua fría cuando visitaba el ganado equino que albergaba su señor en el norte de Roselmayd. Sin embargo, aquel día, hubo algo dentro él que le incitó a fijarse en aquella barca, y por primera vez preguntarse si sería prudente acercarse.

Sin pensarlo dos veces, dobló sus pantaloncillos hasta que le quedaron a la altura de la pantorrilla, y se sumergió en las aguas gélidas.

Era la temporada más helada y dura para la región. El frío se le coló entre los pies como un peregrino rápido y ágil, calculador.

Con cada paso, parecía ver la barca alejarse más y más, a pesar de que, el árbol seguía sosteniendo el vehículo con vehemencia.

Se esforzó un poco más, dando un paso tras otro. Cuando por fin cogió la barca y regresó a la orilla, haciendo acopio de toda su voluntad para lograrlo, tenía los pies congelados y los labios morados.

La madera de la embarcación estaba podrida por los bordes y el interior. Adentro albergaba algunas sogas, canastillas, follaje marchito y olor a pescado.

Revisó todos los compartimientos que encontró sin éxito alguno, después continuó con las canastas.

Pan mohoso, queso y comida podrida. En una incluso había un envase de vidrio con leche grumosa, y pastelitos de limón con moscas.

Se encaminaba a revisar la última canasta preguntándose si su instinto en realidad había sido en vano, cuando, de manera aterradora, la canasta se estremeció de forma tan sutil, que un mortal cualquiera no lo hubiera adivinado.

Pero él no era un mortal cualquiera.

Se acercó con precaución hasta coger la canasta entre sus brazos. Se encontraba cubierta de harapos y cobijas hediondas en la parte exterior, pero cuando revisó el interior, contuvo la respiración.

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⏰ Última actualización: Jun 30, 2019 ⏰

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