Su madre lo miró curiosa desde el umbral de la puerta. Su padre, que bajaba las escaleras, también lo observó.
—¿Estás bien?
Entonces se dió cuenta de la presencia de sus progenitores.
Asintió con una media sonrisa y se separó de la puerta.
Bien, a Bill no le quedó más que ir de compras sin su amigo. Por suerte su madre se ofreció a acompañarlo, insistió en que las compras serían muchas y no podría solo con ellas. ¿De verdad lo creía tan débil? Alternó la mirada del espejo a su abdomen, de su abdomen al espejo una y otra vez. Era muy delgado, aunque siempre había sido así, parecía ir en decadencia cada día más. Tal vez por eso no llamaba la atención de nadie.
—¡Bill Kaulitz, date prisa!
No tenía razones para estar mal, pero cuando la imagen del travesti le llegaba a su mente, se odiaba, porque ella era bonita, tenía buen cuerpo y además mucho dinero. Él no, lo único que podía ofrecerle a Tom era amor. Y Tom no buscaba amor.
Tomó el móvil en sus manos y marcó el número que tan de memoria conocía. No sabía porqué, tan sólo lo había marcado y había llevado el móvil a su oreja.
Uno, dos, tres sonidos y se escuchó la grabadora: ““Hola, soy Tom, seguramente estoy ocupado en este momento. Deja tu mensaje y yo te devuelvo la llamada”.
Colgó. ¿Qué le iba a decir?
“Te extraño”
Era patético.
Se colocó una camisa negra y se recogió el pelo en una coleta, dejado algunos mechones de afuera en los costados de su cabeza. A Tom le gustaba el negro de su cabello, lo había elogiado tantas veces.
Sacudió la cabeza.
Sus sentimientos no eran correspondidos, nunca lo habían sido. Le impresionó cómo Tom pudo pasar de él tan olímpicamente. Llevaba años enamorado del rasta, estando para él en cada momento, buenos y malos, aunque siempre habían sido más malos que buenos, y ahí estaba él, siendo siempre su soporte. Era el único que lo había visto llorar y reír de forma tan abierta. Lo había sacado de las drogas... Lo había salvado. Ahora Tom le daba la espalda. Porque, estúpida e ingenuamente así se sentía: traicionado.
Tom había cambiado mucho, demasiado, ya ni siquiera era el de antes.
Entonces comenzó a añorar.
Bajó del asunto e imitó a su madre. Tomó una carretilla y comenzó a poner las verduras y otras compras.
“Qué haces ahora?” pensó.
Colocó dos latas de Coca-Cola y siguió avanzado por el pasillo de las bebidas.
Tom fue su primer amigo. En la escuela Bill era el blanco de los más grande debido a su escuálido cuerpesillo. Eran tan diferentes y eso los había llevado a ser mejores amigos. Bill siempre estaba aislado del resto, mientras que Tom era el centro de atención todo el tiempo; pero no por ser bueno, no. Tom era un desbarajuste emocional desde que lo conoció. Siempre estaba metido en problemas y no tenía ni un amigo. Siempre estaba golpeando a los demás. A Bill le llevó tiempo comprender por qué Tom siempre estaba castigado. Desde pequeño le gustaba provocar a los más rudos de la escuela, a veces se llevaba buenas palizas, pero siempre respondía con un “deberías ver cómo quedó el otro”.
Habían forjado lazos fuerte de amistad desde el día que ambos estuvieron castigados; uno por defenderse y el otro por ayudarlo —le quedó bien claro que Tom amaba generar desórdenes—. Por un momento se culpó de arruinarlo todo. Muchas veces Tom se abstenía de contar detalles de algunas cosas por miedo a lastimarlo. Hasta ese nivel sentía que lo había echado a perder. Podía decirle a Tom que ya no sentía nada por él, que había Sido sólo una confusión por el trato que el otro le daba, pero no le creería.
Fue la primera vez que se arrepintió de haberle dicho que lo amaba, y no como un amigo-hermano.
—¿Bill? —una melodiosa voz lo sacó de sus cavilaciones— ¿Te encuentras bien?
Entonces sacudió la cabeza por segunda ocasión, y lo miró. Jacob siempre se veía bien, despeinado y en shorts, siempre se miraba bien.
—No esperaba verte aquí —le dedicó una mirada a lo que llevaba en manos y arqueó una ceja.
—Son de mi padre —respondió el castaño ante la atenta mirada de Bill—...Toma cuando está con sus amigos. Y parece que hoy tendrá visita.
El menor iba a responder cuando Simone, la madre de Bill los interrumpió.
—Hola —saludó atenta y con una mirada de picardía.
—Señora, mucho gusto. Soy Jacob, compañero de Bill —extendió la mano y mostró una de esas sonrisas encantadoras que sólo él podía dar.
Simone correspondió al saludo de la misma forma.
—Mucho gustó, Jacob. Soy Simone, la madre de Bill. ¿Nos acompañarás a la fiesta...?
—Mamá... —incomodó, Bill la miró suplicante. Ella lo ignoró.
—¿Una fiesta? No lo sabía. Claro, me encantaría ir. ¿De qué es?
Y ahí estaba. Si algo envidiaba de su compañero, era esa manera tan fluida de hablar y la elegancia con la que lo hacía. Parecía ser un imán para las personas. Y no estaba exagerando, Jacob atraía unas que otras mirada, y hablar con él era de lo más interesante, siempre tenía algo que decir.
“Tom, ¿por qué no llamas?
—¿Qué dices, Bill?
Los dos lo miraron esperando una respuesta.
Carraspeó y alzó las cejas al hablar, totalmente desconectado la perorata de su madre y Jacob.
—... claro, sí.
Su madre lo miró con curiosidad y Jacob con una sonrisa impresa en los labios.
—Entonces no se diga más. Mañana te espero. Nos vemos.
Se despidieron y avanzaron por los pasillos. Bill todavía no terminaba de entender lo que había sucedido.
Estaban subiendo las compras al auto cuando se acercaron a ellos dos personas más: Tom y su... ¿Amante? ¿Qué eran en verdad?
Bill detuvo la faena y los miró un tanto desconcertado.
Tom llevaba a la chica de la mano. Se veían bien... Jodidamente bien. Parecían una verdadera pareja.
Fue su madre la que lo ayudó con el asunto al acercarse a ellos y saludar a Tom de abrazos y besos.
—No te has aparecido por la casa —acusó la amable mujer—, espero que a la fiesta sí vengas... puedes traer a tu compañera.
Ella sonrió, seguidamente se escuchó el estruendo de la cajuela del auto al cerrarse.
—Ellos no están invitados —la voz de Bill se escuchó un poco demandante. Abrió la puerta de lado del copiloto y miró a su madre— ¿Vienes?
Simone se disculpó y se despidió de los que recién llegaban.
El trayecto fue de lo más incómodo para madre e hijo. Ninguno dijo nada, pero de todos modos Bill sabía que los tendría en la fiesta porque conocía a Tom... Para su desgracia, lo conocía demasiado bien, más de lo que le hubiera gustado.
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Sempiterno
FanfictionEl dinero puede comprarlo todo, pero nunca comprará un amor sincero. Eso lo constato Tom... quizás demasiado tarde. Twc no relacionado.