Rojo, pero al final.

8.3K 555 1K
                                    

Para Londres el sol nace en el horizonte, su luminosidad invade los ámbitos mucho antes de dejarse ver sobre el Támesis. Desde el pequeño y dedicado departamento de Draco Malfoy era posible, en esos años, contemplar la aparición del sol; es que se situaba cerca de la plaza de Trafalgar, pero aún más cerca del caldero chorreante. Y a pesar de considerarse una sección apartada de la comunidad mágica, se trataba de una calle en la que los edificios tardarían un par de décadas en empezar a bloquear los amplios espacios. Draco vivía en uno de los sectores más antiguos; en las manzanas de los alrededores se construían distanciadamente un departamento aquí y otro mucho más allá, el cuarto Plinto abarcaba la mayor parte de la visión aérea y hacia el más allá la silueta de La Gran Galería se cernía como un Erumpent enojado.

Este mágico y olvidado recinto en el que vivía Draco Malfoy podía aún considerarse prestigioso, rodeado de habitantes ancianos que se sentían sobradamente orgullosos de residir allí. Magos de apellidos olvidados en el tiempo, de magia desgastada pero experta.

De esta manera, la forma en que el hijo único de los Malfoy llegó al vecindario pudo escandalizar a muchos. No se concebía que una familia de tal renombre y más aún, reconocida familia de exmortífagos, se mudara en un carruaje como aquél: jalado por apenas un Thestral. Si bien es cierto que estas familias poseían una fortuna ya mermada, del mismo modo en que un rey despilfarra y luego pierde el trono, nadie que no fuese un despistado, o un loco, se le ocurriría mudarse en algo menos extravagante que un carruaje alado por seis criaturas como Dios manda. Además, el acontecimiento fue estruendoso. La carretela en que llegó Malfoy ni siquiera poseía unas ruedas de goma, las que tenía eran de madera, encintadas con aros metálicos que parecían querer triturar el pavimento. Y el hecho que colmó tal evento, como para hacerlo más inverosímil, fue que el propio Draco Malfoy viniese arreando el carruaje. Aquello fue suficiente para suscitar el estupor de hasta el más impertérrito de los vecinos.

—Mira, Poppy —exclamó una de las viejas brujas, con el cuello lo sufrientemente estirado como para romperlo, pero de una forma ya expertamente practicada con los años—. Es el hijo de los Malfoy, ha comprado el lugar de Joddie.

—Echaremos de menos a Joddie —respondió su acompañante, mientras descuidaba sus pociones para echar una ojeada.

—¿No es peligroso acaso? Lo que es yo, preferiría cualquier otra cosa, otro vecino. A este nuevo de aquí que llega —puntualizó, en una mueca de disgusto. Finalmente se rindió a la posición incómoda y se acercó de lleno a la ventana, lo que divisó le hizo fruncir el ceño, agudizando los surcos profundos que le tramaban la frente—. ¡Viene halando el carruaje él mismo! —gritó, no sin perdido estupor—. ¡Mira, Poppy! ¡Se ha vuelto loco!

Poppy interrumpió completamente su poción; se estaba quedando más calva que un ashwinder y debía beberla cada noche, desde la primera hasta la última gota, en un sabor que provocaba arcadas hasta al más valiente. Pero esta situación le sacaba de sí y mañana sería tema de conversación obligado en todo el edificio.

— ¿Será acaso posibl...? —se interrogó a sí misma, mas no alcanzó a terminar la frase. Lo era. Se caló los lentes y abrió sus ojos de una manera desorbitada. Estudió a su nuevo vecino, a aquel que venía en un carruaje de un solo Thestral, conduciéndolo él mismo como si de un elfo se tratase, pero con distinguibles hebras de cabello que se fundían con oro y plata en cuanto bajaba desde el cielo—. Válgame Merlín, realmente se ha vuelto loco —murmuró para sí misma.

Puntiagudo y altanero, con su espalda en un ángulo perfecto de noventa grados, la bestia apenas podía con todo el carruaje por sí sola y sin embargo, en su calidad de jinete, Draco Malfoy logró ser digno de una forma que hubiese resultado imposible para cualquier mundano.

Rojo, pero al final.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora