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Emma nunca habia tenido tanto tiempo libre como lo tenia ahora. Desde la hospitalización de su padre las cosas ya no eran como solían ser. El hospital especializado en el que habían ingresado  a su padre estaba en Barcelona. Echaba de menos los verdes montes del norte y la brisa del Cantábrico, pero era la última oportunidad de su padre de curarse y realmente a ninguno de los dos les quedaba mucho en casa. Sin nada que perder, habían decidido marchar hacia ya tres meses.

A Emma parecía que no le quedaba tiempo para nada, su verano había consistido en pasar todo el tiempo que podía en el hospital mientras intentaba adelantar trabajo para cuando empezará las clases. En realidad, sí que había  tiempo, pero no había ganas. Las paredes azules del hospital en las que habia pasado la mayor parte del verano eran un lienzo en blanco en el que pasar horas y horas pensando en nada, soñando con tonterías con tal de distanciarse de la cruda realidad.

Las horas pasaban lentamente, como las gotas que caían del los catéteres que se unían al brazo izquierdo de su padre. Estar junto a él era importante, lo sabia, pero el hospital no es el lugar en el que se imaginó que pasaría su verano de los 18.

Para colmo, ya era septiembre, y ya era hora de que se incorpora a las clases. Ella había intentado oponerse, repitiendo a su padre una y otra vez que su salud era la prioridad, no unos estudios que podía retomar en cualquier momento. Pero su padre no se rindió y ahora el día 23, en el que empezaba las clases en la universidad estaba peligrosamente cerca.

Los días eran cada vez más cortos y ya se notaba la brisa del átomo, acechando tras los últimos días de vacaciones. Emma tenía claro que no iba a echar de menos el sofocante calor mediterráneo al que aún no se había acostumbrado, la horda de turistas con los que no paraba de chocarse y los ruidosos bares y discotecas que no había tenido en cuenta al alquilar su pequeño piso.

Su padre, pasando las hojas del periódico lentamente parecía perder la esperanza un poco más cada día. No le extrañaba, los doctores habían sido muy desalentadores con su pronóstico. El hambiente lúgubre no había tardado el llegar a la familia , y Emma estaba harta de que todos se adelantarán a los hechos. Alguien tenía que mantener la esperanza, ser fuerte y seguir adelante no? Emma no estaba segura de si había decidido ser esa persona por sí misma o si la situación la había acabado obligándola.

- Voy a salir a despejarme un rato vale? - Emma ya echaba de menos su pequeña dosis de nicotina.

Sin esperar a la respuesta de su padre, marchó con un claro destino en mente: la terraza de la 4 planta del hospital del el Prat. Era su pequeño refugio. Lo había encontrado un día por casualidad, poco después de que trasladarán a su padre a Cataluña. De ahi en adelante se había vuelto su oasis personal. Si se concentraba lo suficiente en el cigarrillo que tenía entre los dedos casi podía imaginar que no estaba en el hospital, que su padre y ella seguían dando largos paseos por los bosques junto a los que había crecido, que no tenía que preocuparse de nada más que de que vestido iba a usar la próxima vez que saliera de bares con sus  amigas.

Apoyada, como de costumbre, en la oxidada barandilla escucho la puerta de la terraza chirriar. Al darse la vuelta vio a un chaval en bata de hospital, el trapo menos favorecedor que había visto nunca. Tenía una pinta de lo más que curiosa. Piel blanquecina, con pequeñas pecas en la nariz que se asomaban detrás de un tubo conectado a una botellita. Su pequeña sonrisa torcida le aportaba un aspecto juvenil, casi de quinceañero rebelde, pero su mirada delataba su edad, mucho más sobria y profunda.

Fuera lo que fuera lo que tenía estaba claro que era una putada. Las bolsas bajo sus ojos y ruidosa respiración lo dejaban claro. Pese a eso, su postura parecía más bien vacilante, estaba erguido y la miraba con una media sonrisa burlona.

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⏰ Última actualización: Apr 14, 2019 ⏰

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